Escribo estas líneas como simple hombre común pensante. No soy especialista, licenciado ni doctor en filosofía, política o historia.  Simplemente militante independiente. Y desde esa mirada, que para nada pretende dar cátedra, creo que puedo ser útil, entre otras cosas,  escribiendo. Me apuro, a ver si en serio termina la historia y no puedo completar mi artículo.

Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengamos historia, no tengamos doctrina, no tengamos héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como una propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.

Rodolfo Walsh

Este pensamiento, bastante recordado y citado por quienes compartimos su significación, viene al pie para reafirmar lo que los que se creen señores “de la vida y de la muerte” dicen y hacen.

Lo notable es la ridiculez a la que llegan con sus argumentos, son como chistes de mal gusto.

Son asaltos a la esperanza, o ponen al egoísmo como el motor de la historia, o declaran por decreto que “la historia se terminó”.   Es como hacer un gol de casualidad al comienzo de un partido, y el equipo que va ganando decir: “el partido se terminó, porque el resultado es el correcto”.

Francis Fukuyama tuvo la brillante idea de terminar la historia de las luchas ideológicas, de decir que este verso de las democracias liberales es lo que deberemos bancar hasta el fin de los tiempos. Mientras Marx subrayaba la esperanza de la evolución hasta llegar a un mundo sin clases sociales, Fukuyama plantea el pensamiento único YA.  El tipo debe tener vocación de mago, ilusionista. Pero, señores, conocemos este truco, es demasiado viejo.

Un ejemplo parecido recuerda Eduardo Galeano en un artículo que se publicó  en Página 12 en octubre de 2003, “El país que quiere existir”. En dicho artículo relata cómo en 1870, “un diplomático inglés sufrió en Bolivia un desagradable incidente. El dictador Mariano Melgarejo le ofreció un vaso de chicha, la bebida nacional hecha de maíz fermentado, y el diplomático agradeció pero dijo que prefería chocolate. Melgarejo, con su habitual delicadeza, lo obligó a beber una enorme tinaja llena de chocolate y después lo paseó en un burro, montado al revés, por las calles de la ciudad de La Paz. Cuando la reina Victoria, en Londres, se enteró del asunto, mandó traer un mapa, tachó el país con una cruz de tiza y sentenció: ‘Bolivia no existe’. Pero, vaya que existe pese a todo lo que le hicieron…”.

Diversas formas de hacer la historia, la de los caprichosos poderosos que plantean que la pobreza es una calamidad inevitable, que esto es lo que hay, no hay otra cosa. Plantean una sociedad de la competencia, una evolución donde el poderoso destruye al más débil, el Darwinismo económico. Una historia donde la estabilidad sólo podría estar basada en la estupidez, el adormecimiento o el terror. Porque esta democracia liberal se basa en la desigualdad. No existen los ricos sin los explotados. Por lo tanto, la única manera de que “esto sea lo único” es declarar la PERPETUACIÓN DE LA INJUSTICIA y que los oprimidos se la banquen para siempre. La libertad (o el derecho)  de los demás termina donde empieza la mía, pero yo tengo un latifundio de libertades. Y, hablando de ese cliché, qué hermosa la otra propuesta, “¡la libertad de uno empieza donde empieza la de los demás!”

Ahí tenemos la década del 90 y sus frases, muchas eran viejas frases reflotadas. Tal vez nada más triste que la víctima creyéndole a su verdugo. Fukuyama diciendo que el mundo ya no va a cambiar, pero que no nos preocupemos, porque no existe una opción mejor que el capitalismo, y los que critican son unos nostálgicos. Esa misma frase se aplicó acá, no porque se haya probado algo distinto al capitalismo, si un capitalismo distinto, esto es otro tema de discusión muy interesante, pero ahí viene lo de “te quedaste en el ‘45”.

No puedo dejar de mencionar al decálogo formulado por John Williamson en un documento de noviembre de 1989, conocido como el Consenso de Washington en el cual se da una verdadera tabla de mandamientos, inicialmente propuesta para América Latina. Aún la siguen sosteniendo; dicen que no falló, sino que no se cumplieron los 10 puntos. Veamos:

1. Déficits fiscales. No debe ser importante “salvo que el desequilibrio sea usado para financiar obras de infraestructura, un déficit operacional superior a 1 o 2 por ciento del producto es evidencia de una falla en las políticas”. ¿Recuerdan el déficit cero? Y mientras seguía la fiesta para unos pocos.

