Desde las perspectivas constitucionalistas a las histórico-políticas, las puertas de ingreso al debate sobre la reforma constitucional son harto variadas. Por lo tanto, las líneas que siguen no intentan enfocar dicho debate desde una perspectiva en particular, ni intentan un collage de posibles visiones, sean especializadas o interrelacionadas. El eje sigue estando marcado por las tesis rancieranas y la posibilidad de pensar, a partir de ellas, uno de los tantos tópicos que nos impone la realidad actual. Sin forzar interpretaciones, pero tratando de nutrir y complejizar una problemática fundamental de los análisis políticos contemporáneos. Con esta intención es que nos interesa analizar en qué medida una reflexión filosófico-política sobre la lógica de la democracia, de sus partes constitutivas, de la conformación de sus sujetos y de sus relaciones de poder puede contribuir al debate, tanto de las reformas constitucionales como el de las re-elecciones presidenciales.

Con esta intención abrimos el juego a la Tesis 6, del libro Once Tesis sobre Política, de Jacques Rancière:

Tesis 6: La esencia de la política es la acción de sujetos suplementarios que se inscriben como sobrante en relación a toda cuenta de las partes de una sociedad.

 Hemos dicho, a partir de las tesis anteriores, que ni el pueblo es un sujeto en particular, ni que la democracia un régimen político particular. Por el contrario, la democracia es el régimen de lo político que permite que sea posible la cuenta de “los sin título para mandar”, del demos; es decir, aquellos que al tener únicamente el título de la Libertad, pueden romper la lógica de la dominación. En este sentido, la sexta tesis avanza a través de una contraposición con otras formas de comprender la idea de pueblo en las interpretaciones modernas de la democracia. Dice Rancière: “la tradición republicana moderna insiste de buen grado en la distancia entre la figura principal del pueblo como sujeto de la soberanía y la triste realidad del pueblo como mundo de los intereses y las necesidades, del hambre y la ignorancia”. O “los balances de las catástrofes del siglo XX han denunciado la confusión originaria que liga la inscripción del sujeto «pueblo» a la caída de la figura simbólica del «doble cuerpo del rey».

Este punto amerita un paréntesis. Una de las representaciones políticas más utilizadas desde tiempos remotos hasta hoy para conceptualizar diversas formas de organización social y política ha sido pensar las formas de la vida social a través de la imagen de un ser viviente, partiendo de la consideración de que la representación de lo social orgánico es producto de la dimensión simbólica a través de la cual la autoridad y el orden social adquieren legitimidad. Una de ellas es la del “doble cuerpo del rey”. Dentro de la tradición occidental, la representación de la sociedad como un cuerpo fue una de las referencias clave en el marco de la reflexión teológico-política a través de la cual las monarquías medievales adquirieron legitimidad. Esta representación retoma los elementos fundamentales de la concepción cristiana del cuerpo místico y establece que, además de su cuerpo humano y perecedero, el monarca poseía un segundo cuerpo inmortal y de naturaleza divina que reagrupaba a la sociedad. En el doble cuerpo del rey los diversos órdenes y estamentos que integraban la sociedad política quedaban orgánicamente vinculados entre sí mediante una jerarquía natural.

Esta representación del doble cuerpo del rey se transformó a lo largo de la Edad Media, reflejando y dando sentido al proceso de secularización del orden social y político, que advino con lo modernidad[1]. Con este análisis, desarrollado por Claude Lefort para estudiar la relación democracia-totalitarismo, discute Rancière en nuestra sexta tesis. Lefort afirma que el vacio central de la democracia se liga a la desincorporación de este doble cuerpo –humano y divino- del rey. Por tanto, la democracia comenzaría con el asesinato del rey, es decir, con un derrumbe de lo simbólico, productor de un social desincorporado. Y esta relación originaria equivaldría a una tentación originaria de reconstitución imaginaria de un cuerpo glorioso del pueblo, heredero de la trascendencia del cuerpo inmortal del rey y principio de todos los totalitarismos.

A estos análisis, Rancière le opone que el doble cuerpo del pueblo no es una consecuencia moderna de un sacrificio del cuerpo soberano sino una entrega constitutiva de la política. Es por el pueblo, y no por el rey, que hay un doble cuerpo. Y esta dualidad no es otra cosa que el suplemento vacío por el cual la política existe, suplemento de toda cuenta social y excepción de todas las lógicas de la dominación.

