”Todo lo que logra el pueblo valiente

lo arruinan los “decentes” .

Científicos del Palo

El primer préstamo económico que percibió una administración de nuestro pueblo fue el que le otorgó Inglaterra a Martín Rodríguez,  quien era gobernador de la Provincia de Buenos Aires en agosto de 1822. Esta deuda, obtenida en nombre de una de las provincias unidas del Río de la Plata, fue nacionalizada por el gobierno centralista de Bartolomé Mitre, es decir, que aquel préstamo que tenía como objetivo mejorar las condiciones del circuito productivo de la Aduana de Buenos Aires, tiempo después, fue la deuda de todas las provincias que conformaron el primer gobierno constitucional de Argentina , un gobierno centralista subyugado a la carroña de viejos imperios que vieron el oportunismo en nuestra reciente liberación del reino español. Ahí es donde comienza una nueva forma de colonialismo: la dependencia económica de los nuevos pueblos libres de España.

El hecho geopolítico que movió el tablero fue la espiral decadente en la que se encontraba el imperio español. Ese hecho tiene distintas reacciones para los distintos actores mundiales. Para nosotros, fue el fin de la colonia, pero después de algunas gentilezas diplomáticas y del reordenamiento interno, la necesidad de posicionarnos con el mundo fue natural. ¿Qué tipo de posicionamiento tomaríamos? Esa es la real disputa entre Unitarios y Federales. Qué futuro de nación íbamos a tener los argentinos. Los Unitarios reforzaban la dependencia económica y cultural de las potencias, la centralidad para unificar una Argentina dependiente. Los Federales pugnaban por la hermandad de los pueblos latinoamericanos, el respeto de sus culturas y la emancipación regional para formar una potencia armónica que permita la felicidad del pueblo.

La victoria fue del centralismo porteño, pero fue un triunfo con ayuda de soldados de otras naciones representantes de la nueva dependencia, algo así como una nueva armada realista, pero no española, sino una armada unitaria manejada por los hilos del nuevo colonialismo inglés. Desde el 3 de febrero de 1850, se desataron muchas causantes del forcejeo entre los pueblos libres y la nueva corona. La guerra de la Triple Alianza fue eso: la corona digitó y los Unitarios se unieron para masacrar un país. Así también, el Plan Cóndor y la posterior caída del bloque Mercosur, con el puntapié inicial no casualmente en Paraguay de nuevo.

Pero esta nota atañe a la deuda, y voy a elegir referirme a la deuda con el pueblo argentino, con su soberanía y con su libertad. Un poco menos de doscientos años quedan por delante y una lucha constante por la soberanía: pocas veces el federalismo pudo gobernar, pero en todas esas veces, no se ha contraído deuda y no ha permitido el sufrimiento de un subyugado pueblo. Voy a referirme a los “gobiernos argentinos” como administradores para identificarlos como unitarios, y como “gobiernos soberanos”, para referirme a los que han pugnado por la felicidad del pueblo argentino como fin último de la Nación. 

