El mundo de los desechos es basto. Tanto, que la casi totalidad de procesos humanos finaliza con alguna de sus formas. ¿Qué decir entonces de aquellos restos que revelan procesos de otras edades y de otros pueblos? ¿Qué decir de aquellos desechos a los que el tiempo vuelve signos, rastros, huellas del andar de una comunidad por el mundo?


Los objetos forman parte de nuestra vida, estamos rodeados de elementos por los cuales nos comunicamos e interactuamos: los acumulamos, los reutilizamos, los reciclamos, los usamos para que nos identifiquen. Tarde o temprano, gran parte de esos objetos serán desechados e integrarán las montañas de basura que se ven en las márgenes de las ciudades. Hasta tal punto que en la actualidad la basura se ha convertido en un asunto controversial en el que participan políticos, medioambientalistas y otros. Una mirada diferente sobre los procesos de generación de basura y los desechos en sí mismos se puede formular desde la arqueología, disciplina que estudia las relaciones humanas a partir de sus restos materiales. En estas líneas, invitamos a pensar en los procesos de generación de basura no solo como un problema ecológico, sino como un proceso activo, de creación destructiva a partir del cual es posible estudiar comportamientos y relaciones humanas.

La basura de ayer

A lo largo de la historia humana, los objetos han formado parte de nuestra vida, tanto aquellos que conservamos como aquellos que descartamos. De hecho, la arqueología se desarrolló como ciencia al estudiar las relaciones sociales a partir de los materiales que forman parte de ellas, entendiendo a los objetos no solo como una creación humana, sino como elementos que a la vez afectan a las personas constriñendo o habilitando sus capacidades de acción. El estudio de materiales hoy conceptualizados como “antiguos” y “arqueológicos” ha permitido identificar y reconocer variados aspectos de la vida social y cotidiana que tuvo lugar en otros tiempos. De esta forma, es posible abordar aspectos que en un momento determinado se quieren mostrar y para los cuales se generan acciones concretas con intenciones de trascendencia (como por ejemplo la conservación de pequeños tesoros familiares, el desarrollo de obras monumentales, entre otros). Por otra parte, también es posible estudiar aquellos aspectos que no se muestran, que no han sido documentados por los propios actores y que, sin embargo, han conformado parte de su accionar. En este caso, el estudio de los desechos resulta fundamental. Un ejemplo es el proyecto “Tucson Garbage” desarrollado a inicios de los años setenta por el arqueólogo norteamericano William Rathje. Este proyecto analizó la relación entre datos de encuestas acerca de hábitos de consumo y el estudio de los desechos domiciliarios de las personas encuestadas. La basura mostraba que los sujetos respondían a los encuestadores desde la imagen que tenían de sí mismos y no desde lo que efectivamente ocurría.

Para la arqueología, el estudio de la basura se fundamenta en el supuesto de que toda sociedad humana genera procesos de descarte debido a que integramos un ambiente que, en nuestro devenir, vamos transformando. Esto da cuenta de que todo medioambiente es construido por las relaciones que establecemos en nuestra existencia y a través de ellas. Las decisiones sobre cuándo, cómo, dónde y qué se descarta, así como aquellas relacionadas con la recuperación y reutilización de objetos descartados no son decisiones aisladas ni utilitarias. Éstas remiten a un marco social a partir del cual ciertos elementos son valorados y otros no. En efecto, se ha observado que, en sociedades de cazadores recolectores, ciertas decisiones vinculadas con la elección de lugares de descarte para elementos orgánicos –semillas–previeron la modificación de la flora que conformaba originalmente su territorio. Así, espacios que a primera vista consideraríamos en la actualidad “territorio virgen”, en realidad, son el producto del descarte estratégico de basura mucho tiempo atrás. En otros casos, el estudio arqueológico de la basura ha sido provechoso para identificar patrones de alimentación y diferenciación social. Por ejemplo en grupos sociales con jerarquías bien marcadas, donde la relación entre tipos de desechos y los contextos desde los cuales éstos provienen, se pueden identificar materiales utilizados y descartados por cada sector social.

En suma, el estudio de los objetos, entre ellos aquellos que han sido desechados, permite ir más allá de la intencionalidad de lo que han querido expresar los sujetos acerca de su historia, permitiéndonos reflexionar y complejizar las relaciones sociales de los seres humanos a lo largo del tiempo. Esta perspectiva nos invita a cuestionarnos sobre la apariencia superficial de las cosas y a preguntarnos qué hay más allá.

La basura de hoy

En las sociedades de consumo, la generación de basura se puede pensar como el último eslabón de una cadena que involucra la producción y circulación de objetos. La desmedida cantidad de residuos se debe, en parte, a que la producción de objetos se desarrolla en función de las necesidades del mercado sin importar que dicha producción comporte un uso inadecuado de los recursos naturales en las actividades humanas. A su vez, las empresas necesitan colocar sus productos para obtener ganancias. Esta circunstancia se complejiza aún más desde mediados del siglo XX, dado que el ritmo de consumo se ha acelerado a la par del desarrollo de la obsolescencia programada. Este fenómeno designa el proceso de fabricación de objetos cuya vida útil ha sido cuidadosamente planificada con el propósito de que se torne obsoleto y el usuario sienta la necesidad de consumir uno nuevo.

Al mismo tiempo, las relaciones de consumo que establecemos con los objetos han devenido en un elemento clave en la conformación de la subjetividad: somos lo que consumimos, lo que poseemos nos brinda seguridad y confort; a través de los objetos definimos perfiles y estilos de vida.

Por otra parte, en las últimas décadas, se ha puesto atención a los procesos de nuevas concentraciones de riqueza que generan destrucción y devaluación de lo existente. Estos ocurren en el marco de guerras, reorganizaciones urbanas y crisis económicas periódicas y dejan espacios llenos de despojos –basurales, edificios abandonados, puentes derruidos e ignorados–.

Los paisajes ruinificados, la obsolescencia programada y la definición del ser a partir de lo que se posee son tres fenómenos del mundo contemporáneo que tienen como consecuencia el aumento exponencial de generación de basura. Así construimos escenarios que nos interpelan en el presente y atestiguan para el futuro los efectos del progreso capitalista.

Para cerrar, es necesario mencionar que, en este contexto, han surgido nuevos actores sociales que dan cuenta de la desigualdad social en la dinámica del tratamiento de la basura. En la larga cadena de reciclaje actual, mientras, para unos, la basura es algo que molesta, para otros –como en el caso de los cartoneros–, constituye una fuente de subsistencia, un objeto de valor en sí mismo, posible de ser intercambiado.

¿Solo basura?

A lo largo de estas líneas, intentamos argumentar que la basura es mucho más que un problema ecológico, pues ésta y los modos en que se produce nos permiten reflexionar sobre aspectos que nos definen, que remiten a nuestros comportamientos y acciones, tanto de ayer como de hoy. Solo nos queda afirmar que la basura, los desechos y las ruinas, en tanto despojos de vidas pasadas y presentes, dan cuenta de las idas y vueltas del tiempo

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