La colección Traducciones de AñosLuz está demasiado politizada. Me preocupa. Debería preocuparle a la Ministra de Educación de la Ciudad. Lo cierto es que Laura Estrin (directora del soviet de Liudostán), Fulvio Franchi (comandante en jefe de dicho soviet a la hora pelar las traducciones) y Nikita Gusev (el arcano 3, la emperatriz del Tarot, quien completa el círculo) han dado a luz una nueva bomba “febrerista” (para los que aún nos quedamos bajos las filas “rojas” de la caballería de Babel) o contrarevolucionaria (para los intereses “blanquistas” de la Guerra Civil). En cualquiera de los dos casos, Laura Estrin acierta en pensar esta colección como la creación de nuevxs lectorxs. Nuevas-viejas intervenciones que, en el presente continuo de esta podredumbre macartista de pensar la literatura como una comunidad de oportunismo (rodeadxs de funcionarios y exfuncionarixs, diría Viñas), sacerdocios variopintos, corrección política y desregulaciones que se han cooptado para disciplinar la lectura, leer a este Ilyá Ehrenburg viene como respirador artificial. Y, en terapia intensiva, no sobran. Los Retratos de poetas rusos (2020) es, al mismo tiempo, un reparto de llagas donde la estesis se ancla en la tragedia del presente (entre exiliadxs y camaradas; entre suicidadxs y anónimxs poetas). No compite en los protocolos de ningún concurso más que en el de su propio deseo: escribir.

Andén: Laura, como directora de la colección Traducciones de AñosLuz, venís, hace un tiempo ya, arrojando la tesis de que están construyendo nuevos lectores o un lector de literaturas eslavas. ¿Por qué “crearlos” hoy? Digo, me pregunto, qué coyuntura les permite a Fulvio y a vos proyectar otro lector de “lo ruso”.

E.: El desafuero, la avidez, el loco sistema nervioso que tenemos nos permiten seguir trabajando sin ningún aliciente casi. No creo que se pueda construir lectores, pero sí transmitir una pasión, lo que dijo alguna vez Jorge Panesi, y que algunos repetimos. La insistencia, como escribió Diderot: “Es la magia de la constancia, la más difícil y la más rara de nuestras virtudes”, el no poder no hacerlo. Incluso entre amigos ya le llamamos “avivar giles” a esto de mostrar la genialidad en un mundo tan opaco, tan vulgar, tan bruto.

Primero con Tsvietáieva, luego con Dovlátov y recientemente con Jlébnikov presentan una constelación de autores abyectos, pero compañeros de ruta −imagino que no comulgás con esta caracterización− de la Revolución de Octubre o de lo que quedó de ella. ¿Por qué Ehrenburg?

 E.: No a los autores ni en grupos ni en escuelas ni en géneros ni en motes ni en campo arado alguno. No recordaba de dónde había sacado este libro para insinuárselo violentamente [risas] a Nikita Gusev y con él meterlo en un camino de infortunio, el de traducir libros geniales. Pero Fulvio me lo dijo hace poco: “Lo leíste en las Memorias de Erhenburg”. Digo, leo lo que casi nadie lee, mamotretos de 1000 páginas como ese, como Mi siglo de Alexander Wat, y me voy perdiendo en cruces de autores-genios. Alexander Wat en ese libro cuenta como conoce a Shklovski, ¿alguien leyó eso? Nicolás Rosa decía: “Hagan de cuenta que yo leí todo”, y yo lo repito para explicar por qué vamos rumbo a fracaso.

Pienso este libro atadito a tu Memoria irreversible… (también publicada por AñosLuz en 2019). ¿Con cuáles de aquellos retratos que escribiste en esa obra sentís mayor afinidad en la pluma de Ehrenburg? Me refiero en un diálogo entre retratos, un diálogo imaginario.

E.: Ehrenburg es un periodista cultural, gran informador de un mundo que fue y vino entre París y Moscú, conoció a todos, trató a todos, ayudó a algunos, hizo lo que pudo; durante la Segunda Guerra Mundial, fue vocero oficial del frente soviético, los soldados cantaban sus poemas, luego, al ocuparse un poco de los judíos masacrados en la URSS, con Grossman, lo callaron otra vez. Ojalá mis retratos sean más cercanos a los de Tsvietáieva, donde la magia y el don de escritura vuelan más alto. Donde no hay más explicación que la literatura y el encuentro inaudito.

En la introducción a los retratos, Fulvio, pintás un Ehrenburg que vuelve de París sin haber perdido las contradicciones de Kiev. ¿Cuál era su vínculo con Babel, Maiakovski y, puntualmente, Voloshin?

 F.: El ser humano es contradictorio. Cuando no lo es, es un tirano en potencia. Lenin, Stalin, Hitler no tenían contradicciones. En sus memorias (Gente, años, vida, publicadas por Acantilado en 2014) Ehrenburg no se priva de dejar constancia de que es un ser contradictorio que fue dando las respuestas que pudo en el contexto de un sistema que se alimentaba de carne humana. Sus memorias, en muchas partes, se aproximan a una confesión, igual que los grandes libros que dan cuenta de esta época, como Viaje sentimental de Shklovski, Caballería roja de Bábel, Indicios terrestres de Tsvetáieva, Días malditos de Bunin, las Memorias de Nadiezhda Mandelstam, (la esposa del poeta, autora del mayor testimonio del siglo XX) y tantos otros. Ehrenburg huye del imperio ruso y se instala en París, donde conoce a toda la despreocupada bohemia artística parisina (Picasso, Modigliani fueron amigos suyos) sin perder contacto con la realidad rusa. Vuelve a Rusia durante la Revolución, a partir de ahí, su vida será un ir y venir entre la Unión Soviética y el resto del mundo. Este “viaje sentimental” tuvo distintos matices en todos esos años. Bábel fue uno de sus mejores amigos, una de las personas que le resultaron más cercanas. Las escasas veinte páginas que le dedica en su libro de memorias son la mirada más acertada sobre su obra. En cuanto a Voloshin y Maiakovski, creo que representan (dentro de lo que una persona puede “representar” algo más que a sí mismo) dos épocas, dos momentos, dos modelos de poeta, dos Rusias distintas: la Rusia prerrevolucionaria y la Rusia posrevolucionaria. El Cantor de la Revolución y un poeta que sería desechado por no responder a sus demandas, pero que resistió desde la poesía, que intentó que la vida siguiese, que en la guerra civil se lamentó tanto por los rojos como por los blancos. En Francia, a Voloshin, le gustaba presentar a los rusos como un pueblo exótico, diferente. Esa búsqueda de lo exótico lo lleva a su refugio en Koktebel, donde acudirían todos los poetas a encontrar un hogar que los aislara del caos. Maiakovski, en un principio, se sintió en su hogar dentro de la Revolución. Cuando Eherenburg escribe los Retratos, esa imagen grandiosa, poderosa del Maiakovski declamador, gritando sus versos, creciendo a dimensiones astrales, todavía es posible. Impacta pensar que seis años después se suicidaría.

¿Sentís que Erhenburg es una voz ninguneada por la intelectualidad rusa durante la guerra civil o, posteriormente, durante la Segunda Guerra Mundial?

 F.: Ehrenburg es un personaje incómodo. Así como sus “retratos” son fotos que saca en un limbo de la historia (seguramente uno de los limbos más violentos, en los que se había “abandonado toda esperanza”) él se movió durante setenta años en un limbo no menos difícil. Desarrolló habilidades de supervivencia, fue y vino todo lo que pudo y no perdió sus convicciones. Creo que pocas personas (aun al día de hoy) son permeables a las memorias o a todo tipo de obra que no responda a un procedimiento, que no se encasille en un género (personalmente, no creo en los géneros y antes de que planteen que las memorias lo son, están muchísimo más lejos las memorias de Solzhenitsin de las de Susana Giménez que, en la novela, un best seller de Crimen y castigo).

¿En qué lugar de Erhenburg, de su crítica poética (como la piensa Fulvio), te hallás como traductor? Tengo de fondo las fotografías y el diálogo con su voz, por eso me pregunto dónde está la voz de Nikita en este libro.  

G.: Es un análisis que me es difícil hacer y, sinceramente, preferiría que lo hiciera un tercero. Algo fundamental que creo que terminé de entender recién hacia el final, quizás una realización obvia para los traductores literarios, es que traducir una obra es hacer su reescritura. Y es un hecho inevitable, sea cual sea la intención inicial de su traductor. También fue la primera vez que me tuve que enfrentar a todos los aspectos de finalización de una “obra”, quizás nimios, pero sumamente significativos para mí. Semanas de idas y venidas de correcciones, reescritura de partes, aceptar que ciertos fragmentos nunca van a convencerte al ciento por ciento. Y finalmente darle el sello de “terminado” y dejar de editar el archivo de Word. Haber “terminado” este libro, que haya pasado por las correcciones de Laura y de Fulvio, fue un proceso clave en la formación de mi propia “voz”, y, en mi lectura, me saltan más las partes en las que mi voz NO [N. d. E: enfatiza] está más que cualquier otra cosa.

 

¿Considerás esta traducción, en esta colección y mucho más aún en la competencia picante por tener “originales” no traducidos antes, un acto de desregulación frente al canon de las grandes editoriales o frente a un Tolstoi, por ejemplo, ya transitado?

G.: Realmente no creo que nadie se esté peleando por publicar a Ehrenburg (exceptuando quizás Gente, años, vida), o a Jlébnikov, o a Babel. Si bien hay editoriales que tienden a publicar material inédito, esto es poco común, por lo menos, con la literatura de Europa del Este, donde lo “seguro” a nivel mercado siempre va a ser los clásicos reconocidos por el canon occidental. La literatura rusa en particular vive en los diálogos entre sus autores, y su lector se construye en este contexto. Se me hace imposible imaginarme un lector que solo lea a Tsvietáieva, o a Blók, por ejemplo. Pienso que el lector de literatura rusa es casi una especialización desarrollada inconscientemente, y es un tipo de lector que está muy al tanto de “lo que falta”. Y, en esos márgenes, hay muchísimo material sin editar o editado hace eternidades. Lo que se puede “tomar” de Retratos de poetas rusos depende mucho de su lector; un lector que ya conoce a estos autores obtendrá una mirada bastante única sobre figuras con las que quizás ya se sentía bastante familiarizado. Y para un lector nuevo puede ser una gran puerta de entrada a una literatura nacional enorme. Y creo que, más que desregular, esto último sería mi mayor deseo o intención con este libro.

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