El agua es un elemento simbólico en la mayor parte de las tradiciones y culturas. Su condición imprescindible para la vida humana explica su aspecto mítico. En este caso particular, exploramos una de las costumbres judías asociadas al agua: la tebilá, un baño ritual que se realiza en momentos claves y en los cierres de ciclos. Las mujeres ortodoxas, por ejemplo, van a la mikve al finalizar el período menstrual y antes del reencuentro sexual con sus esposos. Las razones y leyes que explican esta práctica se remontan a tiempos bíblicos. Y sin embargo, hoy, se sigue realizando.

 

Antes de adentrarnos en la comprensión de este ritual, conviene detenerse en algunos saberes generales sobre la religión judía. La Torá es el libro sagrado del pueblo judío, compuesto por los cinco libros del Pentateuco: Génesis (Bereshit), Éxodo (Shemot), Levítico (Vaykrá), Números (Bemidvar) y Deuteronomio (Devarim). A grandes rasgos, se puede decir que existen tres distintas vertientes: el judaísmo ortodoxo, el conservador y el reformista. El movimiento reformista, o judaísmo liberal, fue creado en Alemania en el siglo XIX como un intento de adaptarse a los cambios sociales producidos por la Modernidad. Esta tendencia se extendió posteriormente a Estados Unidos. El movimiento conservador se estableció en la segunda mitad del siglo XIX. Sus fundadores no querían identificarse con la ortodoxia, a la que juzgaban anacrónica; tampoco acordaban con el reformismo, que cambió de forma radical la religión. Entonces, los conservadores fijaron para ellos cinco principios: el cumplimiento de los preceptos positivos, es decir, aquellos que hay que realizar: el hebreo, como lengua de rezo; el cuidado del kashrut (es decir, qué y cómo se puede comer); el shabat (sábado), como día de descanso, y la creencia en el día de la redención. Por su parte, el movimiento ortodoxo sostiene la creencia de que Dios otorgó al pueblo judío la Torá escrita y condujo al proceso de la Torá oral, es decir, la interpretación. El principio fundamental es el cuidado riguroso de las leyes del Shulján Haruj, un libro compilado por el rabino Iosef Caro en la ciudad de Safed (Norte del actual territorio israelí) en el siglo XVI, que contiene las principales leyes judías y los seiscientos trece preceptos. La principal tendencia conservadora o liberal en la Argentina se consolidó institucionalmente en 1962, cuando el rabino estadounidense Marshall T. Meyer fundó el Seminario Rabínico Latinoamericano. Es el lugar donde se forman los rabinos conservadores y reformistas argentinos y, desde hace aproximadamente veinte años, también las rabinas.

Es necesario desmitificar una serie de prejuicios sobre el judaísmo. En primer lugar, la idea de que el sexo solo es para concebir. En segundo lugar, el mito de la sábana que separa los cuerpos de las parejas y que solo permite la penetración a través de un orificio. Según el enfoque de Jabad Lubavitch, un movimiento judaico internacional deudor del jasidismo del siglo XVII y XVIII, la visión del sexo como impulso maligno y la idea de pasión como Dios supremo son rechazadas por el dogma judío ortodoxo. En el contrato matrimonial está estipulado que el esposo debe satisfacer las necesidades sexuales de la esposa: “El placer sexual de la mujer no constituye un tabú, sino su derecho dentro del matrimonio”. Uno de los argumentos que esgrime Jabad Lubavitch es la etimología de los términos hebreos. El primer hombre fue llamado “Adám” porque fue creado de la “Adamá” (tierra o suelo) y la traducción se mantiene casi idéntica. Sin embargo, Eva no guarda relación con el original hebreo “Javá”: “Eva se deriva del término oeff’, palabra que en inglés antiguo significa mal”. El movimiento Jabad Lubavitch ve en esto una asociación con la idea de pecado, tentación y ulterior caída. Pero Javá viene de la raíz “jai”, que significa vida, lo cual demuestra una visión originaria de la mujer, radicalmente distinta de la que ha sedimentado en la cultura occidental. La ortodoxia judía considera que la perspectiva romántica del matrimonio ha sido tergiversada por una supuesta moral judeocristiana que no sería tal. No obstante, existe en el judaísmo más religioso cierta noción de santidad de la relación física en el marco del matrimonio. Los modos de vida contemporáneos y heterodoxos pondrían en riesgo esa idea de santidad. La perspectiva de Lubavitch y de la ortodoxia en general no se considera legataria de lo que llaman “cultura occidental y cristiana” y en ese ámbito es donde entraría el rechazo a la idea de tentación carnal. El sexo es sagrado, aunque solo al interior del matrimonio, e incluso la sexualidad tiene sus protocolos.

