Al escribir sobre música Heavy Metal, como forma artística y movimiento cultural; al avanzar en una lectura orientada hacia el género y las mujeres en el Heavy Metal; al adentrarme en los pequeños espacios reservados para la mujer en este movimiento y al preguntarme por qué el Heavy Metal no ha hecho eco aún de los cuestionamientos de género, me he encontrado con una especie de supuesto generalizado de que la música es en sí misma un lenguaje universal y autónomo y que excede a los sujetos que la componen. Lo mismo sucede cuando hablamos del ethos del «ser metalero», el Heavy Metal tiende hacia un lenguaje de resistencia universalista de «tener aguante», de «no comerse ninguna» y de «destrucción», en donde la construcción de subjetividad es dejada de lado.

El metal es, en tanto contracultura, la voz de una juventud hastiada que quiere resistir los embates la opresión. Entonces, aquellas mujeres que quieren resistir a la opresión, que se identifican con modelos alternativos de construcción de identidades y de lugares de pertenencia, y que, además, quieren expresarse mediante ese grito de furia que es el metal se encuentran con lugares específicos y determinados que reproducen los estereotipos y prejuicios de la sociedad patriarcal de manera particular. Como movimiento, el Heavy Metal surge entre varones blancos de clase obrera, por esta razón, no es una sorpresa que se reproduzcan, con vehemencia, estos prejuicios y estereotipos patriarcales. No obstante, la presencia cada vez mayor de mujeres vinculadas al ethos y al movimiento metálico problematiza y cuestiona las prácticas y los discursos tradicionales del metal y genera transformaciones.

Como en casi todas las expresiones hoy vigentes de la música popular, el Heavy Metal no escapa al machismo, esto significa que forma parte de la heteronomía que produce y reproduce estrategias, símbolos y prácticas vinculadas a la dominación masculina. Entonces, la construcción de las identidades dentro del metal reproduce los estereotipos conservadores interiorizados en nuestra cultura a pesar de mostrarse como un estilo revolucionario y transgresor. Basta con mirar las tapas de discos o los video clips del estilo para ver mujeres sensuales, exuberantes, de cuerpos normativamente bellos e hipersexualizados. Al ser el Heavy Metal un territorio en donde el predominio del varón es claramente visible, la mujer aparece en la lírica o en la iconografía, en las formas que puede ser asimilada en tanto otro, como objeto de deseo, de adoración o de desprecio.

La mujer aparece en el metal predominantemente como objeto. Si bien hay muchas mujeres en la escena, si no son cantantes, sus lugares de aparición rozan lo invisible: la fotógrafa, la productora, etc. Aquellas que son cantantes, aparecen frecuentemente en artículos compilatorios donde se las menciona como algo anecdótico y se mencionan «bandas de chicas». Otros artículos hablan de «las más sexys/sensuales/lindas del metal» o similares, hasta el punto que existe un término para designar las bandas que tienen cantantes femeninas «female fronted band«, que en nada describen el subgénero del metal al que pertenecen a nivel estrictamente lo musical.

Estas cuestiones, entre otras, muestran en mayor medida cómo los códigos y las prácticas patriarcales se ven reforzados en un género musical que se caracterizan por su impronta agresiva y poderosa; características que, cabe mencionar, pertenecen a lo que tradicionalmente se categoriza como «masculino». En nuestras sociedades, la asignación tradicional de roles para la mujer es del orden de lo pasivo, lo débil, lo frágil, lo emotivo, lo irracional, lo privado −el hogar, la casa, el cuidado− mientras que para el varón son del orden de lo activo, lo fuerte, el cálculo, lo racional, lo público −el trabajo, los amigos, la «cañita al aire»−. Esta asignación de roles se reproduce en el Heavy Metal, que, a su vez, expresa tanto poética como musicalmente los roles del varón. El Heavy Metal es agresivo, aguerrido, fuerte, contestatario, etc., hasta violento inclusive.

Precisamente porque está ocurriendo un desplazamiento de las mujeres desde espacios de abajo del escenario, como espectadoras pasivas, hacia arriba de este o, por lo menos, porque cada vez son más las mujeres que se dedican a hacer música pesada, atendemos a un fenómeno particular. Las mujeres que se suben a hacer música son doblemente juzgadas: por un lado, el aspecto técnico de la ejecución musical; y, por otro, en tanto mujeres, como si fueran ámbitos separables. Generalmente, las mujeres que hacen música pesada son juzgadas por salir del ámbito privado para “mostrarse” en una esfera pública que no les es propia, por lo tanto, se corren de su rol tradicional y se las asocia con el libertinaje sexual, o se las mira juzgando −negativamente− su disponibilidad sexual. A su vez, existen diferencias si esas mujeres son cantantes o instrumentistas. Las cantantes están más expuestas, debido a que su instrumento es su voz, y en tanto algo natural que surge de su cuerpo, como la menstruación, se conecta con lo primitivo-irracional. Además, este rol de cantante es el que aparece con más frecuencia en el metal porque es más aceptado, al no alejarse de esa conexión con lo corporal-místico femenino. Las instrumentistas estarían menos expuestas, al tener una relación mediatizada entre el instrumento y el propio cuerpo. El dominio de la técnica pertenecería más al ámbito de lo masculino, además, el instrumento funciona como barrera entre el público espectador y la ejecutante. De esta manera, la existencia de las instrumentistas cuestionarían la caracterización tradicional de lo femenino, ya que el dominio del instrumento las pone en una situación de control. No obstante, el elogio típico suele ser: “tocás como chabón” o la crítica: “las mujeres no tienen fuerza para tocar la batería”.

La presencia de mujeres haciendo metal es un hecho revolucionario y transformador de la identidad “femenina”, pues se muestran como sujetos activos que rechazan los roles tradicionales asignados a la mujer, además, brindan modelos a seguir para las nuevas generaciones de mujeres que se acercan al estilo, facilitando así la identificación con la “mujer pesada”. De esta manera, la existencia de mujeres haciendo Heavy Metal es una negación de la lógica de dominación masculina, por el simple hecho de dedicarse a esta música, de apropiarse de la esfera de lo masculino y problematizarlo desde la vivencia, al correrse de los estereotipos como una forma de negarlos. La singularidad pasa por ese ethos compartido entre espectadores y músicos de metal, el cual brinda una fuerte significación afectiva con el estilo, además de tener estructuras musicales bien definidas. Las mujeres que hacen metal se apropian de los medios musicales a su alcance y reproducen lo típico del estilo, y esto tiene que ver con comunicarse desde esa forma de expresión que es el metal, pero cuando las mujeres utilizan esos recursos y se apropian de ellos, resignifican y deconstruyen los supuestos patriarcales que les son subyacentes, y le dan una nueva significación de género a su actividad.

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