Rancière: el intelectual contra la vida intelectual. Y Boff: el cristiano contra el cristianismo. Un diálogo fuera de las convenciones.

Una de las primeras cosas que se enseñan al estudiar filosofía es a identificar formas inapropiadas de argumentar y justificar, una de estas falacias es conocida como “petición de principio”. A pesar de estar al tanto de ella, permítanme comenzar con una petición de principio: olvide por completo, y por el transcurso de esta nota, lo que sea que usted crea que significa “intelectual” y “creyente”; sólo así llegaremos a buen puerto.

Esta nota tiene dos referencias específicas, la primera, un texto del filósofo francés Jacques Rancière, publicado el 16 de marzo de 1986 en el número 459 de La quinzaine Littéraire[1]; y la segunda una entrevista al teólogo y filósofo brasileño Leonardo Boff, publicada en la revista Deodoro[2].

El primero de ellos, titulado “¿Existen acontecimientos en la vida intelectual?”, tiene apenas unas 4 páginas e intenta, en un lenguaje muy sencillo y coloquial, desligar la idea de “intelectual” de ciertas pretensiones cientificistas y mercantiles que rigen la vida académica actual, por una idea más amena y cotidiana de lo que implica la vida intelectual. Para Rancière en la “vida intelectual” todo debe justificarse: “la promoción de un libro debe ser el advenimiento de un pensamiento, el nombramiento de un individuo, una victoria de la ciencia o del oscurantismo, de la libertad o del totalitarismo”.

Esta misma “vida intelectual” se rige por ciertos “descubrimientos”; Rancière recuerda cómo después de la aparición y ruptura que generaron textos como Mitologías de Roland Barthes y La historia de la locura en la época clásica de Foucault, la “vida intelectual” creó una tarea para su tiempo y consignas para su colectividad: “ahora sabemos…, hay que aprender que…, nuestro tiempo debe…, la tarea de los próximos años es… Y las tropas se unen a las consignas: aprender a ver, aprender a leer, preguntar a la pregunta, interrogar al cuestionamiento, develar, reconstruir, desmitificar, diferenciar, descontextualizar, etc.”. Es la vida intelectual a la enésima potencia, una proliferación de textos para aprender a leer los libros, es decir, para volverlos ilegibles, palabras preparadas para volver inaudibles todas las voces, el triunfo de los explicadores y de los logos de todo tipo. Y con esto, concluye el filósofo francés, vinieron las proscripciones y las amenazas: usted no cambia de tema, se ha vendido a la tecnocracia, el imperialismo habla por su boca, el totalitarismo dirige sus frases…

Frente a esta vida intelectual existen, para Rancière, “acontecimientos” que interrumpen la vida intelectual. Por interrupciones se entiende a esas suspensiones de la ficción colectiva que devuelven a cada uno a su propia aventura intelectual, estos cortes que lo obligan a renunciar a escribir lo que otros cien escribirían como él o a pensar lo que su tiempo piensa o no piensa por sí sólo.

Rancière describe su propio acontecimiento de la siguiente manera: “recuerdo, por ejemplo, aquella tarde de mayo, en un tiempo en que se desencadenaba una de esas batallas intelectuales que se suponía debían hacer historia. Ese día, la bibliotecaria me llevó una carpeta delgada con unas cuantas cartas que, en otro mes de mayo, ciento cincuenta años atrás, había intercambiado un carpintero con un solador en las que le contaba sus filosóficos paseos de domingo y sus semanas de vacaciones utópicas, y comprendí que era sobre eso sobre lo que yo tenía algo que decir y no sobre el debate filosófico de la época; que era eso lo que me surgía: inscribir la huella de esas vacaciones, de aquella interrupción diferente que no le interesa a nadie, que no era filosofía para filósofos, ni historia para historiadores, ni política para los políticos… en suma, la nada o la casi nada que nos remite a todos a la pregunta: tú que hablas, ¿quién eres?”

De esta clase de acontecimientos, de interrupciones, es de las que habla el teólogo, filósofo y ecologista, Leonardo Boff. Pero no de su origen, de cómo comienza esa ruptura (que no obstante se adivina en sus palabras: la experiencia del oprimido) sino de su futuro y su actualidad. El gran desafío para el cristianismo, y para los intelectuales que lo piensan fuera de la “vida intelectual”, es devolver a la Iglesia, a las interrupciones de la vida. Para Boff, el cristianismo “primero es parte de la crisis. No solución. Porque enseñó durante siglos a dominar la tierra. Anunció muy poco el capítulo segundo del Génesis, que dice que tenemos que cuidar la tierra y protegerla. El cristianismo tiene que preguntarse en que fallamos que ahora tenemos que volver a rescatar eso”.

En palabras de Rancière, el cristiano tiene que preguntarse “tú que hablas… ¿quién eres?” Algunas palabras del brasileño ayudan a orientar la respuesta: “en brasil hay una red enorme de pastorales sociales, pastoral de la tierra, con los MST, pastoral de los niños, de las mujeres, y así se repite en todos los países. Simultáneamente están las iglesias oficiales, las parroquias, las diócesis, que están ligadas a Roma. Las bases dicen que no, nosotros leemos el evangelio, nos escandalizamos mucho cuando vemos los cardenales como príncipes, como el Papa, como grandes señores, Jesús no era nada de eso […] Los que están dando vitalidad a la iglesia universal son las iglesias del tercer mundo. El 52 por ciento de los católicos viven en el tercer mundo. Hoy por hoy el cristianismo es una religión del tercer mundo que ha tenido raíces en el primero, y Roma no quiere saber nada con eso”.

Para resumir, dice Leonardo Boff: “La iglesia está dividida. Una parte es el aparato y la fuerza del aparato, y otra parte son las bases de la iglesia que se confrontan con las dificultades del hambre, del empleo, de la vida cotidiana, que se reúnen en grupos, se organizan para cambiar o entrar en los partidos de movimientos de liberación o de derechos humanos. Esas dos iglesias están en tensión”.

En la entrevista Leonardo Boff, desmenuza y detalle la historia de esta otra iglesia, que en diálogo con comunidades, culturas locales, religiones locales, llevan adelante una visión más espiritual de la vida, de la cual participan también los laicos. La lectura de esta nota bien podría continuar en la lectura de esa entrevista.

En el interludio de ese trayecto, sopesemos un consejo con el cual termina el texto de Rancière valido tanto para intelectuales y cristianos, como políticos, educadores, artistas y hombres en general: “He oído decir que desde hace un tiempo hay un regreso a los valores asegurados: la moral, la libertad, el derecho, la justicia… No me alegro tanto como otros por este nuevo giro de la vida intelectual. Estas palabras necesitan ser amadas, por lo tanto ser enrarecidas. Es mejor que cuando se las necesite no se las encuentre gastadas, desacreditadas, cancerizadas por su proliferación. Es saludable que la vida intelectual (política, religiosa, artista, etc.) converse todo lo que quiera. Esa conversación es respetable. Sin ella no hay Libertad. Pero, precisamente debe respetarse lo suficiente como para no creerse más de lo que es, para que no quiera ser la voz de la libertad, o de la justicia o la verdad (¿quiénes más que la Ciencia y la Iglesia, como instituciones, se han querido arrogar ese derecho?). Estas últimas no tienen voz, sino figuras cuya custodia requiere un poco menos de ruido”

 

 [1] Incluido en el libro: Ranciere, J. Momentos Políticos, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2010.

[2] Universidad Nacional de Córdoba, Deodoro, Año 1, Nº 3, Noviembre de 2010, Córdoba, Argentina.

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