Cuando uno llega a la Sede de Gobierno de Bolivia lo hace desde arriba, y no porque viaje en avión. La Paz es como una olla y, para llegar al centro, debe descenderse cautelosamente desde los bordes hacia la profundidad. Los sinuosos caminos que se desenredan desde la cima del altiplano boliviano generan una notable sensación de vértigo en una caída que parece no tener fin. La atracción de lo urbano se ve potenciada con casas que parecen trepar las montañas. La ciudad está ubicada a tres mil seiscientos metros de altura y –desde Uyuni– se llega a través de un camino que envidiaría cualquier corredor del Rally Dakar.

Puedo asegurar que es una cuidad sorprendente: La gente (o directamente tumultos) caminando por todos lados, las veredas pequeñas, vendedores por doquier, un sistema de mercado heredado de la época colonial (tal cual mi amigo Sixto lo describe). Las calles un poco más grandes atestadas de minibuses que hacían de transporte público y ofrecían –mientras circulaban con la puerta abierta– viajes por 1 boliviano (30 centavos de pesos argentinos) hasta cada rincón imaginable.

Una vez que llegamos, preguntamos en la Oficinita de Turismo que está en la Terminal sobre los lugares que había para visitar o las actividades para hacer. Entre las tantas cosas que nos recomendaron, una de ellas fue visitar Tiwanaku (o Tihuanaku).

Si

Aún conservo en mi billetera un calendario del 2009 que me dieron en la calle. Y es que no se trata de cualquier calendario, no está acompañado por un osito de peluche, un gatito siamés o una propaganda del estilo “Carnicería Chicho Serna” sino por “SÍ a la nueva Constitución Política del Estado”.

En esos momentos se debatía y votaba en el Estado Colonial de Bolivia la nueva constitución que venía a fundar algo así como el Estado Plurinacional de Bolivia. Y entiéndase que hay una gran diferencia entre una Colonia y una Plurinación. Para ejemplificar, basta pensar que en una Colonia hay colonos y colonizados —con todos sus equivalentes: Ricos y pobres, educados y analfabetos, blancos e indios, pulcros y hedientos, entre otras categorías de esta sutil relevancia—. Asimismo, una Plurinación admite sin vaticinio las diferencias entre las naciones y las pone en pie de equidad. Esto no significa ni borra las barreras como pretende encubrir la Colonia, sino que simplemente –y en principio– las muestra.

 Tiwuanaku

Desde La Paz, recorrimos escasos 70 kilómetros para dirigirnos a Tiwuanaku. En el camino se llega –si no recuerdo mal– hasta los 4.600 metros de altura, donde paramos unos minutos y apreciamos el hermoso alto y plano boliviano.

Al llegar a las ruinas de Tiwuanaku ya estábamos más o menos al tanto de algunas de sus características: los tiwanakotas se erigieron cerca del lago Titicaca –frontera húmeda entre los actuales países de Bolivia y Perú–. Fueron una cultura de notable importancia: en primer lugar, considérese su carácter milenario –y compárese con el vigor centenario del esplendor Inca–. Asimismo, no sólo es la extensión en el tiempo y el espacio lo que caracteriza a esta cultura: Recuerdo que los avances tecnológicos, la gran población, el estudio astronómico –por destacar algunos aspectos–, nos sorprendieron sobremanera.

 Túpac Katari, La Gran Historia

Este viaje lo realizamos hace ya más de un año. Por ello les propongo una breve incursión en algo un poco más sustancial, digamos, y acercarnos de a poco a la idea de esta nota: El historiador aymara, Fernando Huanacuni, sostiene: “Decían nuestros abuelos que en el tiempo de oscuridad, en la noche, vamos a dormir y nos vamos a convertir en piedra y cuando salga el sol nos vamos a despertar para dejar de ser piedras y ese día el tiempo nuevo, el Jach’a Uru (el gran día), va a empezar. Ya nos hemos descongelado (despertado) desde el año 1992, por eso no solamente somos una expresión cultural, ahora somos una expresión política; pero desde la dimensión espiritual, ésa es la diferencia con los otros estatus y jerarquías de mandato que asumirá el hermano Evo…”.

