TESIS 1: La corrupción de lo político

Gracias a innumerables reflexiones y estudios sobre los medios masivos de comunicación actuales, sabemos que entre lo producido/mostrado por la televisión y su intento de naturalizarlo como “lo real” hay un trecho enorme, y que cada día se ensancha más. No obstante, la televisión sigue siendo un “termómetro” del imaginario social hegemónico, de lo que impera en el sentido común y uno de los medios más potentes a la hora de performativizar la conducta social, ni que decir de marcar la agenda de las discusiones nacionales (otra vez, hegemónicas). Lejos de un improvisado intento de influenciar a los consumidores de estos medios, las perspectivas críticas señalan la conformación de un capitalismo mediático que consiste en la construcción de un poder basado en controlar los flujos de información, restringirlos y clasificarlos. Y en este capitalismo mediático, ya no se habla de “medios masivos de comunicación”, sino del uso estratégico de la comunicación como forma de eliminar las fronteras entre la sociedad y el mercado, que ha transformado esos “medios masivos de comunicación” en algo muy diferente: en medios masivos de formación de opinión; o, en otras palabras, en un enorme y poderoso dispositivo de control social (así lo señalan, entre otros, los compañeros de La vaca en El fin del periodismo y otras buenas noticias). En términos analíticos, además, este dispositivo es reforzado por dos ideas centrales de nuestra realidad actual que debemos tener muy, pero muy presentes: en primer lugar, que el poder se define en la globalización por su fluidez y, en segundo lugar, que esa misma globalización y sus medios de representación/simbolización del mundo necesitan presentar una realidad fragmentada.

Desde esta mirada y volviendo a la televisión, los domingos por la noche son un momento de alto voltaje para el prime-time de la idiosincrasia política argentina y su capacidad de formar opinión. Voy a tomar uno de los ejemplos más recientes: el domingo 21 de agosto, Jorge Lanata vuelve con su programa PPT bajo el título “Cristileaks” donde despliega un muestreo de argumentos (dejo de lado su veracidad o falsedad, para focalizarme en algo más interesante) dirigidos a probar la corrupción desmesurada, descomunal, imperdonable, etc. etc. de Cristina Kirchner y, por extensión, de todo el gobierno kirchnerista. Del otro lado, la escena se repite en el canal C5N, pero con las acusaciones en dirección opuesta, así lo resume el zócalo televisivo en rojo furioso: “Las bolsas de Michetti”. No me interesa tanto un análisis de esos medios ni del fenómeno televisivo que despliegan de uno y otro lado, lo traigo a colación porque permiten de manera sencilla señalar que “la corrupción”, como tema, síntoma y clivaje político, ocupa el centro del espectáculo mediático en torno a la democracia y la política en nuestra sociedad. Desde diciembre a esta parte, han circulado excelentes análisis sobre qué tipo de “corrupción” se construye en estos programas televisivos y en estos medios en general, señalando la falta de contextualización, de una mirada estructural al problema y de la excesiva demonización individual, como si el problema se resolviera con eliminar de las clases dirigentes a un grupo de personas corrompidas. Ahora bien, frente a este panorama, ¿cómo pensar la corrupción desde la búsqueda que hemos emprendido en esta sección por una mirada crítica y de transformación radical de la política? Aquí, empezamos a desovillar las veinte tesis duseleanas. Como adelanta el título, la primera de ellas, coincidiendo con la agenda del prime-time político-televisivo, versa sobre el problema de la corrupción, por lo tanto, intentaré abordarla desde un lugar diferente del que los medios masivos de formación de opinión lo hacen y, por lo tanto, de disputar su sentido hegemónico para ver qué hay más allá y más acá de esa mirada sobre la corrupción.

Para acercarse al problema de la corrupción, Dussel recomienda, antes que nada, despejar el campo positivo de lo político señalando aquello que lo político no es: lo político no es exclusivamente ninguno de sus componentes, sino todos en conjunto. Decir que la política es uno de sus componentes aisladamente es una reducción equivocada. Hay que saber describirla como totalidad. Esta recomendación toma gran relevancia frente a la fragmentación de la realidad que impone la globalización, y que hemos señalado más arriba. Entonces, lo primero para decir sobre la corrupción es que debemos ver la corrupción de lo político como totalidad.

¿Cuándo se corrompe lo político en su totalidad? Cuando su función esencial queda distorsionada, destruida en su origen, en su fuente. ¿Cuándo queda distorsionada la función esencial de la política? Cuando los actores políticos (los miembros de la comunidad política, sean ciudadanos o representantes) creen poder afirmar a su propia subjetividad o a la institución en la que cumplen alguna función como la sede o la fuente del poder político.

Esta corrupción originaria de lo político, es lo que Dussel llama: el fetichismo del poder. Si los miembros del gobierno, por ejemplo, creen que ejercen el poder desde su autoridad autorreferente (es decir, referida a sí mismos), su poder se ha corrompido. ¿Por qué? Porque todo ejercicio del poder de toda institución (desde el presidente hasta el policía) o de toda función política tiene como referencia primera y última el poder de la comunidad política, es decir, el de usted y el mío en tanto integrantes de una comunidad (no como sujetos individuales).

Recapitulemos, la corrupción de lo político como totalidad se da cuando se fetichiza el poder, es decir, cuando el gobernante o el estado se toman a sí mismos como referencia y legitimación de ese poder. En otras palabras, la política se corrompe cuando la sociedad en su conjunto deja de tener una relación con el poder, cuando deja de tener una participación en el poder, cuando dejan de ser, la referencia primera y última del poder; cuando la comunidad está totalmente ausente del poder. Lo que sucede básicamente cuando los medios de formación de opinión logran separar y alejar a la comunidad de una reflexión crítica sobre su lugar en la construcción del poder y su legitimación o, en otros términos, cuando la sociedad discute la corrupción en cualquier registro siempre y cuando deje intacta la cuestión de la fetichización del poder (lo que sucede en nuestro hermoso prime-time televisivo). 

Si usted es un lector intuitivo, advertirá algo alarmante: si la fetichización del poder señala una corrupción que se construye en torno del vínculo de los gobernantes y la sociedad, entonces…, la corrupción es doble: del gobernante que se cree sede soberana del poder y de la comunidad política que se lo permite, que lo consiente, que se torna servil en vez de ser actora de la construcción de lo político.

Y, como si estuviera viendo los mismos programas que nosotros, señala el filósofo argentino: no importa cuáles aparentes beneficios se le otorgue al gobernante corrompido, lo peor no son los bienes mal habidos (esas bolsas de dinero que saltan tapias de conventos o se esconden bajo escritorios de vicepresidentas), sino el desvío de su atención como representante: de servidor o del ejercicio obediencial del poder a favor de la comunidad se ha transformado en su esquilmador, en su “chupasangre”, en su parásito, en su debilitamiento, y hasta en extinción como comunidad política.

Lo que estas ideas nos permiten pensar es que, entendida la corrupción en los términos de esta primera tesis, las acusaciones que se endilgan en esos programas televisivos, sean verdaderas o falsas, dejan intactas las cuestiones señaladas aquí sobre la fetichización del poder. Y, sobre todo, dejan intacta la cuestión de nuestra participación en el problema de la corrupción, nos invitan a seguir siendo espectadores o, en el mejor de los casos, a actuar conforme a las normas de sus propios medios, es decir, a manifestarnos en la lógica del espectador pasivo-virtual, a través del repudio o la denuncia en las redes sociales. De cualquier forma, son posiciones que no repercuten sobre el problema de la fetichización del poder y ese es el punto.

Para el desarrollo de esta primera tesis, Dussel propone otros elementos sobre la política que la acompañan.