Fabiana no siempre fue religiosa. Durante muchos años, vivió el judaísmo de manera liberal. Cursó el profesorado de inglés, aprendió a cantar y buscó respuestas a sus preguntas en variadas disciplinas esotéricas. Un día sintió que el judaísmo tenía respuestas a todos sus interrogantes (respuestas tentativas, como lo son todas, pero con siglos de aceptación) y eligió la ortodoxia como modo de vida. Se casó, tuvo cinco hijos.

Con preguntas similares a las que una vez ella tuvo, le golpeo la puerta y ella me recibe con café y rosquitas. Lo primero que hace es enseñarme a distinguir entre las miztvot (los preceptos) y el jok (la ley). La ley no tiene explicación, se basa en la fe. La tebilá (el ritual que se realiza en la mikve) si bien forma parte de otras mitzvot, es más bien un jok.

–La tebilá es un método anticonceptivo que la ciencia hoy apoya –asegura–. Impone a la pareja cinco días sin contacto durante la menstruación. Se establece una relación de amistad, lejos del hastío de la cercanía permanente.

La noción de matrimonio judío se basa en la idea de reencuentro de dos almas que se originan en el shamaim (cielo) y, cuando advienen a la vida, se separan. La boda es ese reencuentro, y estos siete días reactualizan ese tiempo de separación. Son jornadas de renovación de ganas para que la unión sea más dulce.

Después de los cinco días de menstruación, vienen los siete días de purificación, llamados “días blancos”. Durante ese tiempo, que corresponde a la reconstrucción del endometrio, la mujer se hace una serie de revisaciones llamadas Bediká. No se mantienen relaciones durante esos días, lo que evita que quede alguna herida abierta. La revisación última se llama Efsek Tahará, que viene de tahor, es decir, puro. Esta revisación se hace antes de la caída del sol.

–A la mikve se va sin nada–cuenta Fabiana–. Hay una mujer, la balanit, que controla que no tengas ni una sola uña larga, ni un anillo, ni un poco de rímel. No te mira exhaustivamente, pero chequea que todo esté ok, te da la toalla y te acompaña hasta el agua.

Está en cada uno ser riguroso: “Todo depende de cuánta ir hat shamaim tenés, o sea, ‘temor al cielo’. Cuanto más temés al cielo, mejor persona sos, porque este temor reemplaza todos los otros miedos posibles”. La tebilá consiste en una serie de inmersiones. El objetivo también es relajarse y salir de la rutina, lograr que te rodee toda el agua. Se dice una berajá (bendición) después de la primera inmersión y se continúa con otras seis. Finalmente, al salir del agua y cubrirse con una toalla, se pide por los hijos, por el hogar, por el marido, por algún enfermo en proceso de sanación, etc. Es un momento de mucha santidad. Tanto, dice Fabiana, que en el siglo XIX, en Rusia, muchos lo hacían en aguas naturales y al aire libre. “Al finalizar el ritual, se tiene el sentimiento de lo que puede ser el mundo venidero. Esto se debe a que el cuerpo de la mujer es un potencial creador que se asocia con Dios para dar vida. Si el óvulo no fecunda, es una pérdida de vida. Por eso se considera la sangre menstrual como impura, y no por la idea de suciedad”.

La tebilá es un ritual que se realiza “sin relojes”. El tiempo que corre debe quedar afuera para lograr la relajación más completa posible. Según Fabiana, la construcción de la mikve es más importante que la de una sinagoga, porque constituye la santidad del pueblo judío: si la mujer no realiza el ritual, no puede reencontrarse con el marido ni concebir. Es una ley que no se puede explicar ni comprender con el intelecto. Es algo que hay que hacer para poder sentir: “Nuestra frase para eso, que se aplica a muchos aspectos de la tradición, es ‘Naasé ve nishma’; está tomada del libro de Éxodo y significa “haremos y escucharemos”. Primero se lleva a cabo la ley y luego se entiende el por qué. En esto radica nuestro libre albedrío”.

En la comunidad Amijai, del barrio de Belgrano, me recibe el Rabino Alejandro Avruj para dialogar sobre la Mikve, desde una visión más heterodoxa.