La política económica unitaria inconcebible sin crédito extranjero

Entre la administración de Mitre y Sarmiento, la deuda externa de nuestro país creció aproximadamente un 300%, dinero destinado al financiamiento de la guerra de la Triple Alianza por parte de Mitre y a la nueva colonización pedagógica en las nuevas escuelas de Sarmiento. El plan político para consagrar el Estado Nación precisaba de capitales para solventarse, eran los tiempos de nuevos préstamos a grandes costos económicos. Durante la administración de Avellaneda, Europa sufrió una depresión económica que afectó a Inglaterra especialmente, y se complicó la ejecución de nuevos préstamos a tal punto de que este hecho marcó la primera injerencia visible sobre la administración estatal. Para darle curso a un nuevo flujo de capitales hacia Argentina, el gobierno nacional debía reducir los salarios de los empleados estatales un 25% y frenar todas las obras públicas en todo el territorio nacional. Obviamente eso ocurrió. La presión de los pagos de las múltiples deudas obtenidas produjo un colapso en la economía (a esta altura podemos afirmar que estos préstamos fueron la llave maestra para condicionar a todos los gobernantes argentinos durante más de cien años). Por consiguiente y, en concordancia con la nueva dependencia, el primer centenario de la Revolución de Mayo fue un festejo de la oligarquía nacional donde se especulaba mostrar la riqueza y la grandeza nacional, ocultando −por supuesto− que el 60% de la población argentina estaba por debajo de la línea de pobreza. Una vez más la administración de ese estado estaba a cargo de una clara unidad de concepción para el funcionamiento de un país dependiente. Cien años después de la epopeya de nuestros Padres de la Patria por la liberación de nuestro pueblo, los festejos se consolidaban como un éxito por la llegada de los Reyes de España. ¿De simbologías se trata esto, verdad? Claro que sí, a tal punto que en el Bicentenario de la Independencia en 2016, el último administrador −por pertenencia a su matriz de pensamiento, no por su productividad− Mauricio Macri, pidió perdón al rey español en nombre de nuestros próceres por la supuesta angustia que ellos sintieron al momento de luchar por la Independencia. Todos salvajes unitarios.

Soberanía estatal, un país para todos

 En 1945 la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin y comienza el proceso político de reordenamiento del orden mundial. Los principales actores del conflicto bélico buscan la forma de solventar los costos económicos de la guerra. Deciden entonces fundar una nueva entidad que regule los tipos de cambio de las monedas locales mediante el otorgamiento de créditos. Lo llaman el Fondo Monetario Internacional (FMI), medida pensada para el salvataje económico de las economías imperialistas y medidas de sometimiento para los países periféricos. Factor no menor fue el de los pueblos que sufrieron el conflicto, ya que estos estaban inmersos en la pobreza más cruda, tanto así que el hambre y la posguerra forman una analogía popularmente conocida como la imagen más paupérrima de la carencia.

Nuestro posicionamiento en la Segunda Guerra Mundial se puede percibir como el segundo momento en la historia de nuestro país donde la elección que se tomó marcó el futuro de nuestro rol en el mundo. Como la justicia es divina, en Argentina estaba Juan Perón, quien en un puro acto soberano −semejante a la epopeya de la Vuelta de Obligado− se negó rotundamente a doblegar los intereses del pueblo por debajo de cualquier otra nación. Por lo tanto, nuestro país se negó a participar del FMI: Perón consideraba que las decisiones económicas de un país son demasiado importantes para dejarlas en manos de un organismo internacional y, de paso, algo más: postulaba que no hay justicia en el sufrimiento de los pueblos, y es entonces cuando nuestra vocación solidaria encarna en la Doctrina Nacional la pulsión de ayudar al prójimo, en este caso a esa Europa de posguerra devastada y hambrienta, que fue la que recibió la ayuda humanitaria de los argentinos. Toneladas de trigo y carne del pueblo para el pueblo opacaron a la beneficencia del Plan Marshall. Argentina no solo era un país con decisiones soberanas, era una potencia capaz de parar el hambre en media Europa.

Teníamos una Patria fiel a las necesidades de su pueblo y lejana a la dependencia de las potencias. Con esa impronta, el estado justicialista cortó con la ruleta rusa del destino de los argentinos y argentinas, tomando las riendas de la economía argentina para la industria nacional. E incluso se pagó la deuda más antigua de nuestra república organizada: el empréstito Baring, contraído por Bernardino Rivadavia, se terminó de pagar en 1947 −120 años después− Perón canceló toda la deuda externa. El odio no tardó en llegar −la insubordinación no sería perdonada− la soberanía debía parar. Buenos Aires se convirtió en la primera ciudad del mundo en ser bombardeada por sus compatriotas bajo órdenes extranjeras. La oligarquía nacional y la hegemonía mundial unidos para derrocar a Perón.