Uno de ellos es la idea de campo: “Todo lo que denominamos político (acciones, instituciones, principios, etc.) tienen como espacio propio lo que llamaremos campo político. Cada actividad práctica (familiar, económica, deportiva, etc.) tiene también su campo respectivo, dentro del cual se cumplen las acciones, sistemas, instituciones propias de cada una de estas actividades”. Estos campos se recortan dentro de la totalidad del “mundo de la vida cotidiana”; y el mundo cotidiano no es la suma de todos los campos, ni los campos son la suma de los sistemas, sino que los primeros (el mundo, el campo) engloban y sobreabundan siempre a los segundos (los campos o sistemas) y la realidad siempre excede todos los posibles mundos, campos o sistemas; porque al final, los tres, se abren y se constituyen como dimensiones de la intersubjetividad. Y esto es así porque los sujetos están inmersos ya desde siempre en redes intersubjetivas, en múltiples relaciones funcionales en las que juegan el lugar de nodos vivientes y materiales insustituibles. Una primera conclusión importante de este planteo es que: no hay campos ni sistemas sin sujetos. Razón por la cual, debemos preguntarnos: ¿Cómo se relacionan sujetos y campos?

En primer lugar, me interesa señalar que, a partir de esta idea de campos políticos, se puede efectuar una topografía o mapa de las diversas fuerzas emplazadas, con respecto a las cuales un sujeto sabe actuar. Pero dicho campo no es solo un texto por leer, ni símbolos por decodificar, ni imaginarios por interpretar; son igualmente acciones puestas con finalidades. Los campos ponen en juego distintas acciones, entendidas como estructuras prácticas de poder de la voluntad y narrativas para ser conocidas por una razón práctica intersubjetiva; acciones que pueden ser de cooperación, coincidencias, conflictos y un sinnúmero de otras interrelaciones complejas.

En segundo lugar, señala Dussel: Todo campo político es un ámbito atravesado por fuerzas, por sujetos singulares con voluntad, y con cierto poder. Cada sujeto, como actor, es un agente que se define en relación a los otros. Esas voluntades se estructuran en universos específicos. No son un simple agregado de individuos, sino de sujetos intersubjetivos, relacionados ya desde siempre en estructuras de poder o instituciones de mayor o menor permanencia. Cada sujeto, como actor, es un agente que se define en relación a los otros.

Con estos dos elementos, podemos afirmar que no solo no hay campos ni sistemas sin sujetos, sino que es potestad y capacidad de los sujetos estructurar en un interjuego dinámico las acciones políticas que se desarrollan en los campos y sistemas; que es inevitable que lo hagan y participen de ella (en menor o mayor grado), de forma tal que los campos y los sistemas no pueden ser nunca instancias absolutas de control o dominación.  

El conjunto de ideas de esta tesis sirve para pensar y entender mejor cómo funciona la política y su corrupción inicial a través de la fetichización del poder. No en la medida en que nos da una respuesta a semejante problema, pero sí, en la medida en que nos ayuda a hacernos preguntas en busca de organizar nuestra acción y construir los sentidos para esa transformación radical de la política que estamos buscando: ¿Qué elementos importan para una visión crítica de la política como totalidad? ¿Qué relación se establece entre totalidad, poder y corrupción? ¿Qué estructuras prácticas y narrativas de poder definen y median nuestros universos simbólicos? ¿Qué estructuras de poder atraviesan nuestras campos y sistemas políticos? ¿Qué lugar ocupamos en los distintos campos políticos que atraviesan nuestra vida? ¿Con qué sujetos nos relacionamos en ellos? ¿Cuáles son las acciones políticas y las finalidades de esas acciones que ponemos en juego constantemente, en nuestra práctica cotidiana?

Estas preguntas, se dirigen a poner en contexto e intentar repensar problemas como el de la corrupción, la participación, la legitimación y la afirmación de los lugares de poder, sean gobiernos o gobernantes, el rol de los medios de formación de opinión en relación a esos poderes, etc. Todas cuestiones fundamentales a la hora de discutir la fetichización del poder, y que, además, se vuelven el piso necesario desde el cual acercarnos al tema de lo que será nuestra segunda tesis duseleana, a saber, el poder político de la comunidad. Para desandar estas y otras preguntas, nos reencontraremos en unas semanas.

Entrada anterior Dusseleanas. 20 paradas. Una invitación – Andén 85
Entrada siguiente La escuela: panal y trinchera – Andén 85

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *