Andén está de moda. Y eso que el mercado no le interesa. La publicación, entre nosotros, se dirige a los distraídos, ¿qué persona atenta y bien dispuesta estaría interesada? Para quienes se toman las cosas en serio, existen diarios que desde su formato inspiran una (muy incómoda) seriedad, como lo es La Nación, pero también se encuentra Clarín o Página12 (dueños de una extensión algo más cómoda). Podríamos decir, en términos generales, que estos son clásicos de (la ficción) argentina.
La moda parece, justamente, definirse por antítesis: es lo contrario a lo que permanece, a lo clásico, a lo absoluto. Así, la moda se constituye como algo pasajero, efímero, que no tiene una existencia por sí y para sí. Unos anteojos clásicos, por ejemplo, no llamarán la atención, pero los podremos usar casi toda la vida, o por lo menos todo lo que duren. Por el contrario, el tiempo de uso de unos lentes que estén a la moda, no será equivalente a su vida útil, sino que estará determinado por su aceptación social. Se impondrá rápidamente, tendrá un breve tiempo de esplendor, para luego discontinuarse hasta quedar en el olvido.
Si, como decimos, la moda es algo efímero, ¿qué sentido tiene entonces detenerse a pensarla en este nuevo ANDÉN? Sucede que en nuestras relaciones cotidianas nos encontramos constantemente atravesados por la moda. Muchas de nuestras decisiones, y no necesariamente las menos importantes, se ven directamente condicionadas por la aceptación social. Y esto en principio no tiene nada de malo, ya que actuar conforme a lo que la sociedad espera de uno es algo que nos integra, da cuenta de nuestra unión y se expresa en nuestras reglas de convivencia. Pero también debe tenerse presente, que otras tantas veces, conducirse por estos parámetros genera algunas contradicciones.
Vemos entonces que la moda tiene aspectos positivos y aspectos negativos. Empecemos por ver, a su favor, que la moda se implica el quiebre de ciertos valores. Como todos sabemos, muchas veces las modas se imponen sobre prácticas sociales muy anticuadas, que rozan lo obsoleto.
Esto no significa que todo lo viejo es malo y que debamos quebrar absolutamente todos los valores que cargamos, pero sí implica, otras veces, una problematización de las prácticas que más naturalizadas tenemos. Un claro ejemplo de ello son los nuevos modos de entender el periodismo:
Barcelona es una revista que está de moda, con una tirada que no deja de sorprender, y que puso en ridículo a los modos clásicos de hacer periodismo con sus mismas prácticas: noticias absurdas, un diseño que combate el interés que el lector pueda tener, uno de los peores papeles del mercado, etc. Todo ello muestra, en una metáfora incesante, lo malo que es el periodismo argentino.
Pero si bien decimos, por un lado, que la moda tiene de positivo el hecho de que rompe con lo clásico (que no por clásico es positivo), también debemos afirmar, por el otro lado, que la mayoría de las veces el movimiento incesante y enloquecedor que conlleva la moda, conlleva importantes carencias. Seguir modas, en muchas ocasiones, está directamente ligado con la carencia de una definición, con la imposibilidad de estar bien con lo que se tiene, y con la necesidad de cambiar hasta el cambio. Cambiar, a nuestro modo de ver, es casi siempre positivo. Pero los cambios deben tener algo detrás, porque si no son puro devenir, y ¿quién se beneficia del puro devenir? Aquel que desde cierta posición de poder, promueve la inalterabilidad. ¿Cuántas veces escuchamos que cambió todo para que no cambie nada? Detrás de esta frase que parece una tautología, hay en realidad un gran contenido que es bueno desmenuzar: mientras todo parece alterarse –la moda– hay algo que persiste –las relaciones de poder–.
Estar a la moda presupone, desde el vamos, que otros no lo estén, produciendo y reproduciendo una lógica de exclusión social: Nos preocupamos por tener la última camisa, la última remerita, esos anteojos que tanto nos gustan, las zapatillas, el auto, etc., pero no nos preguntamos de dónde vienen, cómo se confeccionan, quién lo hace, para quién, quiénes se benefician de ellos. Baste nomás pensar que muchas de las denuncias por trata están no ya ligadas a los prostíbulos sino a los mismos talleres de confección de prendas. Las modas son así, muestran todo lo lindo, bello y bueno, pero ocultan sistemáticamente lo que hay detrás. Y con esto no decimos que hay que volver a lo clásico, sino que más bien propugnamos que esté de moda repensar nuestras relaciones, nuestras jerarquías y nuestras circunstancias. Que se ponga de moda militar esta necesidad es la intención de este Andén, que se viene con mucha tela por cortar■