¿Qué tan inmoral es pensar en la posibilidad de un feminismo que, en ocasiones y organizado, pueda ejercer mecanismos terroristas?

Partamos del concepto  terrorismo, que es amplio y conlleva una posición política respecto del fin con que se utilizan las acciones que pretenden, en síntesis, conseguir sus objetivos mediante la violencia y el miedo. El terrorismo es tan antiguo como actual, y las motivaciones son variadas. De este lado del mundo, les latinoamericanes conocemos, más que cualquier otro, el Terrorismo de Estado. Históricamente se nos ha impuesto la violencia desde los sectores más poderosos en relaciones claramente desiguales. Desde el Estado, en complicidad con la oligarquía, las grandes empresas, la Iglesia. Actualmente, Latinoamérica está siendo violentada por las resurgentes políticas más neoliberales de los últimos tiempos; violencia silenciosa que coarta derechos y ensancha la brecha de las desigualdades.

Sabemos que el “sentido común”, montado, reproducido y legitimado por una mayoría que beneficia a una minoría, juzga la violencia, al igual que tantas otras acciones no como tal, sino en relación con los actores que las llevan a cabo. El grueso de la sociedad suele condenar terriblemente de manera explícita y constante al pibe chorro que roba un celular y no al ladrón de guante blanco. Es posible que el chorro sea linchado, pero un político en una banca votando con un criterio y sentido común de la Edad Media, pasa inadvertido. Esta vara desigual para medir acciones, también suele ser partidaria: la corrupción de partidos populistas alcanza un nivel de repudio muchísimo más alto que la corrupción de los partidos liberales.

Muches indignades clamarán injusticia ante un rancho de barrio con antena de DirecTv o un pobre con celular de alta gama, pero no sentirán indignación por los grandes terratenientes, generalmente explotadores, por las mansiones exageradamente lujosas, por los gastos aberrantes del cholulaje con el que sueñan codearse.

De la misma manera, cuando la violencia es ejercida por las mujeres, parece que somos el sumun de la monstruosidad, pues iríamos en contra de nuestra “naturaleza”: amorosa, débil, delicada, soñadora, y demás cualidades que podemos encontrar en las clásicas postales dignas de ser mal recibidas en el día de la mujer.

Nuestro mayor pecado es querer actuar “como hombres”. Querer cogernos “sus” minas, querer usar “sus” ropas, querer ocupar “sus” espacios. Por esto es que hacer uso de la fuerza y ejercer “violencia” se nos recrimine tanto. Es muy común escuchar que les feministas somos violentas (entiéndase que cuando hablo de “les feministas” se incluyen mujeres trans, diversidades y disidencias sexuales). Sabrán los lectores que incluso nos hemos ganado el apodo de “Feminazis”, del cual nos hemos apropiado con orgullo. Sin embargo, lejos estamos de tener un gran listado de víctimas por feminismo, a diferencia del nazismo, ese mismo que violenta las diversidades sexuales y culturales que nosotras defendemos. Lo que sí hemos hecho es pintar paredes, es cierto. Al igual que el hincha de boca, que el militante de tal o cual partido, que los “provida”.

La realidad es que hasta ahora nuestras intervenciones han sido siempre muy naif en relación con la violencia que se ejerce sobre nuestros cuerpos día a día, incluso desde el estado que desoye nuestros reclamos. La realidad es que la violencia no es nuestro fuerte. Las condiciones en las que crecemos, culturalmente nos vulneran y no nos enseñan a defendernos, más allá de los casos que son el chivo expiatorio de los “abusos del feminismo”, cuando no se considera que la mujer pueda ser violenta con el hombre, lo que al fin y al cabo también es consecuencia de una cultura patriarcal que configura relaciones tóxicas y violentas en general, de la misma manera que es consecuencia del machismo el hecho de que los varones tengan que cumplir con ciertos “deber ser” de la “masculinidad”: hacer trabajo pesado, no tener la tenencia de los hijos o más licencia por paternidad, entre otras cosas.

Creo que predominamos, en el feminismo, quienes sostenemos y queremos creer en la transformación posible desde la educación, en el poder del amor, en la reflexión que permite la inteligencia humana. Además de esto, tenemos la presión de no pasar por agresivas, porque en muchas situaciones decir o hacer es “estar locas” y es más inteligente sumar adeptos, explicar, y que se entienda la causa justa que defendemos.

Preguntarnos sobre otro tipo de intervenciones, a veces se vuelve urgente ante un clima tan hostil. Intentamos ir por medios académicos, desde la exigencia de la intervención del Estado con la declaración de emergencia ante tantos casos de femicidio, una ley que nos permita decidir respecto a ejercer o no la maternidad, leyes que nos reconozcan, educación sexual, manifestaciones constantes para visibilizar la desigualdad que sufrimos las mujeres que se acentúa en los sectores más vulnerados, trans, pobres o con discapacidades. Pero esta imagen de la feminazi violenta sigue presente en el imaginario de los sectores antiderechos, los que sí reaccionan con violencia, y los ataques a mujeres por portar un pañuelo son solo algunos de los tantos ejemplos.

Es posible que, para un gran número de la población, todo lo que hagamos por tirar este patriarcado va a estar mal. Sumado a eso, también se nos juzga de victimizarnos. Nosotras, a nosotras mismas: no nos hacen víctimas quienes nos violan, nos abusan, nos maltratan, nos golpean, nos humillan, nos queman, nos mutilan, nos empalan. Nos mataron una cada 30 horas en la última década y aparecimos en bolsas, en cajas, en la calle, en descampados, enterradas en un patio, debajo de cemento, en nuestra propia casa, ante la mirada de nuestros hijos, si con suerte no los mataron también; parece que no importa y que, al fin y al cabo, la culpa siempre va a ser nuestra.

Quizás habría que repensar esto de la victimización. Tal vez sí podríamos optar por otro lugar, nosotras que somos víctimas vivas, y  pensar que de todos modos vamos a ser juzgadas. Ya nos dicen “feminazis”. ¿Sería posible pensar ─desde una posición fundamentada, organizada y sin víctimas inocentes─ un camino hacia un feminismo terrorista? Sabemos que la educación es una vía, pero ante grupos antidererchos irrumpiendo escuelas con sus rosarios y prejuicios, travesticidios y femicidios, violaciones y abusos constantes, ¿no serán  los mecanismos terroristas una opción para tener en cuenta? ¿Será que podremos sostener de manera pacífica la espera a los cambios necesarios para vivir nuestras vidas libres y sin miedo?

Es cierto que nos estamos haciendo más visibles, que cada vez convocamos más, que ya no dejamos pasar nada, que escrachamos –mecanismo por el que todavía nos preguntamos y seguimos reflexionando– que nos cuidamos entre todas,  que no nos callamos más y nos dicen: “Ahora todo es machismo”, cuando en realidad, siempre, todo fue machismo.  

Creo que de todos modos hay un miedo que se empieza a sentir, que ya no es nuestro, pues es de quienes se resisten al cambio de paradigma cultural que aspira a ser más justo para todes.

En este contexto histórico que, por momentos aterra y augura un futuro negro, podríamos repensar el funcionamiento de la guerrilla y tener en cuenta que no es un espacio reservado para hombres, que nunca lo fue, y quién dice que no pueda surgir una desde el seno del colectivo feminista. Terrorismo que puede ser arte o puede ser más extremo. Terrorismo que puede ser virtual, como el que vemos en las redes cuestionando los estereotipos con que nos invaden los medios, los titulares de noticias justificando violaciones, referentes políticos, culturales y de todos los ámbitos haciendo declaraciones asquerosamente machistas. O terrorismo que puede ser en el campo de lo real. Cabría preguntarse entonces con quiénes, cómo y por qué, utilizar el miedo como defensa.

Puede que esto no sea más que una fantasía discursiva, y no faltará quién me juzgue de incitar al delito y la violencia, y no entenderá nuestro enojo. Pero a veces, mientras nos siguen limitando las libertades, violentando y matando, la urgencia no es que nos entiendan. Tal vez es momento de que nos teman. Es que a veces me pregunto, y les pregunto: con todo lo que nos hacen, ¿cómo es que todavía no salimos a prender fuego todo?

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3 comentarios sobre “Hacia un feminismo terrorista – Andén 90”

  1. Me gustó mucho leer este artículo. Refleja muy bien cierto tipo de impotencia que siento desde hace mucho, y por suerte mucho menos desde hace algún tiempo. Hacia MUCHA falta que alguien escriba sobre el escándalo que significa una mujer que se permita ser tan agresiva como un hombre promedio. Hay que comenzar a hablar de esas cadenas que nos atan desde chiquitas. De esa aspiración a la santidad que por ahí nos exigen. Recordemos que el feminismo no es para ser mejores, es para ser iguales XD.

  2. Hola, al comentario anterior le responde un católico tradicionalista. La santidad se le exige a todo católico. No diferenciamos género para la santidad. Santa Juana de Arco es una mujer santa y que fue quemada viva por sus convicciones.

    Es interesante como el concepto de «edad media» se utiliza de manera peyorativa por quién redactó el artículo. De más está decir que, quienes añoramos nuestra edad cristiana lo hacemos por justas razones. Si bien es cierto que jamás seremos demócratas-liberales, puedo asegurarte que un ladrón nunca hubiese sido ministro de economía en la «edad media».

    Y lo pongo en comillas porque toda edad es media entre la anterior y la siguiente, solamente que se utiliza el término con fines peyorativos. Lo bueno es que el capitalismo industrial que es hijo putativo del renacimiento está en franca decadencia, la usura volverá a ser pecado (como lo fue en la edad media) y los grandes terratenientes serán evidenciados con nombre y apellido.

    Se trabaja con amor, amor caritativo, amor divino. Por ese mensaje que es el 11avo mandamiento «ámense lo unos a los otros, así como los amé yo».

    Les deseo lo mejor y felicitaciones por la revista, siempre se evalúa la intención del acto comunicativo. Aún en el disenso, nos podemos encontrar.

    I.

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