No es novedad que el teatro es un territorio siempre en exploración. Allí donde hay cuerpos humanos desplazándose y conviviendo unos juntos a otros lo que se halla es la conformación de un microcosmos inestable, siempre a punto de cristalizarse y hacerse pedazos. La obra Habitación Blanca, de la novel autora Laura Raggio, intenta eso, captar para el espectador un espacio al borde del colapso.
Sorprende desde un primer momento la puesta en escena que atenta contra la univocidad del escenario tradicional y exige un esfuerzo físico del público. El espectador es situado en el lugar del Voyeur y nunca es cómoda la posición de aquel que espía la intimidad ajena desde la mirilla de una puerta o a través de una ventana. También es un Voyeur quien adivina desde su casa lo que pasa del otro lado de la pared guiándose por conversaciones de las que no forma parte. El escenógrafo, afortunadamente, ha pensado en paredes semitrasparentes. La propuesta es curiosa, el espectador pareciera estar ubicado en el pulmón del edificio donde transcurre la historia. No es un dato menor: dentro de esos compartimentos estancos, el aire es algo que se va enrareciendo hasta volverse asfixiante, incluso, en los momentos en que surge de la trama alguien que abre, con un beso, una puerta a lo desconocido.
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La desnudez impactante de una mujer que se erotiza frente a una ventana (Marcela – Lucia Rossi) no es menos procaz que el griterío constante de quien clama por una justicia nunca explicada ni explicitada (la mujer de los gatos – Carolina Darling). La intimidad de los convivientes, de los amantes, de aquellos que son testigos involuntarios o no de una cotidianeidad. Elementos de un universo sin más paisajes que las dependencias de dos ambientes o de un lugar de trabajo. Esas diminutas geografías donde se sucede la vida son el lugar privilegiado en las que líneas argumentativas paralelas confluyen y no se cierran.
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Habitación Blanca tiene una notable virtud: consigue exponer con claridad la oscuridad de sus personajes, las miserias y endebleces con que sostienen sus vínculos. Pone de manifiesto, gracias a meritorias actuaciones, detalles de carácter que el argumento parece no tener intenciones de detallar. A este respecto se destacan Nacho Tahhan con una estereotipada pero sólida composición de un inmigrante ruso y Viviana Montes (Julia) que, a pesar de su contextura aniñada, exhala, al llegar la obra a su clímax, una voz que golpea, inflama la habitación, el edificio y la sala del teatro. Gabriel Jacubowicz (Javier) se pone en la piel de alguien a quien se desprecia en el preciso instante en el que aparece. Lucía Rossi (Macela) es la sensual inquilina española cuyo personaje crece y crece y en un santiamén sale de la obra y no vuelve aparecer. Pequeñas notas críticas sobre este personaje: ¿Era realmente necesaria, para los fines de la obra, el grado de exposición que alcanza? ¿Ayuda a contar la historia o es sólo un golpe de efecto? ¿Si la actriz no fuera Rossi, el efecto, sería el mismo?
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Habitación Blanca, se presentó en marzo y abril en Hybrido teatro, Villa Crespo. Una obra independiente, hecha a pulmón por jóvenes militantes del teatro que sorprende por su profesionalidad y su riesgo. Más notable aún cuando se sabe que es la ópera prima de su autora y directora ,Laura Raggio, alguien que cualquier amante de las tablas debería tener en su radar de jóvenes promesas de la dramaturgia argentina■