Resulta interesante pensar la utopía y el poder a partir de ciertos clásicos de la ciencia ficción de la época de auge del género, entre 1930 y 1970 aproximadamente, durante períodos marcados por las grandes guerras y luchas por el poder, que implicaron, por un lado, grandes avances científicos y tecnológicos y, por otro, nuevas formas de manejo del poder, muy atravesadas por la estética, los símbolos fuertes y la manipulación mediática.

A pesar de alejarse de los relatos realistas, este género literario logra cierta verosimilitud al encontrar toda justificación en la lógica científica y en la tecnología. Así, logra satirizar y cuestionar las costumbres de una época de manera indirecta a partir de acontecimientos imaginarios, al mismo tiempo que sirve para conferir predicciones y anticipaciones sobre un posible futuro muchas veces poco prometedor.

Como ejemplo podemos citar tres novelas clásicas: Un Mundo Feliz (1932, Aldous Huxley) ,1984 (1948, Georges Orwell) y Fahrenheit 451 (1953, Ray Bradbury). Se caracterizan por ser relatos distópicos: si entendemos a la utopía como el “no-lugar”, entendemos a la distopía como el “lugar no-deseado”.

Encontramos que en ellas se describen sociedades que, bajo un aparente bienestar, resultan ser masas alienadas y esquematizadas que encarnan las intenciones de dirigentes supremos a través de una organizada industria cultural, a la manera en que la describen Adorno y Horkheimer[2]: para todos hay algo previsto, cada uno debe comportarse “espontáneamente”,como se espera, y debe dirigirse a la categoría de productos que ha sido preparada para él; estos pueden, incluso, ser consumidos rápidamente en estado de distracción; se actúa por repetición; las prohibiciones son incuestionables, y fijan positivamente un lenguaje propio.

En el caso de la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury –que no casualmente fue publicada por primera vez por partes en la revista Playboy, la cual obviamente no contaba con aval de la crítica “seria”–, encontramos, de manera muy clara, esta sociedad alienada, adormecida. Una sociedad acostumbrada, por ejemplo, a consumir fármacos mecánicamente para mantener un aparente bienestar, mientras que los intentos de suicidio por intoxicación son tan frecuentes que basta con una máquina y dos operarios, para realizar un lavaje de estómago, y un recambio de sangre en poco tiempo. La novela transcurre en el contexto de una guerra que los personajes ignoran o a la que le quitan importancia. Los “bomberos” se encargan de generar incendios para quemar libros –por eso el título de la novela, que refiere a la temperatura a la que arde el papel –, porque hacen pensar a la gente, y eso es algo muy negativo que lleva a la infelicidad y a la angustia. En cambio, pasan horas con su “familia” proyectada en paredes parlantes, son bombardeados constantemente por información a través de medios de comunicación manipulados por un poder totalitario, que procura vaciar de ideas y contenidos a los ciudadanos, anulando su capacidad de reflexión. La violencia atraviesa lo cotidiano sin generar sorpresa alguna: cualquiera en un mal día conduce su auto a gran velocidad o arroja objetos agresivamente sólo para mostrar algún tipo de disconformidad. Reinan la deshumanización, la manipulación. Y así podríamos continuar enumerando miles de características más que abundan en la novela.

¿No resulta un poco aterrador que las predicciones pesimistas de los escritores mencionados no resulten tan alejadas del mundo que vivimos hoy? La aparente omnipresencia que nos brinda internet, el acceso “ilimitado” a la información (no importa demasiado cuál), la necesidad de saciar la sed de pertenencia a algún tipo de grupo, la “portabilidad” de las relaciones, como si estas pudieran caber en un bolsillo –o lo que es peor, en el ciberespacio – la magia que hace que la inseguridad desaparezca cuando se juega el mundial de fútbol, cuando asume un nuevo Papa, o cuando cae nieve en Buenos Aires…

Retomando las palabras de Berdiaeff: quizás debamos dejar de buscar la “perfección” y preocuparnos más por cuidar nuestras libertades, si es que todavía nos queda alguna■

75_MACCHI2


[1] En “Prólogo” de Un Mundo Feliz de AldousHuxley. Editores Mexicanos Unidos S.A, México, 2004

[2] T. Adorno y M. Horkheimer. (1944-1947) «La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas». En Dialéctica del iluminismo. Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1988.

Entrada anterior Las palabras, ¿límite o potencia de la imaginación social? – Andén 75
Entrada siguiente La utopía de hacer una revista – Andén 75

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *