No solo existen los que viven para desechar o los que viven de los desechos. Hay -entre tantos otros- quienes compulsivamente no pueden transformar las cosas en basura, quienes no consiguen ver la finitud que habita en aquello que utilizamos. Síntoma de sociedades que viven de la producción de lo irrelevante, los acumuladores padecen un trastorno que los pone frente a frente con el concepto de derroche, como un espejo que devuelve el negativo, sufriente, de la imposibilidad.

 

Juntar, acumular, amontonar, acopiar, acaparar. Muchas maneras de describir básicamente esa necesidad imperiosa de tener más de lo que necesitamos. Precavida, dirán algunos; innecesaria, dirán otros. La pregunta es, ¿hasta qué punto guardamos cosas porque, tal vez, las necesitaremos luego, y hasta qué punto esa dificultad para dejar ir aquello que no usamos se nos vuelve una pila de basura que nos impide mirar hacia adelante?

Con los desórdenes mentales, suele pasar que al leer sobre ellos uno siente que un poco de eso tiene. Quien lee sobre ansiedad no puede evitar revisar cuánto se preocupó en los últimos días, quien lee sobre depresión piensa en esa tía que casi nunca salía de la casa; y así podríamos continuar un rato largo.

Ocurre también con el trastorno por acumulación, probablemente el lector no podrá evitar pensar en ese amigo o familiar medio bagayero que juntaba rollos de alfombra para “redecorar” la pieza; o en el tío que guarda envases descartables para darle al primo que vive lejos un pedazo de la torta que sobró. Y sí, muchos tenemos un poquito de eso que, antes de cierto límite, es simpático y pintoresco.

El punto de corte entre una conducta pintoresca y un trastorno o disfuncionalidad de la conducta, generalmente, está dado por el nivel en que la dicha conducta afecta nuestra calidad de vida y nuestras relaciones interpersonales.

El trastorno por acumulación fue incluido recientemente como entidad diferenciada de otros trastornos (antes formaba parte de los trastornos obsesivos) en la quinta versión del manual de desórdenes mentales (DSM V), algo así como nuestro gran libro gordo de Petete donde todos los que trabajamos en salud mental consensuamos y homologamos clasificaciones diagnósticas.

En éste, como en la gran mayoría de los desórdenes mentales, existe una predisposición genética a enfermarse y, para que el trastorno se manifieste, se necesita de determinadas condiciones ambientales, además de un estresor desencadenante de este. Y sí, de alguna manera se le puede echar la culpa a los ancestros acumuladores, pero no del todo, ya que lo determinante para que un cuadro aparezca será siempre dicha suma de factores internos y externos.

El trastorno por acumulación se diagnostica cuando una persona presenta una dificultad persistente para descartar bienes, generando una acumulación y desorden que impide el uso previsto para los espacios. Este proceso de acumulación provoca un nivel de malestar clínicamente significativo o cierto deterioro en las áreas sociales, ocupacionales u otras áreas importantes del funcionamiento del sujeto, incluido el mantenimiento de un ambiente seguro para sí mismo y para terceros.

Suele ser habitual en estos trastornos la poca, o nula, conciencia de la enfermedad por parte de quien la padece, lo que impide la posibilidad de pedir ayuda o asistencia y genera cierto círculo vicioso entre el aislamiento social y el agravamiento del cuadro. La persona que sufre de trastorno por acumulación suele no reconocer la dificultad que presenta para desprenderse de objetos ni el nivel de ansiedad o angustia que esto le produce.

Si bien este no es un desorden que cuente con una gran cantidad de investigación en su haber, sí se sabe que tiene un buen pronóstico de recuperación cuando la persona accede a los tratamientos adecuados, como a terapia psicológica del tipo cognitivo conductual y, en algunos casos, tratamientos con psicofármacos.

El tratamiento terapéutico se basa mayormente en revisar y modificar la base de creencias disfuncionales sobre las que se sustenta dicha conducta y su impacto emocional, ya que generalmente dichas creencias están asociadas a dificultades para valorar y regular el monto emocional de estas. Se trata de que inicialmente el paciente logre identificar las consecuencias que la conducta de acumulación tiene en su calidad de vida, para que luego, poco a poco, vaya logrando regular ese comportamiento y a su vez incorporar conductas más adaptativas y funcionales.

Por supuesto que como en todos y cada uno de los tratamientos psicoterapéuticos, la explicación es fácil, pero aplicarlos en la vida real es un poco más difícil. Aún así, siempre la mirada estará puesta en que el paciente logre más, y mejores, herramientas para regularse y así lograr una relación más saludable con sí mismo, con su medio y con los demás.

¿Cómo ayudar a alguien que tiene un trastorno de este tipo? Principalmente no juzgando lo que hace. Una persona que atraviesa por una situación así, más allá de que tenga conciencia de su trastorno o no lo tenga, les aseguro que no la está pasando bien. Seguidamente, lo mejor que uno puede hacer, es ayudar a esa persona a conseguir asistencia profesional. Probablemente uno se vea tentado de sugerirle ─al mejor estilo libro de autoayuda, ─ que tire todas esas porquerías y que limpie su espacio, pero justamente si la persona pudiera hacerlo, ya lo hubiera hecho; por lo que la sugerencia puede ser bienintencionada pero completamente inútil

83-SANCHEZ

–  Hoarding Disorder. David Mataix-Cols, Ph.D. N Engl J Med 2014; 370:2023-2030 May 22, 2014DOI: 10.1056/NEJMcp1313051

–  DSM-5. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales

Entrada anterior La historia de las cosas – Andén 83
Entrada siguiente La basura. Un problema no desechable – Andén 83

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *