En contextos de encierro, la experiencia educativa adquiere una dimensión liberadora. Allí donde se deposita lo que la misma sociedad provoca, Atrapamuros, colectivo de educación en cárceles, vuelve carne las teorías de Paulo Freire y las resignifica; no solo en clave política, sino en clave humana.

 

Definirse desde la educación popular es definirse en movimiento, en continua transformación, en crecimiento. Es una educación que parte de la práctica, de lo conocido y de lo cotidiano. No es un suplicio ni un sufrimiento, sino ante todo un derecho. Las teorías no se aprenden de memoria: se incorporan; las aprendemos porque sabemos usarlas. Pero sobre todo aprendemos a estar alertas, a no dar nada por sentado, a ser críticos y a no conformarnos con lo dado: ese es el motor de nuestra educación.

Si bien hoy Atrapamuros tiene injerencia en varios penales dependientes del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), los comienzos de la agrupación se remontan a unos siete años atrás, donde la motivación inicial era brindar clases de apoyo para personas detenidas que estuvieran inscriptas en las carreras de sociología o historia de la Universidad Nacional de La Plata. Sin embargo y a medida que nos adentrábamos en el trabajo que estábamos haciendo, necesariamente comenzamos a cuestionar la educación que la formación universitaria brinda, por lo tanto empezamos a cuestionar nuestro propio rol al “extender” una relación educativa del tipo bancaria.

Así empezamos a formarnos en la corriente pedagógica conocida como “educación popular”, que logró gran repercusión a partir del extendido trabajo de Paulo Freire. Entendimos la transformación de la sociedad con una perspectiva socialista del mundo, a partir de la acción educativa, como uno de los ejes centrales de organización. Encaramos el reto de pensar el vínculo educativo en íntima relación al complejo territorio en donde lo desarrollamos, dándole forma específica a nuestra intervención en la cárcel en diálogo con los presos y las presas.

A partir de una nueva definición política, donde la educación popular es nuestro horizonte, establecimos dos objetivos: en primer lugar, reordenamos nuestro acompañamiento a estudiantes universitarios; si bien mantuvimos el objetivo de abordar los contenidos establecidos para las materias, no dejamos de pensar el proceso de una forma enriquecedora donde los saberes diversos puedan ponerse en juego. Entendemos que obtener un título universitario y acceder a educación de alto nivel académico logra empoderar al pueblo, por lo que no debemos cometer el error de excluir a los sectores más desfavorecidos de estos ámbitos. Sin embargo, logramos construir, con los mismos contenidos, otro tipo de procesos y encuentros educativos donde las distintas voces puedan ser críticas, donde el cuerpo pueda ponerse en juego, donde las distintas experiencias logren complejizar los contenidos trabajados.

En segundo lugar, nos propusimos poner en debate problemáticas que vayan más allá de los contenidos académicos y lograr llegar a otros sujetos, superando al pequeño grupo de universitarios con el que trabajábamos. Así, logramos proponer talleres en distintos ámbitos de las escuelas de las unidades penales, en algunos de los lugares abiertos, como patios o espacios de recreación y en pabellones. De esta forma, se acercaron pibes y pibas que se encontraban estudiando en la primaria y en la secundaria, otros que solo trabajaban y algunos sin ninguna actividad en particular. Con ellos, y muchas veces con una participación conjunta con universitarios, propusimos ejes temáticos que permitan pensar distintas dimensiones centrales que los atraviesen.

Actualmente trabajamos en siete unidades penitenciarias de La Plata y alrededores. Las principales dimensiones que trabajamos en todos los talleres son: la organización dentro de la cárcel y en la calle, las problemáticas de género, los derechos universales, la educación popular y la comunicación popular. Además, trabajamos sobre la base de los ejes temáticos que van enlazando dichas dimensiones, como pueden ser el trabajo, la educación, la salud, el acceso a la vivienda, la participación política, la violencia, la violencia de género, la historia, el arte (cine, dibujo, mural, literatura, teatro) y la producción de material comunicacional (principalmente revistas gráficas y radio).

Retomando a Freire y tratando de “pensar donde los pies pisan”, nos resulta casi intuitivo que en un contexto tan complejo como es el encierro, la educación tradicional no podría ser la respuesta.

La educación popular, si bien la consideramos una perspectiva política, también es una herramienta fundamental para empoderar a los sectores más desfavorecidos. Creemos que hay muchas voces silenciadas y no es solamente en los penales; en los barrios, en las escuelas, en diversos ámbitos se impone una sola visión del mundo. El reto fundamental es poder poner en movimientos y comunidad todo ello que es callado, poner en movimiento también esos cuerpos que bajo un sistema de explotación tienden a quedarse quietos.

Por ello, sea en el territorio que sea, es imprescindible lograr una visión crítica de nuestras propias actividades. Luego de cada taller o encuentro, se debe hacer un balance de todo aquello que salió bien y de todo lo que hay que mejor; creemos que la planificación es el eje transversal de toda intervención educativa, sin planificación no hay objetivos que puedan guiarnos. Vamos recorriendo un camino como educadores populares y, en algún momento, tenemos que detenernos para ver qué hicimos, cómo lo hicimos y qué resultados estamos teniendo para no seguir de forma mecanizada en nuestra labor. Creemos, también, que si no escuchamos verdaderamente a todas las personas implicadas en el vínculo educativo, no podremos ver con claridad el territorio donde estamos realizando nuestra práctica. Entonces escuchar(nos) y mirar(nos) son dos acciones que debemos incorporar de forma consciente y constante.

Pensamos que la cárcel, como ámbito de intervención, es uno de los más cerrados y represivos. Si vemos los números oficiales del Servicio Penitenciario Bonaerense, solo el 30% de las personas privadas de su libertad acceden a educación formal en nivel primario o secundario. Esto quiere decir que el 70% de los presos y presas tienen vulnerado el acceso a la educación. Ante este escenario, la opción es reforzar la organización y adquirir todas las herramientas posibles para lograr empoderarnos de forma colectiva. Lo que nos interesa remarcar es que si en estos ámbitos logramos conformar grupos de personas que intercambian posiciones y son capaces de crear artísticamente y comunicacionalmente, entonces es posible lograrlo en cualquier lugar en el que nos lo propongamos.

Como educadores populares, debemos tomar el difícil camino de desandar nuestra propia experiencia educativa, por lo tanto deconstruir nuestra propia subjetividad. Son caminos dolorosos de hacer y de deshacer, pero si son colectivos y genuinos, logran ser profundamente liberadores

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