Gobiernos ilegítimos. ¿Deuda ilegítima?

 El Plan Cóndor y su tiro certero marcó el retroceso en Argentina e inició un nuevo tiempo de inestabilidad política y económica. Bajo la presidencia de facto de Aramburu, nuestro país vuelve a entrar en el camino del endeudamiento e ingresa al FMI, al Banco Mundial y al Club de París. En apenas tres años la deuda  argentina creció un 1000%  y, en consecuencia con ello, el FMI comienza su injerencia en la política nacional. Este hecho da arranque a una segunda etapa en la que nuestro país pierde la potestad sobre las decisiones que atañen a su pueblo y su territorio. El hombre encargado de administrar la dependencia ya no era el presidente −de facto o no−, ahora la tarea era del ministro de economía. Jose Alfredo Martinez de Hoz fue un hombre vinculado a empresas internacionales y a los bancos extranjeros, vínculos que nuevamente se inmiscuyen en la vida del pueblo argentino. El plan es por todos conocidos: desempleo al alza y destrucción de la industria y la cadena de producción nacional. Cambia el presidente de facto y, con Galtieri, el nuevo ministro de economía Roberto Alemann, otro hombre fuertemente vinculado a los capitales extranjeros, implementa un plan llamado “seguro de cambio”, medida que produce la absorción estatal de deuda en dólares de las empresas radicadas en el país, generando un colapso en la economía nacional y acrecentando la deuda externa en porcentajes abrumadores.

Detengo acá la línea histórica del relato de la deuda para volver a plantear el paralelismo con los últimos cuatro años de administración macrista del Estado. “El mejor equipo de los últimos 50 años” no fue más que un rejunte de sujetos bien vinculados con los capitales extranjeros. Entonces, nuevamente se repite de manera cíclica la fijación unitaria de suministrar los recursos del estado en pos de los intereses extranjeros. Como es de esperarse, también se adquirió deuda, con la costumbre porteña sostenida; la incógnita ¿para qué?, y su fiel compañera: ¿Dónde está esa plata? Por supuesto el agravante mayor de estas medidas fue el compromiso de pago fue por 100 años. ¿Vieron que Perón pagó una deuda de más de 120 años? Esa deuda era la famosa Barings Brodrers que condicionó todo los gobiernos desde Rivadavia hasta Perón. Bueno, Macri al asumir esta nueva deuda hizo lo mismo, con el agravante de que lo hizo con total representatividad de los argentinos porque esa administración estatal asumió con una victoria democrática reñida, pero con la legitimidad de una administración perteneciente al centralismo unitario. Rifó los destinos del pueblo. Para salir de esto hay que producir, y los cipayos poco saben de producir, pero −si algo queda demostrado en un corto mirar atrás− el “cipayaje” sabe explotar a los que sí producen. Entonces el futuro que se rifó es el de los trabajadores y las trabajadoras.

La salida de los militares del poder había traído consigo la farandulización de la deuda, el alfonsinismo esbozó una unidad regional de los países latinoamericanos endeudados, iniciativa rechazada por la banca internacional y por Estados Unidos, lo que significó para el pueblo argentino un giro de administración económica del país y la implementación −con acuerdo del FMI− de papeles de colores llamados Australes. La agonía económica se profundiza y colapsa el país: la hiperinflación y el desempleo crecen sin techo. Alfonsín termina su mandato antes de tiempo. Llega Menem y, ante la promesa de una revolución productiva, la deuda sigue creciendo, aparece el concepto de gasto público y las privatizaciones. Continúa el rumbo cíclico de dependencia, nuevamente un ministro de economía con rango prioritario, se implementa la ley de convertibilidad. La paridad del dólar con el peso infiere un freno a la inflación, pero no a la deuda. La industria nacional agoniza tanto como la soberanía del país. Asume De la Rúa, la desocupación del país alcanza niveles históricos, se adquiere nueva deuda, estamos por las nubes. Las medidas de ajuste al pueblo son moneda corriente para sostener la convertibilidad y los compromisos externos. Ni el blindaje financiero impulsado por el FMI, ni la vuelta del ministro Cavallo lograron maniobrar el choque con la pared. La fuga de capitales y la presión social garantizan una crisis institucional. El corralito como manotazo de ahogado de una administración unitaria. El estallido social, los saqueos y cinco presidentes en una semana dejan a Argentina en la crisis políticosocial más profunda de la historia contemporánea.

