Hace ya más de quinientos años que América oscila, así como el péndulo de un viejo reloj infinito, entre dos posibilidades irreconciliables. Por un lado: lo que fue dado a llamar “Nuevo Mundo” pretende imitar a su progenitor. Es así que negando lo suyo, lo originario, lo propio, América encuentra en la vieja Europa la reminiscencia de una realidad que pretende suya, pero que no es vestigio de pasado alguno.