Ese sublime y vertiginoso momento en que una ¿espontánea? inclinación al sexo se convierte en adicción. ¿Cómo se produce ese enloquecedor acrecentamiento de autosatisfacción? Largá las manos y leé esta nota, porque el cerebro también es parte de tu cuerpo.

 

Y no, tranquilo. Sabemos que no te deja ciego, que no te hace crecer pelos en las manos y que probablemente a dios no le interese mucho en dónde ponés tus manitas. Podés seguir leyendo esta nota sin culpa, si tu historial chorrea páginas y páginas de videítos e imágenes sobre el milenario arte del amor carnal.

La intención de este breve artículo solo apunta a informar un poco sobre lo que sabemos, científicamente hablando, acerca de cómo ese hábito aparentemente tan inofensivo, barato y accesible afecta esa bella parte de tu cuerpo, que tantas satisfacciones te da, y al que a veces le agradecemos tan poco…, no, no, no te confundas, me refiero al que está por encima de la cintura. No, no, ellas tampoco, más arriba. Sí, ese sí: el cerebro. Ese que es el único, el fundamental para hacer que esos fines de semana pegados a la pantalla se sientan tan placenteros.

Empecemos por describir qué pasa en el cerebro cuando hacemos algo que se siente placentero. Cada vez que hacemos alguna actividad placentera, se activan determinadas zonas, como el núcleo accumbens, encargadas de generar una respuesta y de activar los mecanismos de placer, y también se activa otra, la corteza orbitofrontal, encargada de regular esa conducta y todas las funciones que impliquen toma de decisiones. Por ejemplo, esta última sería la que diría algo así como: “Suficiente por hoy, a escribir el artículo que te pidieron” o “Mejor acostate a dormir, que mañana tenés que laburar”.

Ciertas funciones, biológicamente adaptativas, están ahí para lograr que la especie perdure y sobreviva: comer, dormir, jugar, reproducirnos. Estas funciones le permiten al ser humano adaptarse y sobrevivir en medio de un ambiente hostil. Pues bien, dada la importancia de estas funciones, generalmente no solo están asociadas con la supervivencia sino también con el placer. Sentimos placer cuando nos comemos un buen plato de ñoquis, cuando pegamos una línea en el bingo, cuando nos permitimos la siesta después de una agotadora jornada; y sentimos placer cuando nos dejamos llevar por el frenesí genital y nos entregamos a explorar y a disfrutar nuestra sexualidad.

Hasta acá todo lindo, todo muy adaptativo. El problema aparece cuando alguno de esos saludables placeres se desajusta o, por decirlo de alguna manera, se te va de las manos.

Para ser un poco más didácticos, la adicción al sexo, descrita inicialmente por Carnes (1983) y por Goodman (1997), supone el desarrollo de conduc­tas sexuales irrefrenables utilizadas para producir autograti­ficación. Se trata de una cadena de conductas estereotipadas más allá del control del sujeto, que interfieren en su vida coti­diana, pero que no se puede dejar de practicar a pesar de los aspectos negativos implicados: sentimientos de culpa, inmi­nente ruptura de pareja, daño ocasionado a la familia, temor a enfermedades de transmisión sexual, problemas económicos o amenaza de pérdida de empleo. La adicción al sexo implica un conjunto recurrente de conductas, pensamientos y fanta­sías, activación fisiológica y ansia por llevar a cabo conductas sexuales. En este sentido, el adicto al sexo es como un alco­hólico, pero que se caracteriza por una hipersexualidad que, al no saciarse, está permanentemente presente en el sujeto, que prescinde por completo de la ternura en la relación íntima y que manifiesta una pérdida de control.

Desde no hace mucho, el manual más usado por psicólogos, psiquiatras y demás profesionales de la salud mental (salvo aquellos que solo culpan a la madre o al padre por estos asuntos) el DSM V agrega la categoría de adicciones conductuales o comportamentales a las ya conocidas adicciones relacionadas con el uso de sustancias. El punto es que, si bien en algunas se sugiere la necesidad de un nivel más profundo de investigación, se sabe que en varias de ellas el cerebro se comporta de la misma manera que en las adicciones que implican el uso de sustancias. Esto involucra una compleja relación entre mecanismos de placer y de control de los impulsos.

