El Nombre de la Rosa, bellísima obra del italiano Umberto Eco, nos informa de una antigua disputa medieval, en la cual se intentaba dilucidar el estatuto ontológico de los universales. Se confrontan allí dos posiciones antagónicas a la hora de definir qué tipo de realidad debemos asignarle a nociones tales como la de Belleza o la de Hombre. De un lado, estaban quienes sostenían que este tipo de nociones generales no era más que flatus vocis, es decir entidades que sólo tienen lugar en nuestro lenguaje y de las cuales nos servimos para ordenar nuestra la realidad; pero que, de ningún modo, tienen una existencia per se. Del otro lado, en cambio, se sostenía que este tipo de conceptos sí refería a entidades realmente existentes, de carácter autónomo; por tanto, no sólo no eran producto de nuestro discurso sino que, muy por el contrario, operaban de referencia objetiva y auténtico parámetro de todo lo existente. Optar por una u otra concepción implicaba configurar y experimentar mundos totalmente diferentes, contrastantes, realmente antagónicos.