Divino tesoro – Andén 89

Hay algo que ocurre habitualmente en los hondos bajos fondos: nada cambia. O el cambio es a lo sumo, cosmético, como cuando un intendente se peina para inaugurar una y otra vez el mismo asfaltado hecho con la guita de otro. De eso saben Catinga y sus socios, que patearon los muchos conurbanos del país para descubrir que, a lo sumo, solo se cambia de dealer, de novia o de bar, pero nunca nunca nunca de panadería, equipo de fútbol y marca de yerba.

Bardi, la muñeca bardera – Andén 88

Bolitas. Figus, gomeras. Soldaditos derretidos por el sol. Muñequitos rotos heredados. La infaltable pelota emparchada una y otra y otra vez luego que viejas de mierda la pincharan de puro garcas. Manchas, escondidas, rayuelas, petardos dentro de botellas, bombuchas con meada. Venido de un mundo donde pegarle a otros es el juego más común, Catinga repasa su colección de juguetes sensibles, esos tan pero tan queridos que nos hacen olvidar que se los robamos a alguien.

Entre tu arte y mi arte – Andén 87

Y Catinga en su juventud decide ser artista pero le chinga de ciudad y en lugar de serlo en Florencia lo es en el conurbano. Entonces para no quedarse a medio camino entre la gloria universal y la nada misma dibuja en el pupitre del colegio, en el respaldo del asiento de colectivos inmundos y en fanzines punks de bandas reventadas que ya no tocan porque el cantante se les murió. De ahí su fama de artista maldito y antihéroe, de su vocación por exponer en galerías tan medio pelo como esta revista.

Secreto a voces – Andén 86

El mundo extramuros tiene el encanto del esoterismo de vuelo bajo, de la macumba en la esquina, de la vela encendida junto al santito el día que juega la selección. Por eso perduran las santerías, los que curan el empacho y te tiran el cuerito, porque allá y acá, donde se corre la coneja, toda ayuda es necesaria. Y por eso el trazo de Ca tinga te lo cuenta, él que más de una vez le rezó al gauchito para el patrullero girara en la esquina y no tener que descartar lo que los dioses le brindaron.

En la vida hay que elegir – Andén 83

Si hay gente que sabe de desperdicios son Gustavo Guevara y Ezequiel Pinacchio que desde hace años hurgan en los escombros de la cultura en busca de un hueso que pare la olla. Ya crecidos y con la fortuna de comer caliente a diario nos cuentan en imágenes lo que les quedó claro de esos días repletos de botellas vacías, cartones de puchos y bolsas de papas fritas a medio comer.

Primeros pasitos – Andén 82

Expulsado de varios colegios primarios en su infancia, Gustavo Guevara aprendió los rudimentos de la lecto escritura a fuerza de la mejor de las pedagogías de aquel entonces: los chancletazos de su madre. Ya de mayor, librado al azar de su destino aprendería a los tumbos que a la universidad de la calle es mejor no quedar debiéndole cuotas porque los matones de barrio te lo cobran a golpes y con retroactividad. Por eso se hizo historietista.

E=mc2 – Andén 80

El cine Gran California, en la vieja Ciudadela; Los videoclubs del conurbano donde se alquilaban películas condicionadas de los setenta; viejas revistas en blanco y negro pegadas en las gomerías, los tan reveladores dibujos de los baños en la estación de Morón. Todos esos hitos recorridos por la pluma obsena y pegoteada de Gustavo Guevara quien – como muchos – se daba amor a sí mismo ilustrando su imaginación con las mujeres de Milo Manara, Altuna y José Olivera, autor de ese otro pajero incurable, Piturro.

L´Etat c`est Luis – Andén 79

¿Estado? ¿Cuál estado? Cuando se inunda el conurbano no hay Estado, cuando la hinchada de Morón y Deportivo Merlo se agarran a pedradas en la puerta de tu casa no hay Estado posible. Así es el conurbano bonaerense: gana el que tira la piedra primero, el dueño de la pelota, el patrón de la vereda. El resto, a cagarse. Por eso existe Gustavo Guevara, para hacer justicia y denunciar el pequeño estado abandónico que todos llevamos dentro.