El grito es un relampaguear de las emociones. Espontáneo, inconsciente, instintivo. Es el último aliento, se dirige hacia otros. Un grito es inmune a las voces mentales que lo comunican. Gritar es un modo de parir, de desestructurar, de abrir, de ser, de deshojar, de reír, de dispartir, de saltar hacia el no pensar.

Cuando gritamos no pensamos:

Vamos a gritar…, el grito nos invade rápidamente como un shock, inesperado.

Le tememos profundamente porque no se deja doblegar, el grito hace que sintamos nuestro lado animal, nuestra forma más primaria.

El grito proviene de lo femenino, ya que se guarda en el vientre, viene de la misma fuerza vital generadora de vida, de donde nace nuestra verdad. Lo que sale de las entrañas no puede mentir, pues no tiene filtro. Es la expresión de nuestro aspecto más emotivo que puede tener la fuerza  de un volcán, que genera y destruye a su alrededor, siguiendo el dictamen de una fuerza interior que mana, cuando es necesario desestructurarse y reajustarse.

Sin fuerza, no hay grito; su opuesto es el suspiro, que pasa sin dejar marcas y es apenas percibido.

El grito es un rito verbal

Ponemos nuestra intención y nuestra voluntad en ese grito. Y solo podemos gritar estando presentes.

El grito es un rito, un culto a la irrita(ac)ción. El grito es fundamental porque suelta lo que alguna vez estuvo atado: el cuerpo.

El grito es ausencia de todo lo que nos rodea, un tempo que suspende todo. Cuando participamos de ese rito, el cuerpo solo se enfoca en la exhalación, es la liberación del sueño retenido, de todos los hálitos retenidos.

¿Y si evitamos gritar, si lo contenemos? Ya no podremos pensar, olvidar el grito nos hace irritables, continuamente disconformes.

Pensemos en aquellos que esperan a que les rayen el coche para poder gritar y desatar su animal guardado, o los que gritan en la cancha, o al televisor. Hay que sacar el animal, ¡todos los días!

Todos lo llevamos dentro, ese animal en realidad no es más que energía vital, es la que genera vida, es la que genera combustible cotidiano para poder levantarse y salir al mundo. Es la que nos da ganas de hacer las cosas, la que nos sostiene en la vida. Cuanto más se usa, más se tiene. No está regida por las leyes de la dualidad. Y es nuestra. Le tenemos miedo. Es consecuencia de años de sometimiento y represión que ejercieron religiones y diferentes modos de pensar sobre generaciones enteras, con la única intención de tener el poder y retenerlo, trocando a malo aquello que somos: nuestro cuerpo. Nos han enseñado que nuestro poder y nuestro cuerpo son malos, salvajes, peligrosos; que la sexualidad, que es parte intrínseca del cuerpo, es un problema.

Estamos tan profundamente marcados que no somos capaces de saludar al que tenemos al lado, si no lo conocemos, de conversar con la gente del colectivo, con la que a veces viajamos una hora entera. Y eso se nos hace normal. Esta es la disociación que se ha logrado, esta sensación de «incomodidad» frente al otro. Una vergüenza nata, sin sentido, ¿por qué la sentimos?, ¿escondemos algo?, ¿será el pecado?

La energía que no se expresa, queda condensada, escondida, no utilizada, necesita reciclarse y, al no encontrar salida de otro modo, se convierte en enojo, violencia, irritación, violación, racismo, xenofobia, homofobia. Tenemos que ser comprensivos y compasivos con todos los que nos rodean, y con nosotros mismos, ya que sin una información real es muy difícil salir de este sistema tan bien implantado y argumentado que lleva tantos siglos de trabajo incansable.

El acceso a esa información real está en aquello que durante tanto tiempo se han ocupado en difamar, y es la llave de nuestra realidad: nuestro cuerpo. Entrar en contacto con él hace que podamos salir de la racionalidad que nos limita; y así comenzamos a vivir según nuestra experiencia, en lugar de hacerlo con el mandato de otros, con el decir de los otros. Escucharnos hace que podamos dejar de escuchar solo lo que viene de afuera.

Por eso el arte es una herramienta para escucharnos. Bailar, cantar, pintar son formas de gritar positivas. Transformaciones de esa energía primaria. Es la única misión que tenemos todos: expresarnos. Salir de la prisión interna, dejar de ser extranjeros dentro de nosotros mismos. Rehabilitar nuestra consciencia, hacer el intento de vivir, de ser felices.

El grito es la condensación de todas las expresiones jamás utilizadas.

Si no nos expresamos, morimos. Podemos gritar o revivir. Podemos buscar las fronteras imaginarias que nos hacen creer que existe alguna frontera, podemos seguir sosteniendo las ficciones que nos cuenta nuestro ego en las que siempre somos las víctimas, o podemos actuar.

Gritar es el primer paso, el último es la libertad

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