–El ritual de la mikve es uno de los más antiguos que tiene el pueblo judío. El agua está profundamente asociada no solo a la tradición judía, sino a una cantidad de culturas en todo lo que concierne a la purificación, la espiritualidad y el renacimiento. Inicialmente tiene que ver con la idea de la renovación. El agua es el único elemento que aparece en el libro del Génesis, que indica cómo era el mundo anterior al mundo. El primero de los versículos dice: “En el comienzo de la Creación de Dios, todo el universo estaba en medio de la oscuridad, en medio de un caos revuelto, y la oscuridad se cernía sobre el abismo. Y el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas”. Es el único elemento que aparece: una especie de mar gigantesco revuelto en la oscuridad y caótico, donde Dios comienza a poner claridad, luz, orden. Así como se sabe científicamente que el origen de la vida nace en el agua, según la Biblia, también: los primeros seres vivos que aparecen en la tradición del génesis son los peces, y de allí salieron los reptiles y de allí salieron las aves. Todo lo que tiene que ver con el mundo de la ciencia, ya lo dice el génesis hace varios milenios. El agua está profundamente asociada con el nacimiento y el renacimiento. La tebilá en la mikve es un ritual que se utiliza para una cantidad de momentos relacionados con nuevos comienzos.

–¿De dónde viene la palabra mikve?

–De Mikvá, que es el lugar donde se unen las aguas, que a su vez viene de la palabra tikvá, que es esperanza. Tiene que ver con el lugar en donde esa esperanza nace.

La tebilá, según el rabino Avruj, debe realizarse en un lugar de aguas naturales y corrientes. La prescripción de la mitzvá exige que el agua fluya, que no esté estancada. Puede ser un mar o un río, pero nunca un lago.

–¿Cuál es el valor simbólico del agua?

–El agua está presente en la mayoría de las culturas religiosas en lo que concierne a la purificación. Es como el bautismo en la religión cristiana. Volviendo al Génesis, hay una historia muy linda que dice que cuando Dios manda el diluvio, el mundo estaba envilecido y sacudido por la corrupción y la maldad. Dios hace renacer la humanidad con Noé. Nosotros desde acá vimos un diluvio, pero Dios lo que hizo fue meter el mundo en unamikve, para darle una nueva oportunidad.

–¿Cuáles son las fuentes donde aparece mencionada o aludida esta práctica?

–En la Torá aparece como “mikvaot ha maim” (fuentes de agua) en el Génesis. En el momento de la creación, cuando Dios dividela Tierra del Agua, juntó las grandes mikvaot shel maim (fuentes de agua) y las separó. En el relato del diluvio se abrieron las grandes fuentes del cielo y cayeron las aguas. El ritual aparece más fuertemente decretado en los textos de la Mishná y el Talmud, que son compilaciones de comentarios sobre la Torá, posteriores a los tiempos bíblicos, donde ya existían estas prácticas. Incluso hay otras costumbres que hoy se hacen de manera más natural, que son desprendimientos de aquellas. Por ejemplo, antes de la bendición del pan se realizan tres lavados especiales de manos y se pronuncia una bendición que se llama “Netilat Yadaim”. Algo que parece natural y obvio no es ni natural ni obvio. El primer chorrito es para sacar la suciedad. El segundo es para quitar el agua sucia con la cual se limpió la suciedad. El tercer chorrito es para demostrar que no se enjuaga con el fin de lavar, sino con el propósito de purificar el espíritu antes de comer. Ciertas tradiciones nos dicen que algunos grupos, especialmente los esenios, antes de ir a la mesa a comer el pan, iban a la mikve. El acto de lavarnos las manos es una pequeñísima expresión de cómo era esta tradición en la antigüedad.

–¿En qué consiste la construcción de lamikvea nivel técnico?

–Se trata de dos piletas contiguas. En una se junta agua de lluvia y en la otra, agua calentita de la canilla. Esto es posible gracias a un sistema que tiene que estar corriendo todo el tiempo, pero con agua nueva, cristalina. Se abre una compuerta y, como las dos fuentes tienen la misma cantidad, las aguas no se mezclan. El líquido funciona como una pared. Pero se chocan y es como si se besaran. Cuando te metés en el agua calentita, simbólicamente también te estás metiendo en una pileta que tiene agua de lluvia. Ese es uno de los sistemas.

–¿Está pautado el rito?

