En las sierras cordobesas se alza este pueblo de un increíble atractivo visual, que sin embargo posee más riquezas solo perceptibles cuando el tiempo deja de apremiar y entonces se despiertan otros sentidos adormecidos. Esos tesoros, que aquí compartimos, atraparon a nuestro amigo y vecino Mauro Godoy –y a varios de sus amigos.

A 38 km. de la ciudad de Villa General Belgrano, en la provincia de Córdoba, se alza La Cumbrecita, un pueblo en medio de las sierras, promocionado como “reserva natural”, “pueblo peatonal” y “pueblo Wi Fi” ya que cuenta con un servicio público recientemente inaugurado, pero que lamentablemente no ha sido de demasiada utilidad para los residentes o turistas de tiempo prolongado de quienes se espera paguemos un servicio privado. No obstante, luego de vivenciarla en las últimas semanas estoy convencida de que estas tres banderas no venden ni por asomo todas sus riquezas. Sin lugar a dudas, la belleza de la mezcla entre un paisaje autóctono de la montaña y el creado por los primeros habitantes europeos se nos impone ante los ojos: cerros coloreados por una vasta vegetación, surcados por una infinidad de ríos y arroyos que en una suerte de juego psicodélico del sol disparan rayos por doquier, asegurando una fotografía única en cada mirada. Paredón y después; ollas pequeñas, profundas, frutales silvestres; zarzamoras a rolete, con sus molestas espinas dejando huella en las pantorrillas.

Sin embargo, cuando decidimos que el tiempo de nuestras vacaciones no sea encasillado en un reloj, ni que dure solo el clic de una cámara fotográfica, las imágenes comienzan a multiplicarse, y lo que vemos ya no lo vemos solo con los ojos. Una sociedad, su historia y su cultura se conocen mejor, o simplemente se conocen, cuando el tiempo deja de correr. Lo que sigue son algunas de mis impresiones.

 …Lo cierto es que más allá del “Viva la Pepa”, de la mano del bar cultural llegaba el debate, la política y las nuevas ideas. Frustrándose entonces el proyecto inicial, Lila se eternizó con nuevas características, naciendo a la vez el mito que aún hoy la engalana y que enorgullece con nostalgia a varias generaciones. 

La sociedad cumbrecitana, de unos 800 habitantes, así como sus paisajes tiene, en principio, características autóctonas y europeas. Si la organizáramos en grupos encontramos una gran mayoría criolla asentada en las zonas rurales, en las sierras, algunos pocos oriundos de la zona pero en su mayoría provenientes de poblaciones aledañas, como Alta Gracia o Los Reartes. Un segundo grupo lo constituyen los descendientes de los primeros pobladores y fundadores del pueblo, allá por 1934. Quizás sean el veinticinco por ciento de la población total, de origen principalmente alemán, aunque también suizo, holandés, húngaro.  En tercer lugar, el crecimiento turístico del pueblo – sobre todo en los últimos quince años – dio nacimiento a un nuevo grupo, formado por aquellos que al haber venido de paseo se enamoraron de estas tierras, y se vinieron a probar suerte lejos de las ciudades. Representan un gran abanico, desde comerciantes que se dedican a la hotelería o gastronomía (compartiendo el mercado con los locales), hasta “hippies” (algunos de buena madera, otros de un perfil un poco más ambiguo –posmoderno–), “naturistas” que buscan paz y energía en el agua de los ríos y el calor de las piedras o simplemente jóvenes que al estilo “Into the Wild” dejan todo para comenzar de nuevo. Este sea quizás el caso de nuestro convecino chascomunense Mauro Godoy, quien junto a sus socios Kikin y Nacho han puesto en marcha Planeta Cumbrecita, un hostel al lado del tradicional Hotel Verbenas -albergue que viene “pegando fuerte” en lo que va de su primera temporada.

