Del trabajo comunitario en las escuelas, de las clases en aulas y veredas, de rondas abrazadas entre maestros, alumnos, padres y vecinos, surgen estas preguntas, airadas e inquisitorias denuncias. En cada una se enhebran mil respuestas, por eso preguntamos, porque algo sabemos. Más que una ausencia son invitaciones, manos tendidas para pensar sobre lo que nos merecemos...

¿Cuál es la función de la escuela? ¿Qué le pedimos? ¿Qué ser humano debe formar? ¿Un consumidor, un dócil empleado, un ciudadano libre que paga sus impuestos? ¿O un trabajador consciente de su lugar en el mundo?

¿Para qué hay que aprender? ¿Para qué saber más? ¿Para pasar de grado? ¿Para agenciarse credenciales? ¿Para entrar al VIP? ¿Para ampliar un repertorio de vocablos seductores? ¿Para acomodarse y cuidar la “quintita”? ¿O para reinterpretar las propias interpretaciones, generar nuevas relecturas de la realidad y permitir que la escribamos entre todos?

¿Cuáles son las funciones de los docentes? ¿De qué nos tenemos que hacer responsables? ¿Estamos para cuidar blancas palomitas? ¿O somos los encargados de crear las condiciones para un proceso de producción colectiva de conocimientos?

¿Somos además camareros (de viandas y meriendas), enfermeros (de golpes y raspaduras), médicos de cabecera (de controlar vacunas, enfermedades, pediculosis y miopías), secretarias ejecutivas (de sobres, asistencia, registros, comunicaciones, documentos y constancias), madres y abuelas (de cariño, contención y “educación en la convivencia democrática”), asistentes sociales (del hambre y del abandono) y hasta Reyes Magos (del Día del Niño, las vacaciones y algún cumpleaños)? ¿Será el proyecto que la escuela enseñe menos y se dedique más a contener?

¿Merece un maestro cobrar lo que cobra? ¿Es posible que el Estado pague en negro casi la mitad de un sueldo? ¿Así financia su proyecto de nación? ¿Es la docencia un trabajo pensado para hacer en doble turno? ¿Hay manera de no llegar a casa, encorvados y maltrechos, para dormir y salir, enseñando entre los últimos suspiros?

¿Es el problema de la educación el derecho a huelga? ¿Por qué hay que garantizar ciento ochenta o ciento noventa días de clase? ¿Cuántos más días, mejor? ¿Deben ser a toda costa, a como dé lugar, en cualquier condición? ¿Es eso la publicitada “inclusión”?

¿Cómo propone el Estado resolver la emergencia educativa que deja sin maestros a los niños? ¿Qué hace por la apremiante falta de profesionales de apoyo a la enseñanza (maestras recuperadoras, de apoyo, psicopedagogos, asistentes sociales)? ¿Qué dice de la superpoblación de las aulas? ¿Se puede enseñar y aprender dignamente en salones con más de cuarenta alumnos, hipocresía de un edificio guardaniños?

¿Qué funcionario alimentaría a sus hijos con las viandas que dan en las escuelas? ¿Hay algún criterio nutritivo en su elaboración? ¿Las escuelas son comedores? ¿Se puede estudiar matemática entre gajos de mandarinas?

¿Por qué más horas de inglés y no de plástica o de música? ¿Una lengua extranjera enseña más que los lenguajes artísticos?

¿Por qué se aumentan los subsidios a las escuelas privadas? ¿Los intereses de quién se defienden?

¿Por qué los maestros no participamos ni en las decisiones ni en las discusiones sobre la política educativa? ¿Acaso no estamos en condiciones intelectuales para hacerlo? ¿Nada tenemos para decir?

Si los directivos desbordan de tareas administrativas, ¿quiénes coordinan los aspectos pedagógicos? ¿Los directores son gerentes? ¿Las escuelas son empresas?

¿La competencia beneficia a los consumidores? ¿Qué será la “oferta educativa”? ¿Los alumnos son clientes? ¿La educación es una mercancía?

Si hay cosas que no nos gustan, ¿cómo las podemos cambiar?

Si bien estas preguntas están teñidas por la bronca, todas nacen de una clara alegría. Y de la convicción de cómo debe cocinarse la tortilla. Porque lo cierto es que, en las escuelas públicas, se enseña y se aprende rotundamente mucho mejor que en cualquier otro lado. En ellas vivimos diariamente pariendo encuentros, festejos, letras y colores para todos. Porque la Escuela Pública es el único camino en el que cada cual contribuye al destino del conjunto, peleamos para que crezca y se multiplique

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