Pero vayamos todavía un poco más atrás. Para ello les traigo un recorte del diario Cambio –de La Paz– sobre unos de los levantamientos indígenas más importantes y significativos de la historia boliviana: “Hace 209 años, el 15 de noviembre de 1781, Túpac Katari era descuartizado por el poder colonial español, y su esposa, Bartolina Sisa, sería ejecutada meses más tarde. El líder aymara había encabezado una de las revueltas indígenas más grandes de la historia, pero esa epopeya fue frustrada por la traición y ahogada en sangre. “Naya saparukiw jiwyapxitaxa nayxarusti, waranqa, waranqanakaw tukutaw kut’anipxani… (Solamente a mí me matan… Volveré y seré millones)”, sentenció Katari segundos antes de su muerte”.

 El poder del símbolo

Hace unos días, cuando le comenté al editor responsable mis intenciones con este artículo, me sugirió que le dé una leída al siguiente link: http://weblogs.clarin.com/revistaenie-erdsallstar/archives/2009/04/alfonsin.html. Aquí se recrea una discusión a partir de un artículo sobre la muerte de Alfonsín. Figuran varios comentarios de quienes evidentemente escribían conmocionados y otros que, por el contrario, no entendían para qué tanta cháchara por un viejo muerto. La cuestión es que entre esos comentarios, un/a muchacho/a se puso a hablar de la relación entre la semiótica y la política. Propiamente, intentó reconstruir el símbolo que Alfonsín representó. No por lo que este hombre era sino –como dije– por lo que representaba a partir de la figura que los medios y la historia construyeron de él. En ese sentido, entendía que el símbolo representaba ciertos valores fugados de la sociedad de los tiempos que corren. La multitud que lo acompañó en su retirada, asistía y recordaba y pedía por esas cosas que ya no ve, y no por ese tipo que ya se fue. Vamos a ver cuánto de esta historia nos sirve para pensar Bolivia…

 Volveré y seré millones

Probablemente en este punto de la nota estén bastante confundidos de cuál es el objetivo  al que intento llegar. Pero veamos cuántos de estos cabos podemos atar: Evo estuvo en Tiwanaku un día antes de su posesión por la Asamblea Legislativa como el primer Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Según dijo el antes nombrado Huanacuni, Evo cambió su atuendo: utilizó “nuevas prendas que representan nuevos tiempos, el cambio”. Y no sólo ello, la etnóloga Cristina Boulanger Rada reseña que las poblaciones andinas consideran que trae buena suerte dejar lo preciado a la intemperie y agrega: “Si dejan el traje de Evo a la intemperie, es para que éste absorba la energía del mundo y recubra a Morales”.

¿Qué sentido tiene recubrir de energía a un Presidente del siglo XXI? Absolutamente ninguno, puede pensar la mente más secular de un Estado moderno. ¿Qué sentido tiene Tiwanaku? ¿No es más que un montón de ruinas, así como Alfonsín no era más que un viejo muerto? Al respecto, y para las poderosas mentes actuales, les propongo una nueva cita de Huanacuni, quien sostiene que este sitio “es parte de la profecía de los antepasados, es la ciudad sagrada”.

El juramento realizado por Evo en la Ciudad Sagrada “…une lo político, lo social, lo económico, desde la dimensión espiritual. Ahora –continúa Huanacuni–, no solamente somos una expresión cultural, somos una expresión política, económica; pero desde la dimensión espiritual”.

Evo ganó las elecciones en un Estado colonial por el 64,2 % de los votos, esto es casi tres millones de personas. En uno de los países más pobres de Latinoamérica, donde la exclusión de los “indios” y mestizos forman parte tanto de la historia como del presente, les propongo recordar la profecía de Túpac Katari y pensar nuevamente a Evo: ¿se trata de la misma chola con distinta pollera?, ¿o acaso podemos pensar un país que tuvo la madurez para entender y traducir la oportunidad de una revancha histórica de los excluidos en la creación de una Plurinación, donde lo simbólico de Tiwanaku y Katari se mimetiza con la realidad de un nuevo modo de entender la política?

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