Estos grupos coexisten dándole a Cumbrecita un interesante y hasta simpático espíritu multicolor,  a veces opacado por razones históricas, culturales y sociales (por suerte pocas veces). Los dos primeros grupos no solo se diferencian en su ubicación geográfica – por un lado el pintoresco centro y calle principal con características tirolesas, y por otro, cruzando el río, la simpleza de lo rústico, el Bar Suizo o “lo de Titi”-; sino en las tendencias socio-políticas enfrentadas que de algún modo se siguen sosteniendo. Pueblo, que por primera vez en pleno uso de sus derechos políticos eligió por voto directo a las autoridades de la Comuna en 1996, en términos generales (y con esto espero no herir susceptibilidades), no ha demostrado muchas ansias de participación política – de hecho hace un par de años la gobernación provincial designó un interventor ante la falta de candidatos, situación que por suerte ya se encuentra normalizada, ocupando el cargo actualmente un hombre de ascendencia criolla-. No obstante, en la vida cotidiana, una miscelánea los hermana: las actividades en torno al turismo, la escuelita, el mercado, la panadería, el dispensario (salita sanitaria), el Cañizo – parrilla de día y boliche de noche.

Mauro no vive en cualquier lado, vive en “Lila”. Lila es una casa en medio de un bosque de pinos, abedules y álamos, que se alza sobre el río, construida hace veinte años por dos amigos y artesanos, Archi (su dueño) y Raúl, el luthier del pueblo – quienes además materializaban su pasión por la música en una banda de corte setentosa, donde tocaban una suerte de rock psicodélico, por ponerle un nombre-. Entonces “Lila Cultural” comenzó siendo una casa de y para la cultura, que abría como bar durante las noches, con bandas invitadas. Su mismo dueño, quien dormía bajo el gran ventanal con vista al río, comenzó de a poco a invitar a las visitas a quedarse y tirar sus carpas en el jardín, muchos de los cuales traían inquietudes artísticas diversas. Aunque muy prometedor, la sociedad no permitió que durara mucho. Siendo el primer bar nocturno independiente del pueblo, el espacio – donde reinaba un claro espíritu liberal y vanguardista- se prestaba no solo para el encuentro de artistas y viajeros, sino también de pobladores que aprovechaban la ocasión para el “descontrol”. Puesta así en la mira de los sectores más “paquetes” de Cumbrecita, la condenaban con sus críticas: “Lila se está convirtiendo en un aguantadero de borrachos”. Lo cierto es que más allá del “viva la pepa”, de la mano del bar cultural llegaba el debate, la política y las nuevas ideas. Al frustrarse entonces el proyecto inicial, Lila se eternizó con nuevas características, naciendo a la vez el mito que aún hoy la engalana y que enorgullece con nostalgia a varias generaciones. Al principio como albergue y camping, hoy como una suerte de pensión-comunidad donde Archi trata a inquilinos y visitantes como sus propios huéspedes. En medio de la frondosa vegetación, el sonido del río, los aromas de las flores, el canto de los pájaros; lo que indiscutiblemente perdura de aquellos primeros años es la magia del encuentro de amantes del arte y la naturaleza, de bohemios, soñadores de un hombre y un mundo mejor.

Habiendo pasado ya varios años, con una población más compleja, podríamos pensar que Cumbrecita ya está preparada para un gran proyecto cultural.  No caben dudas. Quizás no necesariamente pensado en formato bar o una institución a tal fin, pero con seguridad estamos ante una población renovada que con todos sus tintes: los criollos, los descendientes de inmigrantes, los nuevos residentes y hasta los turistas, tienen un potencial altísimo para generar espacios y actividades culturales que fortalezcan la identidad de esta joven comunidad en crecimiento. De hecho, muchos ya vienen pujando a pulmón, desde abajo: múltiples expresiones de la música local, festivales de cine en la calle y hasta producción de cortos independientes.  Las posibilidades, como siempre, están en nuestras propias manos; vecinos, artistas, educadores, turistas, comerciantes, artesanos, autoridades comunales.

Finalmente correspondo agradeciendo por sus aportes para este artículo y por las vivencias compartidas en estos días a Mauro, quien me abrió la puerta de su nueva casa, a Archi, Inés, Gastón, Nico, Laura, Ema, Mati, Juampi, Kikin, Nacho, Lu, Darío, Titi, Elsa, Jorge, Lucas, Seba, Luciano, Silvio, Melina, el Gringo, Arturo, La Toca, Raúl y Chuli; artistas y soñadores, para quienes el tiempo tampoco se encasilla en un reloj■

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