«Esto es efímero” cantaba el indio Solari mientras morían los ochenta. Probablemente “las modas” sean uno de los primeros sinónimos de lo efímero. Sin embargo, detrás de la superficialidad de la moda es posible encontrar signos que nos definen como personas y como sociedad.

Es común asociar la moda con dos cosas: las mujeres y su relación con la ropa, y lo superfluo. ¿Qué suplemento o revista dirigida a un público femenino no cuenta con un espacio dedicado a “lo que se usa”? Las definiciones de lo que es fashion, está in o es un must esta temporada (nótese la connotación de obligación en esta última palabra) son parte del vocabulario típico de estas publicaciones. Pero lo que fue indispensable para sentirse in se esfuma con el calor del verano que se va y se prepara para iniciar un nuevo ciclo mientras el dorado de las hojas nos avisa que llegó el otoño. Las mujeres solemos correr detrás de la moda con diferentes urgencias y velocidades, lo que casi nunca podemos hacer es esquivar esa carrera.

Pero si nos corremos de ese lugar que nos hace verla como el summum de la frivolidad y lo efímero, podemos ver en la moda un elemento que nos permite definirnos, mostrar a los demás quiénes somos, aunque siempre desde la ilusión de que somos libres para elegir cuando en realidad solo podemos jugar con las opciones que nos da la sociedad, o mejor dicho el mercado. Es que la forma de vestirnos no deja de ser un hecho social. Es decir, detrás de la acción individual de vestir, peinarse o caminar de una determinada forma y no de otra se expresa una presión por pertenecer al grupo social. Aunque en los últimos años se impuso la tendencia de ser originales y diferentes, lo cierto es que la mayoría de nuestras elecciones se ven condicionadas por nuestra necesidad de pertenecer a un colectivo, aceptando sus patrones de “normalidad”. Y en ese espacio el mercado, como institución social, regula e impone pautas sobre lo que debemos ser y parecer. Así, el ciclo es cada vez más corto, y sentimos el impulso de tener una nueva remera, un par de zapatos, otro corte de pelo… en fin, seguir consumiendo para seguir perteneciendo.

Más que mil palabras

Tener en cuenta la relación entre moda, mercado y consumo no debería significar que la imagen no es nada, frase del anti-marketing con la que igual te venden una gaseosa. Es que una sola mirada nos da la clave para que, en un segundo, procesemos mucha información. Una remera, un color, unas zapatillas, una forma de peinarse nos sirven para clasificar al otro. Con solo un vistazo puedo saber desde qué música le gusta hasta su nivel socio-económico y dónde vive. Las posibilidades de acertar en dichas conjeturas son altas, porque vivimos en una sociedad altamente estandarizada y segmentada en cuanto a sus opciones de consumo. El problema surge cuando esa información se transforma en un “pre-juicio”. La rubia tarada, bronceada, aburrida quizás sea solo eso. Un emo probablemente no sea más que un adolescente conflictuado por nimiedades.

Lo que ya sabemos se nos aparece evidente y no sentimos la necesidad de contrastarlo. Una vez que se instala en el sentido común la asociación entre una imagen y una valoración (no importa si es positiva o negativa) son muy pocos lo que se atreven a indagar en esa relación. ¿Cuánto vale (simbólicamente) una chomba de Lacoste después de haber sido tomada como representativa de los wachiturros? Es justamente en ese juego entre ser y parecer donde quedan espacios para armar un collage que refleje, pero también pueda subvertir el orden de lo “normal”.

Volveré y seré millones (de remeras)

En algún momento una cresta roja y una remera de los Sex Pistols eran una forma de escandalizar y mostrar descontento contra el neoliberalismo que hacía sus primeras incursiones en la Inglaterra de los ´70. Hoy en día, nadie se escandaliza por un adolescente con una remera negra con la imagen de su banda de rock favorita. Quizás el último gran “escandalizador” haya sido Marilyn Manson con esa apariencia entre andrógina y terrorífica. Es que el mercado capitalista tiene una gran habilidad para deglutir cualquier amenaza y devolverla totalmente pasteurizada. En una época en que los recitales son auspiciados por grandes multinacionales, no es en la industria de la música de donde surjan íconos de rebeldía.

Si algún trasnochado se guiara por la cantidad de remeras (por no contar el resto del merchandising) vendidas con la cara del Che Guevara pensaría que la revolución socialista triunfó en buena parte del mundo. Este es otro buen ejemplo de cómo un símbolo de rebeldía es usado para vender, o comprado para sentirse contestatario. Esto no quiere decir que todos los que llevan una remera del héroe de la revolución cubana no hayan leído ni siquiera la entrada de Wikipedia sobre él. Lo que sucede es que la imagen es suficiente para parecer rebelde o contestatario, e incluso para creerse que se es así. Acaso esa superficialidad nos lleve a pensar en lo inofensivo que puede ser un ícono político llevado a percheros y vidrieras, listo para ser comprado junto con un par de zapatillas y algún disco que combine con ambas. La reproducción infinita de la imagen es capaz de convertir en un producto pop al Che o a Evita, y otra vez volver aceptable y consumible aquello que podía ser considerado una amenaza.

Pero, ¿es posible recorrer en el camino inverso y hacer de la imagen un disparador para reflexionar? Con esa pregunta llegamos hasta San Telmo. Allí, en una esquina nació sin querer queriendo La pochoklera, cuando los turistas empezaron a inundar el barrio y las típicas remeras con referencias a Buenos Aires se volvieron un souvenir muy requerido. Pero decir que el emprendimiento es apenas un local de remeras sería faltar a la verdad. El espíritu de intercambio y las ganas de debatir que transmite Enrique, quien está al frente de este emprendimiento, trascienden eso. Es que además de la típica imagen del obelisco y la parejita bailando tango se pueden ver remeras con los rostros de Cristina y Néstor Kirchner. Quizás, después de lo expuesto no sea tan difícil comprender por qué la imagen de un político contemporáneo es más provocadora que la de un rockstar. Y probablemente a este tipo de remeras pueda caberles la misma objeción: que la superficialidad de la imagen o la intención de generar controversia anule u opaque un debate más profundo sobre el mensaje que se quiere transmitir. Sin embargo, al charlar con Enrique descubrimos que es la militancia en un espacio político-ideológico la que se expresa en las remeras, y no una moda nac&pop pasajera.

¿Cuántas veces usamos nuestro cuerpo como una vidriera de marcas o íconos que poco tienen que ver con lo que somos o el lugar de donde venimos? ¿Por qué no usarlo para plantear una discusión sobre lo que queremos ser, pero no desde el lugar aspiracional que nos vende el mercado, sino desde una postura política e ideológica “situada”? “Esta muy bien que los pibes lleven la remera del Che Guevara –dice Enrique- pero también hay que enseñarles que para que el Che existiera, existieron muchos otros antes”. Con esa idea, crearon una serie de camisetas con protagonistas (la mayor parte de las veces relegados u olvidados) de la historia latinoamericana, pero agregándole un sitio web donde consultar información sobre ellos. Es que como parte de la batalla cultural para descolonizar nuestro sentido común es necesario que primero sean visibilizados para luego poder ser apropiados.

En definitiva, aunque sea difícil, los espacios para producir y no simplemente consumir contenidos están. Ya nadie va a mirar tu remera sin escucharte a vos

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