2. Prioridades del gasto público. La prioridad absoluta, son los gastos de salud y educación, y en segundo lugar infraestructura. Los subsidios –en particular, los subsidios a empresas públicas deficitarias– deben ser recortados. Ahora, si el subsidio es a grandes empresas o bancos privados, es una necesidad del señor Mercado. Recuerdo en aquellas épocas un reportaje a Gary Becker, premio Nobel de economía de 1992, diciendo que el Estado sólo debe ocuparse de los más marginados para que no cometan delito, es decir, para que “no jodan”, no por amor precisamente. Claro, si el egoísmo es el motor del progreso según ellos.

3. Reforma impositiva. Tasas impositivas moderadas, pero ampliando todo lo posible la base imponible, es decir sobre qué se cobra impuestos. Yo no sé, estos tipos que viven en la calle y respiran, no pagan impuesto, ¡a ellos!

4. Tasas de interés. No deben estar reguladas, como estaban en muchos países en los años ‘80. El Señor Mercado es sabio.

5. Tipo de cambio. Regulado por el Mercado, pero, en lo posible, que posibilite la exportación aunque no atrasándose demasiado para no ser inflacionario. Qué bueno che, teníamos hasta deflación, eso es recesión, ¿no? Después vino la devaluación y los exportadores caceroleando por las retenciones.

6. Política comercial. Libre comercio. ¡Libertad! ¿Igualdad?

7. Inversión extranjera directa. No tiene sentido obstaculizar la inversión extranjera directa. ¿Acá venía lo de seguridad jurídica?…

8. Privatizaciones. Las empresas privadas son más eficientes. Claro, miremos lo que pasó en Argentina. Tuvimos empresas estatales modelo, las arruinaron estratégicamente y privatizadas… ¿qué tan eficientes fueron? ¡Ah! ¿Se acuerdan de “las empresas a las que le interesa el país”? Claro, era quedarse CON el país.  Neustadt y su tiempo nuevo/ viejo. Los tipos algo avisan… Es como el Banco Alas, en su propaganda decía “ponga alas a sus sueños” y cerró. Y algunos sueños de sus clientes volaron…

9. Desregulación. Desmontar o limitar esas regulaciones mejoraría la productividad de las economías. Esto favorece la competencia. El mercado es la ley natural. Si la gente queda indefensa, es la naturaleza.

10. Derechos de propiedad. En muchos países de América Latina los derechos de propiedad son inseguros y están expuestos a expropiaciones. Esto no conviene al desarrollo económico. Ya sabemos quiénes son los “José desarrollo económico”.

El tema da para mucho más. Lo que sé es que quienes llevaron a cabo las políticas económicas de los 90 y más fueron los economistas neoliberales. Economía por sobre la política. Y los resultados están a la vista. La mitad de la población mundial vive con menos de 2 euros diarios. Sobre este tipo de estadísticas mucho podríamos decir, y sobre las posibles soluciones, como que con el 4% de la riqueza acumulada por las 225 grandes fortunas del mundo, se podrían cubrir las necesidades básicas de todo el planeta…

Escribe Ignacio Ramonet en su artículo “sobre la globalización” de junio de 2004, publicado en “La crisis del siglo” de Le Monde diplomatique: “la globalización transforma todo cuanto toca en mercancía, desintegra las viejas comunidades y diluye la vida de las gentes en una ‘multitud solitaria’”. Pese a esto, la lucha evitó males mayores, en Argentina evitamos la mercantilización de la educación, en América Latina evitamos el ALCA, que era casi una consecuencia lógica del libre traslado de capitales y mercancías pero con las fronteras cerradas a los trabajadores.

Creo en la evolución, pero lo que para mí y muchos otros es la evolución, en el sentido de un mundo mejor. No quiero que termine así esta partida. No quiero este mundo para nuestros hijos y sus descendientes. No me vengan con versos. Ellos saben que por repetición mediática  meten en muchos de nuestros cerebros y espíritus sus ideas como verdades irrefutables. Pero ¡nosotros sabemos que otro mundo es posible!

Entrada anterior VIII. Barroco, sexta parte: De Vivaldi a Bach: las cimas del concierto Barroco – Andén 38
Entrada siguiente El fin de la REALIDAD. El Nuevo capitalismo de ficción. Parte 1 – Andén 38

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *