The Rolling Stones representa un inclaudicable modelo de tenacidad y fidelidad al rock. Desde sus jóvenes comienzos, influenciados por el sonido blues e inmersos en un Swinging London que se transformaba vertiginosamente, a un presente que, seis décadas después, celebra la permanencia como punto cardinal insoslayable del género por el puro placer y disfrute de seguir perteneciendo. Si se quiere, también, la mega banda enarbola la obediencia a cierto canon que establece un parámetro de perdurabilidad que no abunda en la profusa historia de uno de los fenómenos culturales más preponderantes del siglo XX. 

Podríamos contar el derrotero del Rock and Roll a través del legado establecido por la que es, a juicio de muchos entendidos, la agrupación más grande de todos los tiempos. Testigo inmaculado de un género que evolucionó durante los últimos cinco decenios, y se adaptó a las reglas y normas que impuso el mercado. Un negocio que, a menudo, coloca frías maquinarias monetarias al servicio de la conservación de grandes bandas…, o de su reencuentro tiempo después de una ruptura, todo sea por el afán nostálgico o por un suculento reembolso económico. Podríamos ejemplificar profusamente, sin embargo, analizar el caso de los “Stones” ofrece una perspectiva que no tiene comparación alguna. 

Entendemos al rock como una cultura desobediente y salvaje. Pero, en realidad, ¿qué es eso que llamamos rock? ¿Quiénes son aquellos ilustres abanderados que poseen el carisma, el talento y la gravidez necesaria para convertirse en voces de una generación? Aquellos próceres que supieron interpretar los códigos del género y tamizar bajo la propia mirada un tiempo histórico. The Rolling Stones puede atribuirse, y pocos podrán negarlo, el derecho de haberse constituido en padres de una tribu sagrada. Con la suficiente personalidad como para poseer el estilo y la estimable dosis de incorrección a la hora de tomar la voz de mando. A la perfección, supo interpretar aquello de desafiar paradigmas y animarse a romper moldes. A fin de cuentas, hacer y ser rock es naufragar hacia el propio destino. 

The Rolling Stones comenzó a escribir su leyenda en los albores de los años sesenta. El histórico Andrew Loog Oldham produjo, por primera vez, a Mick Jagger y a Keith Richards, para el cover “Come On” de Chuck Berry, lanzado como primer sencillo el 7 de junio de 1962; por aquel entonces versionar canciones influyentes podía constituir un pasaporte directo al estrellato. El bautismo triunfal se llevó a cabo, en formato televisivo, como estrategia publicitaria del mencionado registro, en el programa Thank Your Lucky Stars. Poco después, emprenderían su primera gira por Inglaterra, inaugurando un indiscutido paseo inmoral plagado de noches de excesos, vértigo en la carretera y una impetuosa dosis de Rock and Roll.  

Bajo este seminal suceso, el cuarteto conformado por Charlie Watts, Mick Jagger, Keith Richards y Brian Jones debutó bajo el nombre de The Rolling Stones, engendrando la clásica formación que los llevaría a gozar de un temprano éxito, producto de una serie de sencillos y discos que los posicionaron como una fuerte tendencia del incipiente movimiento. Prodigio masivo hacia mediados de la década del sesenta, que continuaba la huella trazada por los bluseros afroamericanos y expandía la moda instaurada por Elvis Presley hacia un estilo drásticamente distinto. 

Debiendo sortear las desgracias acaecidas producto del trágicamente desaparecido Brian Jones (en 1969, días antes del mítico concierto de Hyde Park), Mick Taylor ocupó su lugar para luego ser sustituido por el excelso Ronnie Wood (proveniente de Faces, The Jeff Beck Group y The Birds) en 1975. Posteriormente, Bill Wyman y Darryl Jones se incorporarían como miembros estables, en sucesivas etapas. Inclusive superando desavenencias internas y sabiendo compatibilizar los proyectos alternativos que, tanto Jagger −editando un puñado de discos solistas− como Richards −junto a su banda The X-Pensive Winos−, encararan a lo largo de su carrera, The Rolling Stones se mantuvo inclaudicable al inexorable paso del tiempo.  

Influenciados por la psicodelia y el country, prefiguraron las bases del rock contemporáneo. Reflejo de un momento cultural paradigmático del tiempo histórico que atravesó su recorrido musical, aún a casi sesenta años de su debut sobre los escenarios, los Stones conservan fulgurante aquel temprano ímpetu, y generan revuelo en cada ciudad y estadio en donde se presentan. Mick, inagotable y mesiánico frontman, mantiene intacto su electrizante despliegue sobre el escenario, mientras Keith sigue siendo su irremplazable escudero, capaz de hacer brotar, desde las yemas de sus dedos, riffs tan pegadizos como rabiosos.  

Más de cien sencillos lanzados al mercado y un total de sesenta ediciones discográficas (entre registros de estudio y vivos) conforman un suntuoso portento cultural sin fecha de vencimiento que ha trascendido la expresión musical para convertirse en un símbolo del siglo XX. El fenómeno, cabe aclarar, tampoco estuvo ajeno a nuestro suelo. Cuando The Rolling Stones desembarcó en Argentina, en febrero de 1995, saldó una cuenta que se asemejaba tardía, y causó un furor inusitado. Un estado febril que se repetiría en sus próximas cuatro visitas hasta la fecha. 

Como efecto en cadena de su indetenible impacto en el mundo rock, la lengua stone (sobre una idea estética erróneamente atribuida a Andy Warhol) se ha multiplicado estampándose en el alma y la piel de miles de fanáticos. Esta iconografía hizo su aparición en 1971, año del lanzamiento discográfico de Sticky Fingers, cuyo arte interior fue diseñado por John Pasche −un estudiante del Royal College of Art de Londres−, allegado a los miembros de la banda. En la funda interior del disco, se pudo apreciar por primera vez el logotipo identitario, cuya inspiración remite a la imagen feroz y desnuda de la diosa hinduista Kali. Basta acaso contemplar su mundialmente conocido logo para comprender la dimensión de una figura que excede su territorio expresivo para arraigarse culturalmente con una prestancia notable.

Inamovibles de nuestra memoria melómana, aún resuenan vitales discos como “Beggars Banquet” (1968), “Let it Bleed” (1969), “Some Girls” (1978), “Emotional Rescue” (1980), “Tatoo You” (1981) y “Voodoo Lounge” (1994). Engrosando su palmarés, el Premio Grammy a la trayectoria que le fue otorgado en 1986 y su incursión en el Salón de la Fama del Rock & Roll, en 1989, dan prueba de su vigencia como grupo, habiendo influenciado a todo artista de rock desde entonces hasta hoy. La validación máxima otorgada por la industria. No caben dudas, el género entero se mira al espejo y se reconoce deudor de la inmensa herencia stone. 

Párrafo aparte (y merecido) para el genial Mick Jagger: actor encubierto, enorme histrión, divo inigualable. Las cualidades antes mencionadas para la banda también se aplican a su líder; el talento, carisma, constancia, profesionalismo, perdurabilidad y pasión lo convierten en una de las estrellas de rock más importantes de la historia, esas que marcan una época y son un punto de quiebre para el desarrollo del ámbito que transitan. Si evaluamos la importancia de su figura, sabremos que se trata de un pionero en varios aspectos; el género no fue el mismo después de él, David Bowie, Freddie Mercury, Bob Dylan, John Lennon, Jim Morrison o Elvis Presley. 

Un imaginario túnel en el tiempo nos transporta, medio siglo después, hacia un presente que desafía las barreras de la lógica y la naturaleza, comprobando que poco de aquella naturaleza ha cambiado. Con motivo de su 50º aniversario, la legendaria banda liderada por Mick Jagger preparó una conmemoración a la altura de su leyenda: una gira mundial como anticipo a un nuevo material de estudio, titulado “Blue & Lonesome” (2016) y primer registro discográfico desde “A Bigger Bang” (2005). Celebrando la música hecha himno de multitudes y con la intención de recrear el cariz atemporal de sempiternos éxitos como “Satisfaction”, “Paint it Black” o “Jumpin’ Jack Flash”, este magnífico artefacto de relojería perdura con la misma trascendencia que en el pico de su juventud, cumpliendo con ese extraño designio de superar las barreras cronológicas. 

Podríamos reflexionar acerca del significado preciso que el obedecimiento adquiere dentro del terreno del rock. Un ámbito donde las normas y las órdenes pueden ser controvertidas. También en sus múltiples connotaciones. Haciendo caso a la fuerza gravitante del mercado, sin pretender cambiar las reglas del juego como una constante que justifique el éxito a toda costa. Bajo esta mirada de dominancia cultural, podrían resultar autonomía moral y obediencia comercial dos polos diametralmente opuestos. Quizás encontremos aquí la clave a posibles respuestas: The Rolling Stones ha sido lo suficientemente hábil como para conservar, a lo largo de los años y las transformaciones del género, el estilo y la unidad de grupo, sin fagocitarse, dentro del efímero boom de moda que consumió a muchas de sus bandas contemporáneas. 

Porque el planeta rock no entiende la importancia de cumplir una norma sin dejar evolucionar su progreso. Y porque la emoción puede, con frecuencia, más que el pensamiento y así, en su fluir, antecede a la rebeldía que porta con orgullo. Acaso podríamos trasladar el análisis hacia otros márgenes de tan divergentes culturas en donde las reglas están diseñadas para que vivamos mejor, sin por ello negar que la desobediencia siempre ha ocurrido a través de los siglos. The Rolling Stones, jamás traicionando sus ideales, apropia esta máxima a la perfección para hacer nuestro mundo más agradable, desacatando todo pronóstico de caducidad. 

La intensidad, energía, entrega, determinación y mística que exhibe este grupo de veteranos incorregibles es la prueba más fiel y fehaciente de que el paso del tiempo en nada ha frenado las ganas de tocar auténtico Rock and Roll. Receta probada para torcer el rumbo del almanaque que cae rotundo sobre cualquier otro mortal: The Rolling Stones traza, sobre sí, un legado sin fecha de extinción. Un auténtico emblema de durabilidad, que jamás agota nuestra capacidad de asombro al ver el despliegue, la química y el Rock and Roll que llevan en las venas estos cuatro fantásticos, renovando el interés en su público a lo largo de las generaciones pasadas, presentes y venideras.  

Entrada anterior Elogio a la mediocridad
Entrada siguiente Obediencia defaulteada

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *