El tono de esta rancierana viene al ritmo de la podredumbre periodística, televisiva, argumentativa, comprensiva y todos los “ivas” e “ismos”, en los que se construyen y disputan los actuales “sentidos” sobre una vida política en comunidad y en democracia. No obstante, la clasificación de ellos a través de la podredumbre, no nos exime de pensarlos, interpretarlos, explicarlos y actuar en consecuencia para modificarlos. Por eso, y muy a pesar de los deseos de Rancière, en esta ocasión entraremos al putrefacto juego de las definiciones sobre qué es política y qué no es política.

 

De allí que nuestra novena tesis proclame:

La tarea esencial de la política es la configuración de su propio espacio. Es hacer ver el mundo de sus sujetos y de sus operaciones. La esencia de la política es la manifestación del disenso como presencia de dos mundos en uno solo.

  I- Asco y Política[1]

El problema, sostiene Carlos Asselborn, “está en hacer del buen o mal olor el criterio político de rechazo o aceptación social”, y continúan: “los sentidos producen y disputan sentido. La ‘altura moral’ de un colectivo social depende de su capacidad de rechazo y aversión, su predisposición para sentir asco y aborrecimiento ante determinadas circunstancias y… personas (…) Pero también, esta construcción y sedimentación socio-histórica es presa de cooptación, manipulación y colonización. Y esto no es sólo una moral. Las emociones y sensaciones sustentadas por los cinco sentidos –que poco tienen de “naturales”– fundan políticas cercanas o lejanas a los deseos de emancipación e igualdad social. Son “razones políticas” intensas y eficaces, ya que se alojan en la misma sensibilidad, a veces díscolas respecto a las órdenes de la buena conciencia. Los sentidos construyen sentidos. Producen miradas, ideas, cosas y fundan estéticas, éticas y políticas”.

A esta función social del “asco” como criterio político, la acompaña a su vez una “pedagogía del miedo y del asco”, cuya mejor expresión son la pantalla mediática y el mercado: bondad, coherencia, laboriosidad, sacrificio, amabilidad y todo valor moral que esté dando vueltas en el “ambiente” es asociado con la higiene, limpieza, buen gusto, belleza, pulcritud, buen olor, orden. Frente a esto, el asco exige purificación corporal y moral.

Toda la parafernalia puesta en escena en torno al caso Báez/Fariña, y a las acusaciones sobre lavado de dinero, entre medios del Grupo Clarín y medios oficialistas, puede entenderse bajo esta lógica del asco como criterio político que exige una purificación corporal y moral. ¿Qué objetivo puede tener esta puesta en escena sino el de generar un juicio y condena corporal y moral, fundado en el asco, la repulsión, aversión o descalificación? ¿Cuánto pretenden elevar “la altura moral” de un grupo y magnificar el rechazo y aversión a otro, esta clase de fenómenos mediáticos? ¿En qué sentido construyen una discusión política?

 

II- Odio y Democracia

74_fontenla2Un crimen pasional en un country tiene en vilo al país, manifestaciones de asalariados paralizan ciudades enteras, un selecto grupo empresarial instala un polo tecnológico en una universidad nacional, Sarmiento es desterrado de los colegios, un paracaidista desafía los límites de la atmosfera, “imposible it`s nothing”, la marihuana se despenaliza, florecen casamientos homosexuales, comunidades científicas y bárbaras se anonadan con la procreación artificial… “sería inútil proponerse averiguar qué tienen en común sucesos de carácter tan disímil. En un libro tras otro, en un artículo tras otro, en un programa de radio o televisivo tras otro, cien filósofos o sociólogos, politólogos o psicoanalistas, periodistas o escritores, nos han dado su respuesta. Al decir de ellos, todos esos síntomas traducen una misma enfermedad, todos esos efectos tienen una sola causa. Esta causa se llama democracia, es decir, el reinado de los deseos ilimitados de los individuos en las sociedades de masas modernas”[2].

Pero si el problema es la democracia, la historia del pensamiento y la política cuenta con innumerables críticas a la democracia, desde Aristóteles hasta nuestros días. Tocando puntos de altísima lucidez, cuando por ejemplo, un joven Marx comprendía que las leyes e instituciones de la democracia formal son las apariencias bajo las cuales ejerce el poder la clase burguesa y son, asimismo, los instrumentos de ese ejercicio. O las versiones actuales, cuando los habitantes de los países democráticos se quejan, no ya de las instituciones, sino de la democracia como una forma corrupta de gobierno, una crisis de la civilización que afecta a la sociedad y al Estado a través de ella.

En la historia del desarrollo de las democracias, la actualidad nos encuentra en un punto paradojal, extraño y absurdo: “hay una sola democracia buena, la que reprime la catástrofe de la civilización democrática”[3].

 III- Igualdad y emancipación

El eclipse actual de la política, sostiene Rancière, “es bien real y no existe ciencia de la política susceptible de definir su futuro como tampoco ética de la política que haga de su existencia el único objeto de su voluntad”[4]. En razón de ello es que a lo largo de todas estas notas y tesis, hemos tratado de reconstruir el complejo, laborioso y lento camino rancierano, para comprender algunas ideas que nos ayuden a pensar un sentido distinto de la política y la democracia. Principalmente, en la idea de que tanto la democracia como la política, son formas de vida, modos de ser sensibles, distribución de los cuerpos en comunidad, preocupación por los que no tienen parte dentro de la sociedad, interrupción de una lógica policial, y más.

Este laborioso y lento esfuerzo es primordial para generar imaginarios sociales más justos. No obstante, puede suceder que en ciertas condiciones el entorno lo lleven a uno a saltear pasos, a cortar caminos y tomar peligrosos y hasta no recomendables atajos, a sostener afirmaciones tajantes, imprecisas y traicioneras, pero que en el apremio del juego, valen la pena correr el riesgo.

Sobre todos esos riesgos caen estas últimas líneas, porque si lo escrito en esta y las anteriores notas no ha sido claro, tal vez estas líneas lo sean:

1- La parafernalia mediática, ridícula y absurda que proponen día tras día los noticieros, informativos, programas periodísticos, etc. no constituyen ni constituirán jamás un debate político en sentido emancipatorio, es decir, no propone una discusión que vaya mas allá del asco como criterio político.

2- Denunciar la corrupción de un determinado grupo de individuos no genera ningún cambio hacia una democracia mejor. La corrupción tiene factores sociales de una complejidad imposible de reducir a la “hijaputez” de ciertas personas que “quieren ir por todo”. No hay ninguna forma posible en que la denuncia de la corrupción, por la denuncia misma, genere un sentido social más justo.

3- Encarar un proceso de justicia social, igualdad y reconocimiento supone, como sostiene Asselborn, “desmantelar nuestros modos de percibir/sentir el entorno. Proceso que obliga a una reflexión autocrítica acerca de las sensibilidades que nos constituyen en sujetos corporales: ¿sobre qué situaciones nos emocionamos?, ¿cuándo y por qué el cuerpo que somos siente lo que siente? La producción estetizada de la pobreza parece ser el sedimento neoliberalaún por perturbar a partir de la emergencia de plurales sujetos políticos y políticas de Estado”; en otras palabras, una mayor igualdad social, implica sincerarnos respecto del asco social que construimos (algunos mucho más que otros) día a día como criterio político y humano


[1] Asselborn, C., “Asco y Política. Reflexiones intempestivas sobre sensibilidades sedimentadas y democracia”, en Intersticios de la Política y la Cultura. Intervenciones Latinoamericanas, Vol. 1, EDIFFYH (UNC), Córdoba, Julio de 2012.

2] Rancière, J, El odio a la democracia, Amorrortu editores, Buenos Aires, 2007, pág. 9.

[3] Ídem, pág. 13.

[4] Rancière, J, El Desacuerdo. Política y filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires, 1996, pág. 173.

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