El saber no puede ser aislado de las luchas propias de su contexto. ¿Qué sucede cuando un proyecto milenario retorna a nuestro siglo y se ve inmerso en sus coyunturas políticas? ¿Se puede costear una infraestructura que asegure un saber neutral, “apolítico”, con la ayuda de nuevas tecnologías?

Edificando el sueño
Cuando se habla de bibliotecas históricas, la de Alejandría tiene un lugar privilegiado. Ha sido mimada por distintas disciplinas, se ha escrito ensayos históricos, filosóficos y novelas sobre ella, transformándose así en un fuerte elemento del imaginario cultural.

El 2002 fue un año clave no solo para Egipto, sino también para bibliotecarios, historiadores y escritores románticos en todo el mundo: con el apoyo de la Unesco, algunos países europeos, árabes y el estado nacional egipcio, se construyó la “Bibliotheca Alexandrina”, edificio de alta gama diseñado por una compañía noruega y erigido muy cerca de la ubicación de la antigua biblioteca. El gesto no podía ser más claro: se inauguraba una era cosmopolita ilustrada como se cree que fue aquella de la Antigüedad.

La inversión no fue desdeñable y, desde el principio, la biblioteca se encontró equipada con tecnología de punta que permitió un amplio abanico de intervenciones: desde consultas a miles de revistas científicas del mundo hasta la digitalización de preciosos manuscritos. Un proyecto colosal y esperanzador, en suma.

Problemas en el paraíso
La fortaleza del edificio, su seguridad y las herramientas virtuales están preparadas para arremeter contra los peligros que acecharon el conocimiento albergado en la antigua biblioteca, fundada en el siglo iii a. C. Pero en nuestro siglo, la amenaza física cedió a la virtual: el problema no radica en cómo preservar un libro o en cómo evitar incendios y terremotos, sino en cómo ingresar al campo de selección que asegurará que un texto se transforme en uno impreso, digitalizado y multiplicado en la red de manera permanente.

Un aspecto clave de esta problemática ha preocupado a los mismos fundadores de la nueva biblioteca alejandrina: ¿qué hacer ante la censura y la persecución política que aqueja a la sociedad egipcia? A pesar de la Primavera Árabe y otros movimientos populares masivos, la persecución política, la censura y la corrupción no han sido eliminadas, sino que han ido en aumento. Sumado a los continuos casos contra la libre expresión en los medios de comunicación, el año pasado el juicio al novelista Ahmed Naji causó un gran revuelo. El cargo contra este autor fue el de “violación de la modestia pública” ─muy similar al que sufrió Flaubert en el siglo xix con Madame Bovary─ y más allá de que se logró su liberación a principios de ese año, no se descarta la posibilidad de otra condena. No ha sido el primero y, se intuye, por desgracia tampoco será el último.

Construir una biblioteca a modo de renacimiento no ha sido suficiente para que se concrete este proyecto de vida intelectual. Se hace visible lo que muchos ya conocen: una biblioteca alberga el saber, cuya configuración es un campo de batalla. Las tensiones y negociaciones, la lucha contra la censura y la búsqueda de una pluralidad que en teoría es productiva y armoniosa pero en los hechos concretos es una actividad extenuante, rodean todo quehacer cultural porque es su misma esencia. Se ha creído que era una cuestión de infraestructura: faltaba una fuerte inversión que conservase la ciencia y la cultura. Pero el entorno dio una pronta y desafortunada respuesta. El acceso a enciclopedias y libros canónicos sobre Occidente, además de las ciencias duras, está garantizado, pero: ¿qué sucede con los libros como los de Naji? ¿Qué pasa con los que llevan a cabo un recorrido crítico sobre la historia de Egipto y Medio Oriente, sobre conceptos como el de democracia o aquellos textos sobre feminismo? La selección no es transparente, poco sirve tener una fuerte infraestructura cuando las grietas del edificio son ideológicas.

Además de las problemáticas con la libertad de expresión que imperan en el gobierno, el ideal de la biblioteca se ve asediado por una “despolitización” que, bajo una supuesta neutralidad del saber, se vende como un producto turístico en lugar de ser un polo de investigación ─tal como se expresa en los objetivos de su fundación─ y crítica social tanto a nivel nacional como internacional.

Ya en 2009 el énfasis puesto en el comercio motivó la denuncia de varios sectores nacionales. En ese mismo año, un artículo en The Guardian que indicaba que se temía el predominio del consumo por sobre la labor académica salió a la luz.[1] Del mismo artículo, surge una voz que será recurrente, la del Dr. Mohsen Zahran, quien, junto a otros miembros de la biblioteca, intenta seguir adelante con los ideales iniciales del proyecto pese a estar en el centro de la tormenta entre la sociedad y el gobierno. Porque, en efecto, las preguntas sobre el accionar de la dirección de la biblioteca son el espejo de la política efectuada. ¿Cómo hablar de saber e ilustración cuando se realiza una selección que margina la acción de grupos que desean cambios sociales? ¿Cómo puede una biblioteca con tanto peso histórico hacer oídos sordos a las batallas culturales contemporáneas?

La “Bibliotheca Alexandrina” contiene un potencial enorme y puede producir un cambio genuino en la región y ser un núcleo de reflexión y acción. Posee un espacio para poder investigar y brindar conferencias masivas, es un verdadero farol que todavía no ha sido encendido. Allí está el reto: hacer uso efectivo de una biblioteca que por su magnitud se encuentra necesariamente en la encrucijada entre ser un mero espectáculo turístico o hacer cumplir su función genuina, cuya orientación no se puede esconder detrás de una supuesta neutralidad que logra ser cómplice del actual régimen egipcio. Régimen que no solo acecha como un fuego peligroso, sino que paulatinamente abandona toda futura inversión forzando la compra de libros solo gracias a las donaciones de los ciudadanos. Algunos temen lo peor: la derrota cultural y el completo abandono del edificio, como aquellas ciudades y centros comerciales fantasmas de la República Popular China. Este fracaso sería un golpe duro, puesto que el proyecto ha sido diseñado para construir, mediante la imagen mítica de la antigua biblioteca de Alejandría, un centro capaz de intervenir por su magnitud directamente en la sociedad, además de preservar y fomentar el saber.


[1] Puede ser consultado en: https://www.theguardian.com/world/2009/aug/26/alexandria-library-food-bibliotheca

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