El cuerpo es una verdadera fiesta. Lleno de ventanas, puertas y aristas que lo conectan con el afuera: ojos, boca, nariz, esfínteres. Los sonidos del cuerpo son de la naturaleza porque de allí venimos y hacia allí vamos: ciclos, días y noches, inspiración y exhalación, lleno y vacio, carga y descarga. El cuerpo es energía más allá de la palabra, es asumido como propio a partir de la mirada de los otros, que lo nombran y lo abrochan a su dueño mediante un significante: ¨ese sos vos¨. Los bordes del cuerpo son constituidos como propios a partir del cuerpo del otro quien sostiene y abraza a los más pequeños y los define, dibujándoles un borde con sus propios brazos.

Puede estar deshabitado, inexplorado, degradado, abandonado… o puede estar pleno, deseante, encarnado, enérgico, ser instrumento, enraizado a la tierra y alcanzar vuelo.

Es terreno de luchas por el sentido. El cuerpo es víctima de negocios, intoxicaciones, abusos, violencias y destratos que impiden la experiencia verdadera. Los sentidos y el cuerpo más primario están inmerso en las redes de la cultura, el deseo y de la historia.
Las represiones a los sentidos y la pregnancia de la imagen en detrimento de otros sentidos, canales de comunicación acotan la posibilidad de comunicación. No nos miramos, no nos tocamos, no nos detenemos en el otro, pasamos rápido, lo invadimos de perfume tapandos sus olores, malos olores, su color, sus impulsos, moldeamos sus formas… Todo en nombre de las prácticas culturales consideradas buenas, lindas, apropiadas…. Lo dejamos olvidado en un rincón, tapado de palabras, de razón y silogismos. Cambiamos deseo por razón, escindimos en pares antitéticos aquello que es unidad, integración. Así nos quedamos al margen de nuestra libertad, sin imaginación, sin creatividad, sin juego, sin deseo, sin posibilidad de que algo nos pase… Pero el cuerpo tiene fecha de vencimiento… ¡Elije tu propia aventura!■

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