Para dar fin a algo, resulta un buen ejercicio volver al comienzo, y mirar el camino andado. En la primera nota que dio origen a esta serie de Disparadores Rancieranos, dije que la intención de estas notas era “utilizar una herramienta [las Once Tesis de Jaques Rancière) para profundizar la reflexión, con la intención de llegar a lugares incómodos, que nos hagan repensar nuestras ideas y praxis cotidianas”.

 

Desandemos entonces, a partir de aquí, lo recorrido. Primero: “Profundizar la reflexión”, el diccionario de la Real Academia Española nos ofrece esta serie de significados para el término reflexionar: a) Hacer retroceder, cambiando de dirección; b) considerar nueva o detenidamente algo; c) acción y efecto de reflejar o reflejarse.

Estas acciones son efectivamente las que estuvieron en juego a lo largo de estos meses. Retroceder hasta cada una de las aristas por las cuales repensar el problema de la política, los sujetos, el Estado y la emancipación, para cambiar la dirección a otras posibles miradas, preguntas y respuestas. Considerar nueva y detenidamente las articulaciones entre filosofía y política, cultura y sujeto, texto y contexto, práctica y teoría.

Pero además de estos reflexivos ejercicios de pensamiento y trabajo, también dice esa primera afirmación, que nos interesa “repensar nuestras ideas y praxis cotidianas”. Y si hay una praxis cotidiana privilegiada con la cual estas notas se relacionan, esa es ni más ni menos, que la del consumo y producción de información a través de un medio gráfico. En otras palabras, qué son en su más rayano sentido estas escrituras, sino notas de diario publicadas en un periódico llamado “Anden”. Por tanto, un ejercicio de reflexión hecho y derecho debería decir algo de su propio lugar de producción y circulación, de su propia materialidad y condiciones de existencia. Como señala el último de los significados enumerados anteriormente “acción y efecto de reflejar o reflejarse”…, entonces: ¿Qué reflejan nuestros disparadores rancieranos? ¿De qué manera nos reflejamos a través de ellos? ¿Qué imagen nos devuelve ese reflejo?

La edición N.º 67 de nuestro Andén, de abril de 2012, dedicó un número completo a esta cuestión, titulado “Medios y fines”. En la editorial de aquel número se preguntaba: “Independientemente de la objetividad o precisión del mensaje, ¿qué busca aquel que lo enuncia?, ¿hacia quién lo dirige y por qué?, ¿qué ofrece?, ¿quién lo necesita?, ¿para qué?, ¿qué hay detrás de esa maquinaria?, ¿quién se beneficia? En definitiva, ¿cuál es el fin del medio?”.

Para intentar responder alguna de estas preguntas y de las mencionadas al comienzo y para desentrañar el sentido de está última rancierana, permítanme contarles la experiencia concreta que dio el punta pie inicial a estas líneas.

Algún día entre noviembre y diciembre de 2013, no recuerdo 77_FONTENLA2bien, asistí a una charla en la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba (organizada por la organización estudiantil Sudestada) sobre medios alternativos. Una de las disertantes fue Claudia Acuña, periodista, escritora, fundadora de la cooperativa Lavaca que edita el periódico Mu (entre otras muchas cosas). La misma Claudia Acuña que entrevistamos en ese mismo Andén N.º 67 de 2012. Escucharla fue un shock de claridad para muchas intuiciones que yo venía rumiando en mi cabeza, pero a las cuales no podía darles forma y que tenían que ver con las posibilidades de comunicación de un saber específico como la filosofía, y mas aún en el registro académico de la filosofía, para entrar en contacto con la sociedad, con otros espacios que no fueran precisamente los académicos.

En esa charla, durante más de dos horas, Claudia habló con total convicción del futuro de las revistas culturales, de los proyectos autogestivos, de las cooperativas, del lugar que ocupan la multiplicidad de producciones culturales independientes (gráficas o cualesquiera otras) en el concierto general de la cultura actual. De todo eso que dijo Claudia, yo anote en mi agenda tres preguntas centrales que debía encarar un medio, una producción, una revista, etc. que quisiera hacerse eco de y en las necesidades y preocupaciones sociales (eso que yo buscaba para las posibilidades de mi filosofía, para mis proyectos de escritura en general y para estas rancieranas):

1. ¿Qué queremos hacer entre nosotros y con nuestros lectores?