Si bien puede parecer que nos hemos ido un poco por las ramas, la pregunta fundamental que sigue estando en el eje de la cuestión es aquella por la constitución del pueblo, por su comprensión, conformación y lugar. Con el paso de las monarquías a las democracias, el lugar de la legitimidad y del orden pasa del rey-monarca al demos-pueblo. A su vez, el lugar de la legitimidad junto al de la constitución define de qué orden político se trate, totalitarismo o democracia.

Con la referencia al “doble cuerpo del rey”, Rancière pone en discusión las actuales interpretaciones teológico-políticas que disuelve la cuestión de la política en la del poder y de la situación originaria que la funda. De tal manera que el arkhé, “el principio que funda la democracia es un sacrificio, es el asesinato del rey; es una neutralización de todo cuerpo sacrificial (…) Es, más radicalmente, reducir la lógica de la política a la cuestión de la escena originaria del poder, es decir, reducir lo político a lo estatal”.

Los liberales franceses de la primera parte del siglo diecinueve interpretaron la desaparición del símbolo del doble cuerpo del rey como un indicio de lo incierto de la transformación política y social que estaba llevándose a cabo. Esta transformación encubría, a sus ojos, una amenaza de desintegración social, manifiesta en una serie de fenómenos que podían ser relacionados con el hecho de que la sociedad hubiera dejado de conformar un cuerpo político. El poder dejó de estar «localizado» en la persona del monarca y comenzó a constituir un lugar vacío, susceptible de ser ocupado (en principio) por cualquier miembro de la sociedad.

La pregunta por la ocupación de ese “lugar vacío” del poder es la que nos remite a la actualidad de las discusiones políticas en Latinoamérica, respecto a las distintas formas de presidencialismo y parlamentarismo que se están dando, y en ellas, las distintas reformas constitucionales que se han dado en las últimas décadas. Sobre este último punto, algunos autores afirman que la democracia supone tanto la elección libre de un gobierno como la limitación del poder de ese gobierno; y dentro de los mecanismos y disposiciones para esa limitación, la Constitución es sin duda fundamental.

No obstante, como expone Roberto Gargarella en el excelente artículo “Reformar ¿para qué?” del último número de Le Mond Diplomatique, la mayoría de las reformas constitucionales llevadas a cabo en América Latina en las últimas décadas están relacionadas con el momento de institucionalización de derechos y garantías. Sobre todo de distintas minorías sexuales o de pueblos originarios. Si bien estos cambios son de una importancia trascendental para la democratización de las sociedades, Gargarella intenta mostrar que amén de estos cambios en la adquisición de nuevos derechos la parte orgánica de la constitución, la que organiza la distribución del poder, continúa exactamente igual al ideal conservador del siglo XIX, respondiendo a una distribución vertical del Poder.

Llegados a este punto, retomar todo lo expuesto desde las tesis rancieranas, esta y las anteriores, puede servirnos para re-pensar tanto las actuales discusiones sobre la democracia, como las relativas a los temas de la reelección y la reforma constitucional. A esa invitación cerramos con estas preguntas:

¿Cómo pensar los tópicos de la reelección y la reforma constitucional, desde una perspectiva que ponga como eje central la distribución del poder?

¿Las reformas constitucionales, necesariamente implican una transformación en la composición democrática de la sociedad?

¿Cómo y desde dónde se puede pensar una posible distribución del poder?

¿Insistir sobre la discusión parlamentarismo-presidencialismo, reforma-reelección nos sirve a la hora de pensar la legitimación y la ocupación del “lugar vacío” del poder?

¿En qué medida ambas discusiones pueden seguir siendo funcionales a la reducción de lo político a lo estatal?

¿Qué lugar ocupa en la constitución la parte “de los que no tienen parte”?

Si la democracia actual, se asienta sobre una lógica de dominación que distribuye tanto los títulos para mandar, como las partes de la sociedad, ¿qué sentido tienen los mecanismos de limitación del poder?

[1] Vease: “Representar a la sociedad como un cuerpo”, Beatriz Urías. http://biblioteca.itam.mx/estudios/estudio/letras38/notas2/sec_1.html

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