–Hay diferentes salmos o textos que se pueden leer. Generalmente, uno se sumerge tres veces en la mikve. En algunas tradiciones, siete veces. Tiene que ver con una conexión espiritual con lo más profundo de uno. Sumergido en el agua, los sentidos cambian: uno no ve ni escucha igual. El agua te cubre por completo: la idea es volver al origen, como si fuese un gran útero, y renacer para un proyecto: de casamiento, de familia, de identidad judía, de sanación, del nuevo año, etc., por eso se va sin ropa ni accesorios. Exactamente como uno vino al mundo para comenzar otra vez.

Fabiana coincide con el rabino liberal en la concepción de la impureza. Según Alejandro Avruj, al decir “puro” o “impuro”, uno suele poner una connotación moral. En el mundo bíblico, nada de eso es así. Una persona es impura porque ingresa a ese estado y así como ingresa puede salir. No se vincula con su conducta ni con sus actos, ni con sentimientos o forma de ser. En esos tiempos había muchas formas de impureza en tanto estado del cuerpo: las secreciones cutáneas, el período menstrual, el contacto con un muerto, etc. Por ejemplo, cuando uno sale de un cementerio, se tiene que lavar las manos. Se ingresa en un estado que requiere una limpieza: una mikve. El rabino aclara: “No son tradiciones que nosotros sostengamos en el mundo más liberal, pero sí existían en otros tiempos y está prescripto qué hacer en los textos de la Halajá[1]”.

Chantal se casa. Ella y su novio acordaron una ceremonia liberal oficiada por la rabina Karina Finkielsztein. En algún momento, Chantal también quiso ser rabina pero se inclinó por el psicoanálisis. Unos meses antes de su casamiento, ella calculó cuándo tendría su último período antes de la boda, para poder realizar la tebilá según el rito liberal. La rabina le sugiere que invite a las mujeres más importantes de su vida. Llega el día fijado, un miércoles de mayo. Somos cinco las presentes. Karina nos explica que el origen de la práctica se rastrea en las primeras fuentes bíblicas, donde se dice que Dios separó los cielos de las aguas. Mientras tanto, Chantal se prepara y una vez que tiene solo una salida de baño, entra a la mikve y se sumerge. Ahí entramos nosotras. El recinto es pequeño, tiene una pileta en forma de L y alrededor una superficie donde sentarse. A duras penas entramos en cuclillas. Chantal está parada en la pileta y apenas sobresalen sus hombros. Las luces están apagadas y solo hay una vela prendida así que no se ve su desnudez. Karina orienta el orden de las inmersiones. Le pide a Chantal que cada vez que se sumerja piense en la etapa que se cierra y en las cosas que desea dejar atrás. Luego, me pide que prenda la segunda vela. “Esa vela la vas a guardar y cuando busquen su primer hijo, volverás a encenderla. Vamos a regalarle ruaj a Chantal”. “Ruaj” significa hálito, soplo, espíritu, viento. Y es una de las primeras palabras que aparece en el Génesis. Dar “ruaj”, en este caso, es comenzar a cantar. Salimos del recinto, húmedo y caluroso. Chantal permanece sola en la mikve en un momento de introspección total. Sale, se cubre con la salida de baño y se sienta a la mesa del salón contiguo con todas nosotras. Entonces, Karina nos enseña que la novia está en uno de sus momentos más sagrados y que tiene una suerte de conexión Wifi con Dios. Por eso, si evitamos precipitarnos hacia el banquete, ella nos puede dar bendiciones.

Alguna vez Karina le concedió un reportaje al diario Clarín donde afirmó: “La religión judía es más de preguntas que de respuestas”. Y, sin embargo, Fabiana había encontrado en la religión todas las respuestas que buscaba. Me pregunto si no estará allí la diferencia filosófica fundamental entre la ortodoxia y el judaísmo liberal. Lo que define el punto común del judaísmo reformista o conservador está en las palabras de Karina: “Todo depende de en qué comunidad quieras vivir tu judaísmo”■


[1]Halajá es el término general para la ley judía; también se refiere a la decisión definitiva y autorizada sobre cualquier tema específico. Está basada en los mandamientos de la Torá escrita y oral, como también en toda la legislación rabínica, incluyendo las decisiones jurídico-religiosas transmitidas a través de las épocas en forma de respuestas y comentarios de grandes e importantes sabios rabínicos. Cfr. http://www.tora.org.ar/contenido.asp?idcontenido=429.

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