2. ¿Qué necesidad histórica, actual, cultural y social tienen nuestros lectores?

3. ¿Qué queremos hacer con el Estado?

A estas tres preguntas esenciales, le sumaría una definición clave de las revistas culturales (extensible a otros proyectos culturales) que Claudia Acuña mencionó en la entrevista hecha por nuestros andenistas:

Entiendo por revista cultural autogestiva, aquella cuyo objetivo es comunicar determinada información a determinadas personas que sabe que les va a interesar, y que cuyo objetivo económico es la sostenibilidad. Entonces me parece que el mensaje es el mensaje (ya no es el medio el mensaje), es lo que sostiene a la publicación, la necesidad de transmitir prioritariamente determinado mensaje. Y me parece que además es un actor cultural que media entre la sociedad y el productor cultural sin pasar por las instituciones disciplinadoras: ni del gusto, ni de la política, ni de los ordenamientos, ni las estéticas. Va directo del productor a la sociedad. Entonces pueden mantener canales de interés por más pequeños que estos fueran, sabiendo que no es un problema de cantidad sino que es un problema de que la cultura es diversidad. Y fue por eso una trinchera contra el pensamiento único; y si sobrevivimos fue gracias a esa trinchera, que es pequeña y por eso poderosa […] cada una en sí misma, (son) trincheras de resistencia, por ejemplo a los gustos del mercado […] hoy el periodismo comercial es un periodismo que se ejerce sufriendo, de rodillas y sufriendo y llorando; en cambio, yo creo que el ejercicio de esta profesión en estos medios es un acto de libertad y de alegría.

De la suma de los apartados anteriores, podemos cosechar esta compleja trama de preguntas: ¿Qué reflejan nuestros disparadores rancieranos? ¿De qué manera nos reflejamos a través de ellos? ¿Qué imagen nos devuelve ese reflejo? ¿Qué queremos hacer entre nosotros y con nuestros lectores? ¿Qué necesidad histórica, actual, cultural y social tienen nuestros lectores? ¿Qué queremos hacer con el Estado? ¿Qué busca aquel que enuncia un mensaje?, ¿hacia quién lo dirige y por qué? ¿Qué ofrece?, ¿quién lo necesita?, ¿para qué?, ¿qué hay detrás de esa maquinaria?, ¿quién se beneficia?, ¿cuál es el fin del medio?…

Desde ya, y porque ha sido siempre el modo y la búsqueda de estas notas, no está en mis intenciones responder estas preguntas. Pero sí escribirlas, decirlas y “ponerlas acá” para invitar a releer la serie de estas rancieranas a la luz de estas preguntas, a cada uno de los lectores, e interpelarlo; justamente porque, para Rancière, el acto político, más que reflejar un conflicto de intereses o de interpretaciones, “busca instaurar otra forma de hablar, de percibir y sentir”; y ese principio de relación, esa búsqueda por otras formas de hablar, percibir y sentir, sí es una respuesta que estas notas han intentado articular, una respuesta a cómo entablar una relación con los lectores a través de un ejercicio de pensamiento que los pusiera a ellos, a ustedes, en primer lugar. Y lo hizo poniendo en el centro de esta construcción lector-periodista la apuesta por una comprensión filosófica de la realidad, por una comprensión epistémica, política e histórica de nuestra época cultural, de nuestras necesidades y posibilidades culturales, y de lo que en ella pueden ser herramientas para la resistencia. Resistencia desde otras formas de hablar, percibir y sentir.

Hace poco menos de dos meses murió el inmenso y genial Stuart Hall, teórico imprescindible de los estudios culturales; entre las muchas ideas que trabajó con convicción sobre el estudio de la cultura y sus posibilidades de resistencia, hay una que se ajusta y formula en una versión inmejorable, aquello que hemos intentado en estos ejercicios de reflexión rancieranos: “El propósito de la teorización no es para hacerse una reputación académica o intelectual, sino para permitirnos asir, entender y explicar –para producir un más adecuado conocimiento de– el mundo histórico y sus procesos, y de ese modo configurar nuestra práctica y así poder transformarlo”

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