Negros, putos, villeros, desplazados de todo tipo, expulsados de la corrección y exiliados de la normalidad. La propuesta de este ANDÉN es pensar y problematizar el concepto de estigmatización, así como su práctica, su verbalización y su accionar. Si bien un recorrido sobre el origen y la utilización de esta palabra es una labor necesaria e interesante, tanto o más lo son las circunstancias que nos llevan a pronunciarla.

 

En los artículos de este número el lector encontrará que la estigmatización es un fenómeno de carácter social –muchas veces encubierto en falacias naturalistas o científicas–, que a partir de una idea de lo “normal” considerará lo diferente como jerárquicamente inferior. Obviamente, para que esta operación sea posible, lo que se presenta como una mera descripción de los fenómenos tendrá, en realidad, un carácter profundamente prescriptivo.

Como se ve, esta edición no se detendrá específicamente a trabajar sobre el sentido religioso de la palabra estigma. Pues si bien este sentido es parte del desarrollo genealógico del concepto, y en tal sentido tiene su lugar histórico, la propuesta de este número se dirige hacia la utilización actual de la palabra, ya que es su operación sobre la realidad que nos circunda lo que nos lleva a ponerla en escena.

De allí que la pregunta por excelencia: ‘¿qué es estigmatizar?’ conlleve a cuestionarse: ‘¿quién es el que estigmatiza?’. Por más de que muchas veces se encuentran separadas, una y otra no son más que la misma expresión de diferenciación y jerarquización social.

Un pensador negro, Frantz Fanon, da un ejemplo muy elocuente al respecto. Dice que un negro sabe, porque lo experimenta cotidianamente, que su cuerpo no ocupa el mismo espacio que el cuerpo de un blanco:

En el tren ya no se trataba de un conocimiento de mi cuerpo en tercera persona, sino en triple persona. En el tren, en el lugar de uno, me dejaban dos, tres sitios. (…) De un hombre se esperaba una conducta de hombre. De mí una conducta de hombre negro, o por lo menos de negro

El negro, dice Fanon, no es esclavo de la idea que otros tienen de él, sino de su parecer. El negro lleva en su cuerpo aquel elemento que lo estigmatizará, su color está a la vista de todos. Lo mismo que la mujer, el discapacitado, el chino, la travesti y el transexual, el boliviano y el paraguayo, por dar algunos de los ejemplos que se apartan de nuestra ilusoria concepción de argentinidad.

Gustavo Guevara lo presenta a todas luces en su intervención: la estigmatización no deja nadie afuera porque se basa en los prejuicios –y estos son juicios previos a la constatación de los hechos. Quien juzgue previo a los hechos, así como quien prescriba lo que simula describir, está estigmatizando. Y esto no es éticamente incorrecto porque se trate de gente bien que persigue pobres (quienes de por sí son víctimas de un sistema injusto), sino que es inadecuado desde el vamos, en cuanto a los mismos términos en que se desarrolla la operación.

Hoy día parece que la discriminación a partir del color de piel, sexual o económica son brutalidades superadas. Son estigmas que ya no encuentran resguardo o sustento alguno, no gozan de legitimidad ni de aceptación. Son cosas que se pueden colar en alguna que otra conversación, pero que de por sí suenan mal y que se evitan pronunciar salvo en lugares de mucha confianza o poco alcance público. Con el pasar del tiempo la sociedad parece avanzar hacia dimensiones más permisivas e inclusivas. Las diferencias no sólo se aceptan sino que se presentan como deseables. Y en su buen juicio cualquiera puede suponer que puede tener éxito a pesar de su condición natural. Sin embargo, esto nos lleva preguntarnos si la operación de diferenciación social a partir de los prejuicios ha desaparecido o se ha sutilizado. El lector podrá encontrar claras respuestas a estos interrogantes a lo largo de la extensión de esta publicación, y encontrará en el diálogo mantenido con Virginia Cano una clara muestra de cómo opera la estigmatización en la realidad actual.

Las intenciones de esta publicación, en épocas donde las discusiones trascendentales se presentan como dos grupos antagónicos disputando un proyecto de país, se restringen a recordar al lector que hay un horizonte mucho más extenso y mucho más cercano que disputar, tiene que ver con los hábitos, la concepción del mundo y de los sujetos que lo ocupan. Buscan romper los prejuicios y los lugares comunes. Pues esa es, a nuestro entender, la verdadera vocación política

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