La verdad nos hace fuerte y nos permite cambiar la historia

 En 2003 apadrinado por Eduardo Duhalde, quien garantizo bases institucionales para poder maniobrar un Estado en crisis, llegó a la presidencia de la nación Néstor Kirchner. Gobernador austral, militante peronista, referente de una alternativa al modelo neoliberal. Gestionó los destinos de su provincia leal su pueblo y a la doctrina. Es momento de tomar decisiones: o gobernar un país para su pueblo o seguir la línea de administración del Estado. Kirchner eligió ser leal al pueblo argentino. Asumió con pocos votos, mucha intriga y una excelente estrategia de comunicación y se ganó los corazones argentinos con carisma y aciertos en sus acciones. Gobernó soberanamente y en cuatro años sacó al país de la crisis políticosocial más profunda, devolviéndole a nuestra Patria “la política” como herramienta de cambio. Pagó la totalidad de la deuda con el FMI y le dio corte a la injerencia de este organismo en los asuntos nacionales. Fue ideólogo del bloque del Mercosur, regionalización de las fortalezas económicas de los países latinoamericanos con presidentes gobernando en pos de su soberanía. Le dijo: NO al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), y gritamos gol, como cuando Maradona y la mano de Dios.  El peronismo no se discute, pero, ¿alguien más ve el federalismo en esto?

Argentina pagó entre el 2003 y el 2015 más de 163.733 millones de dólares de deuda. Esto  quiere decir que, el plan de desendeudamiento que inició Néstor Kirchner fue continuado por la segunda presidenta mujer de la historia argentina. Este periodo de gestión soberana a cargo de Cristina Fernández de Kirchner destacó por múltiples medidas populistas de activación de circuito productivo interno de las industrias y el consumo, lo que permitió una economía nacional que posicionaría a nuestro país como la vanguardia de la región. Tiramos un satélite al espacio, muchachos.

Pero en el marco de análisis de la deuda se destacó por un capítulo nuevo, el de los Fondos Buitre. Esta cuestión viene más o menos así: un grupo de acreedores no aceptó las reestructuraciones de deuda soberana de nuestro país y, mediante la especulación financiera, compraron títulos de deuda de nuestro país a precio negativo para luego litigar en los tribunales e intentar cobrar la totalidad del valor de esos bonos. Este modus operandi  aprovechó el contexto de situación económica difícil de los países que no tienen otro recurso que emitir bonos de deuda. Por eso lo de buitres. Esto empieza cuando la deuda emitida por Argentina necesitó ser reestructurada, entonces, tras la suspensión de pagos del 2001, el país ofreció un canje de esa deuda a sus acreedores en 2005 y 2010; oferta que fue aceptada por el 93% de los tenedores de bonos, el otro 7% son los Fondos Buitre. La reestructuración ofrecida tenía la condición, del capital extranjero, que la jurisdicción legal sea de EEUU. Es decir, un grupo de accionistas sin patria podía demandar a un estado soberano en un campo de juego poco neutral como lo es Norteamérica −teniendo en cuenta sus relaciones carnales con el capital financiero− así fue que nuestra soberanía se vio en jaque. Nuevamente la deuda condiciona a todo un país. El conflicto con estos fondos fue laxo, el gobierno de CFK sufrió presiones de todas las índoles. Así fue que el capital extranjero necesitó un cambio en Argentina, administró Macri y el conflicto finiquitó a costas de nueva deuda. Los Fondos Buitre ganaron la apuesta y se les pagó a valores usureros, nuevamente un gobierno centralista rifó la soberanía del pueblo argentino.

Cambiamos la historia oficial o nos comen los de afuera

Este contexto donde el funcionamiento social de nuestro pueblo está sujeto a una pandemia totalmente ligada a la globalización y al capitalismo financiero foráneo, Argentina se encuentra nuevamente en un momento donde debe tomar decisiones. Y me refiero a Argentina y no a una administración o a un gobierno soberano por las gentilezas de acompañar las primeras medidas para salir de la crisis. Estamos ante un momento de inflexión para poder hablar y pensar el futuro, no solo por la salud del pueblo, sino por la salud de la soberanía.

El presidente de este tiempo es un referente político que ha acompañado gobiernos soberanos, pero también es un señor de la Capital Federal. Es una gran incógnita el querer saber dónde se va parar y qué camino tomará en concordancia con la teoría que se desarrolla en esta nota de encontrar en los tiempos históricos fluctuantes el hecho constante: el de la circunferencia de dependencia o soberanía. Además, suponer es el riesgo de dejar mal paradas a las partes de esa suposición, entonces: ¿estamos frente al dilema sobre qué suponer? La respuesta es un rotundo no. Mejor esperemos, veamos cual es el camino que elige y accionaremos sobre eso. Además las definiciones están pausadas, lo urgente antes de lo importante, la pandemia es una suerte de ensayo y también de tiempo complementario. Cuando sea el momento de lo importante, las opciones son las mismas de hace doscientos años, la tomaron todos los presidentes, gobernar para un país Unitario o para uno Federal.

Esta vuelta, en el marco internacional existe un nuevo líder del justicialismo, hay un argentino en una institución magnánima como lo es la Iglesia Católica. En momentos de definiciones centrales, es fundamental no desviar la mirada de El Vaticano, somos Latinoamérica un territorio profundamente sometido a la pobreza y hermanado por la fe cristiana. Hoy Francisco es un caudillo criado en un país con un Estado soberano y con un Estado de facto, no es un dato menor cuando hay que pensar en cómo cumple su rol. Hace rato tomó su decisión y está guiando armoniosamente en pos de las soberanías y la felicidad de los pueblos. Voy a citar dos hechos que refuerzan lo que antes se afirma; la primera visita a Latinoamérica de Francisco tras asumir su papado fue a Paraguay donde le pidió a los fieles “hagan lío” en un mensaje a todo el pueblo de fe, pero no es circunstancial el lugar en el que se da este mensaje. Estamos hablando de uno de los territorios de Latinoamérica más atacados −bélicamente y judicialmente− para cortar con los gobiernos soberanos. ¿Ya se dijo que de simbologías se trata esto? Sí claro, otra vez Paraguay es un puntapié, pero esta vez no es el de la opresión. El otro hecho es más reciente: hace poco tiempo el Vaticano puso en escena la necesidad de hablar de la condonación de las deudas de los países agobiados por el orden capitalista. Este momento no es menor, el mundo está azotado por la pandemia, pero hay países, como el nuestro, que además de salir vivo de un virus mundial nuevo, tiene que salir vivo del cáncer mundial que son los capitales foráneos. El talero de la historia mundial se mueve. Y los argentinos somos protagonistas una vez más por la universalidad del Justicialismo.

En este tablero, Argentina no solo debe salir de una pandemia parada, lo que se viene es una epopeya por realizar, todo lo nacional está en manos de un hombre, que, de acuerdo a su decisión, tendrá un pueblo que ayudará a reconstruir la identidad nacional. Pero se necesita saber si los chetos nos gobiernan o nos gobiernan verdaderos patriotas. Ojala caminemos arduamente por senderos de Rosas, Perón y Néstor y así nos podamos reencontrar en una Argentina soberana, solidaria y profundamente justicialista.

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