El eje diagnóstico para determinar si existe una conducta compulsiva o adictiva respecto a la sexualidad incluye varios factores, pero todos están principalmente relacionados con el nivel de control que la persona tiene sobre esta y con cuánto afecta esa conducta sus relaciones interpersonales, su calidad de vida en aspectos como el trabajo, el tiempo libre, y en el posible riesgo físico que puede acarrear para el sujeto.

A diferencia de otras adicciones, la sexual puede adop­tar múltiples formas: desde la masturbación compulsiva, las relaciones promiscuas breves con múltiples parejas hetero­sexuales u homosexuales, los encuentros sexuales con perso­nas desconocidas o la frecuentación habitual de prostíbulos, hasta el uso de pornografía (videos, revistas, ciberporno) o de líneas telefónicas eróticas, en donde se intenta satis­facer fantasías sexuales de toda índole.

Entonces, existe una línea donde aquello que hacemos de manera libre y decidida para obtener placer, deja de ser tan libre y pasa a ser algo más cercano a un problema que a un divertimento. La línea básicamente está en el nivel de control que uno tenga sobre esas conductas y en qué nivel nos complican la vida. Generalmente aquellas personas que sufren de una adicción, no utilizan la conducta de consumo como fuente de placer, sino más bien como mecanismo para aliviar el sufrimiento que genera la abstinencia de este. Tiende a generarse una especie de círculo vicioso, donde la persona vive pendiente de cómo generar nuevas situaciones de consumo a fin de aquietar el malestar que le genera estar sin consumir. Sería algo así como intentar apagar un incendio con nafta, ya que la repetitividad del ciclo genera que el umbral de satisfacción vaya aumentando, con lo que cada vez se necesita mayor nivel de estímulo para generar el mismo nivel de satisfacción. Entonces, lo que antes generabas mirando un videíto a la noche, ahora lo generás mirando dos, mañana cuatro y, en un tiempo, pegándote el faltazo al laburo para quedarte buscando más y más videos.

Claro está que la conducta adictiva no depende exclusivamente de la oferta, es un complejo entramado de factores que principalmente implican cómo funciona nuestro sistema de recompensas y nuestro sistema inhibitorio y a lo que por supuesto también se le va a sumar el factor social, como disponibilidad de consumo, la cultura en la que estemos inmersos y el nivel de psicoeducación de los riesgos del que dispongamos.

Lejos de intentar generar una discusión moralista, el punto es preguntarnos realmente qué nivel de control tenemos sobre esos pequeños grandes placeres mundanos. “Yo lo dejo cuando quiero”, “Con esto, no jodo a nadie” y “Esto no es lo mismo que inhalar cosas” deben ser las frases más trilladas que todo consumidor compulsivo ha mencionado hasta el cansancio respecto a su consumo poco responsable de ese algo que cree que disfruta tanto, pero que en realidad no puede controlar.

Concluyendo, amiga y amigo lectores, si queremos hacer un uso saludable de nuestra sexualidad y de nuestro consumo de pornografía, lo que no deberíamos desestimar, al momento de utilizar nuestro tiempo en cualquier tipo de contenido de esa índole destinado a la autosatisfacción, es: “Consuma con responsabilidad”, “el consumo excesivo de este contenido puede ser perjudicial para su salud” o “ante la duda consulte a un especialista en salud mental”■

80_sanchez1


Bibliografía:

  • American Psychiatric Association (2013), Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders Vol. 5. American Psychiatric Publishing.
  • Chiclana Actis, C. (2013), Hipersexualidad, trastorno hipersexual y comorbilidad en el eje I. Cogreso Virtual de Psiquiatria Interpsiquis.
  • Echeburúa, E. (2012), “¿Existe realmente la adicción al sexo?” Revista Adicciones, Volumen 24 – Número 4.
  • Kühn, S., Gallinat, J. (2014), Brain Structure and Functional Connectivity Associated With Pornography Consumption: The Brain on Porn. JAMA Psychiatry. doi:10.1001/jamapsychiatry.2014.93 Published online May 28, 2014.
Entrada anterior La pornificación de la mirada: ser niños/as y adolescentes en tiempos de selfies – Andén 80
Entrada siguiente Beatriz Preciado y su régimen farmacopornográfico – Andén 80

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *