El agua es uno de los recursos más importantes de nuestras vidas y, sin embargo, es el menos valorado; ocupa el 70% de la superficie de nuestro planeta y, de ese porcentaje, solo el 3% es agua dulce, además tenemos que considerar que estamos hablando de aguas ubicadas en polos, glaciares, ríos superficiales y subsuperficiales, arroyos y lagos en todo el mundo.

 

La Argentina tiene enormes reservas de agua dulce repartidas sobre el territorio, que se usan para la población urbana y para el abastecimiento agrícola de algunas zonas que se cultivan bajo riego. Es válida la aclaración de que, en nuestro país, poco menos del 10% de la superficie agrícola se encuentra bajo riego debido al alto costo que implican las bombas y las estructuras necesarias, no siempre es un problema de falta del recurso. Esta agua dulce, cuando no es aprovechada o usada apropiadamente –incluso el agua subterránea–, termina en el mar, en donde se saliniza.

El objetivo de este texto es reflexionar sobre cómo cada uno de nosotros valora este preciado recurso y cómo lo utiliza. Para esto pondremos como ejemplo la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, todos nos levantamos por la mañana y lo primero que hacemos es abrir la canilla del agua para lavarnos los dientes, esa primera acción puede durar unos pocos segundos o incluso más de un minuto, ¿la canilla permanece abierta todo ese tiempo?, ¿es necesario que esté abierta todo el tiempo? Solo en ese breve tiempo son utilizados aproximadamente casi dos litros de agua, si lo multiplicamos por los casi tres millones de habitantes de la Ciudad, hay un desperdicio de entre tres y seis millones de litros de agua: es mucha agua solo en ese momento. Veamos los parámetros necesarios: la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que la cantidad adecuada de agua para consumo humano (beber, cocinar, higiene personal y limpieza del hogar) es de 50 l/habitante/día; si sumamos el resto de las actividades tanto agrícolas como industriales y otros sistemas que utilizan agua dulce, la OMS calcula una cantidad mínima de 100 l/habitante/día, y si a esta cantidad le sumamos el deterioro de la red de cañerías, es decir, entre 100 l a 150 l/habitante/día, tenemos una demanda diaria aproximada de 200 l/habitante/día, actualmente el 99% de la población está conectado al servicio de abastecimiento de agua potable de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el cual tiene una demanda de 500 l/habitante/día estos datos son del informe “El Agua, fundamental para la vida” publicado por AySA en el 2007

La pregunta es ineludible, ¿cómo podemos usar tanta agua? Y la respuesta es el derroche. Se emplea agua para lavar veredas por lo menos tres veces a la semana; si uno camina a la mañana por la ciudad, es imposible no ver esta práctica, toda esta agua potable termina en el cordón de la vereda, y se estima que es el 30% del agua potable de la ciudad. Otros consumos de agua potable son el lavado de autos, el riego de espacios verdes públicos y privados, el llenado y mantenimiento de piscinas, y nosotros, como sociedad, hacemos un mal uso del agua: al bañarnos, al lavar los platos luego de haber comido, dejamos que la canilla permanezca abierta y, a veces, con un caudal excesivo de agua.

Actualmente todos tenemos un estilo de vida que depende de las unidades económicas que obtenemos por mes en nuestros empleos, luego intercambiamos estas unidades en el mercado por bienes y servicios, esta versión de la economía clásica lleva ya en funcionamiento muchos años. La economía valora cada producto de esta manera o en función de la oferta y la demanda del producto, pero no es la única manera de hacerlo, existen otras. Una de ellas –que actualmente tiene más relevancia en algunas partes del mundo– es mediante la determinación de la huella de carbono, que consiste en comprobar la cantidad de dióxido de carbono (medido en Kg de CO2 emitidos a la atmosfera para producir una unidad de producto) que se produce durante el proceso de fabricación de un bien determinado o en un servicio. Otra forma de valorar los bienes –que no tiene que ver con cuestiones económicas– es la huella hídrica, similar a la magnitud anterior, pero en este caso reflejando la cantidad de agua que se consume durante el proceso de fabricación de un bien determinado o un servicio.

Para dimensionar mejor esta magnitud, tomaremos como ejemplo algunos bienes que se producen en el campo. En nuestro país, los agricultores necesitan novecientos litros de agua para producir un kilogramo de maíz; mil trescientos litros de agua para producir un kilo de trigo; tres mil litros de agua para obtener un kilo de arroz, y si pensamos en productos derivados de estos, como la carne vacuna, vemos que necesitamos quince mil litros de agua para generar un kilo de carne. Esta cantidad de agua, en el caso de la producción de los granos, es la que se necesitó para el crecimiento de la planta y para otros procesos que son necesarios para la obtención de los productos. En el caso de la producción de carne vacuna, tenemos que tener en cuenta el agua que se destinó para producir tanto el forraje como el grano para alimentar al animal, además debemos sumarle el agua que este consume diariamente; y en el caso de que el animal esté en un corral, se debe adicionar a la cuenta el agua utilizada en el lavado del corral. Podemos comparar también la producción de la carne de pollo, que tiene una huella hídrica de cuatro mil trescientos litros de agua por kilogramo de carne, y de esta manera podemos ver que el consumo de agua para la producción de carne de pollo, comparado con la producción de carne vacuna, consume la tercera parte de agua.

Estos valores se obtienen de dividir la cantidad de agua total que el sistema de producción utiliza, sobre la cantidad de carne que ese sistema produjo, es un valor entero que permite, por ejemplo, comparar la producción de carne en la Argentina con la de otro país, o incluso las de distintas zonas dentro de la Argentina. Cualquier producto puede ser comparado de esta manera, y es también interesante saber a la hora de consumir que, por ejemplo, la producción de arroz tiene una huella hídrica tres veces mayor que la del maíz, es decir, que podemos diferenciar los productos que consumimos según las huellas hídricas de su producción. Con esta aclaración, no se pretende que se deje de lado el consumo de ningún alimento, necesitamos del consumo de todos, lo que se busca es una reflexión sobre cómo nuestras decisiones de consumo impactan en el ambiente de maneras que no imaginamos.

En algunas partes de Europa, los alimentos tienen, en sus envases, los datos acerca de la huella de carbono y de la huella hídrica, gracias a estos rótulos si uno lo desea, puede elegir un producto –por ejemplo entre dos latas de tomates–en el supermercado no por su precio, sino por su impacto en el ambiente

Es muy importante que nos informemos, primeramente, y luego valoremos el recurso del agua, que nos concienticemos sobre su uso responsable, ya que, para nosotros, está siempre disponible, y recordemos que aunque pueda existir agua sin vida, no puede existir vida sin agua. Es necesario rediseñar nuestros sistemas de vida y cambiar el paradigma actual, esta situación no es sustentable en el tiempo, asumamos nuestras responsabilidades ambientales para nosotros y nuestros hijos ya que ellos heredaran nuestros problemas■

81_landolfo1

Entrada anterior Agua que puedes beber, no la dejes correr – Andén 81
Entrada siguiente “Queremos una cuenca que sea productiva y que el río forme parte de nuestra vida cotidiana” – Diálogo con Lorena Suárez, Coordinadora de Comunicación e Información Pública de ACUMAR – Andén 81

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *