Si el porno atrae por lo que muestra, también repele por lo que invisibiliza. En esa zona oscura del ninguneo sexual, distintas prácticas que fusionan la política y el arte dan batalla por dar luz a la multiplicidad de experiencias eróticas que pueblan el imaginario. Laura Milano, autora del reciente Usina Posporno, un panorama de la pospornografía disidente revela para Andén la historia y las intensiones de un movimiento crítico y contestatario que busca ampliar las fronteras del deseo: sumar, incluir y crear.
¿Cómo definimos para el no iniciado lo que es la pospornografía?
La pospornografía surge a principios del 2000, a raíz de algunos movimientos que se dan en los ochenta, cuando grupos de actrices porno y trabajadoras sexuales empiezan a plantearse la idea de producir sus propias películas; salir del lugar de ser actrices y de ser dirigidas por otros para historias que no las representaban, y poder crear ellas sus propios films. Esa es la base que arranca con Annie Sprinkle, que es como la gran madre del posporno, pero queda ahí. Esta idea se retoma veinte años después, en el 2000, cuando surge toda esa intención de tomar la pornografía para crear algo diferente, lo retoman los colectivos activistas del feminismo más radical, que empiezan a darse cuenta de que la pornografía es algo que no les interesa, pero en lugar de ponerse en una posición de censura y de decir: «Eso no lo quiero. Hay que prohibirlo, es humillante para la mujer”, dicen: “Utilicemos este dispositivo para destruirlo desde dentro, para crear otra pornografía; dirigir nuestras películas, crear las historias que a nosotras nos excitan”. Tiene que ver, además, con toda una mirada y experiencia de la sexualidad que no es la heterosexual, la más convencional que el porno muestra. Si en el porno la gran figura ni siquiera es el hombre, sino su genitalidad en primer plano, en la pospornografía empiezan a aparecer unos desvíos que hacen que la genitalidad ya no sea lo más importante; empiezan a aparecer otras personas teniendo otro tipo de prácticas sexuales; siempre ─igual─ con un contenido sexual explicito muy fuerte, que no deja de ser material pornográfico, pero al que se le dice posporno, porque es una superación al dispositivo pornográfico con las mismas herramientas desde una producción activa y disidente.
¿En qué sentido la pospornografía se inserta dentro de la trama «poder-saber» del dispositivo sexual?
Foucault dice que en realidad hay una producción, un permanente decir y hacer discursivos acerca de la sexualidad, pero que es imposible salirse de esa trama ya que es la que nos configura, como todo lo discursivo. Entonces, la pospornografía parece así como un punto de fuga en este dispositivo de sexualidad, como una creación de nuevos discursos, de nuevas disciplinas que muestran contrasexualidad. En una de las entrevistas que le hicieron, él habla de las prácticas de contraproducción de sexualidad. Obviamente, la pornografía viene acá como uno de los discursos disciplinadores, como la pedagogía, la religión. Los ejemplos que ponía Foucault eran sobre la historia de la sexualidad. Si pensamos todo eso en el marco de sociedades atravesadas por los medios de comunicación, ya estamos hablando de dispositivos mediáticos. Y la pornografía es un gran dispositivo mediático para enseñar y mostrar cómo son la sexualidad hegemónica y la sexualidad correcta. Y el posporno justamente viene ahí a desviar.
En uno de tus trabajos, decís que el cuerpo pospornográfico evidencia la artificialidad del sexo, que constantemente es invisibilizada en el porno por su intensión hiperrealista. ¿El posporno se pretende más real? ¿De qué modo y con qué mecanismos visuales se pone de manifiesto lo invisibilizado?
En realidad los cuerpos que aparecen en el posporno empiezan a mostrar aquello que en realidad es artificial y que en el fondo no parece serlo: es el hecho de que nada en la corporalidad o en nuestra experiencia sexual está dado de por sí. A ciertos cuerpos, no le corresponden ciertas prácticas sexuales por naturaleza, sino que son una construcción que tiene que ver con un sistema heteronormativo, donde lo «normal» y lo que está en el orden de lo imaginable y esperable es que yo, como mujer, sea heterosexual, que me gusten los varones y que me acueste con ellos, que tenga cierto comportamiento sexual de acuerdo con mi identidad sexo-genérica. Todo ese análisis y esos conceptos no se analizan en la pornografía. La pornografía se toma como evidencia de cómo es la sexualidad entre hombre y mujer –cierta pornografía mainstream convencional–, aunque se puedan hacer un montón de salvedades. Tomando el sexo hegemónico, qué más vas a ver en el tradicional: penetraciones, eyaculaciones en primer plano…, lo que tradicionalmente se dice «garche». Eso es lo que más se ve en el porno, como si ese fuera el retrato más real, más documental de lo que la sexualidad es. Y en realidad, el posporno lo que viene a decir es: «No, la sexualidad no es solamente eso». ¿Y de qué forma se empieza a exponer que todo aquello que muestra el porno es artificial y que no es simplemente un registro documental de lo real? Al revelar otro tipo de sexualidades y otras prácticas, donde ya la genitalidad pasa a un segundo plano o no importa; donde los juegos eróticos que se llevan a cabo son lo protagónico de una escena sexual, como en el sadomasoquismo; donde los roles están totalmente invertidos, donde los sujetos ya no son hombre y mujer, sino que aparecen otras corporalidades: trans, intersex, ciber…; así se empieza a romper esa idea única de que la sexualidad sucede entre dos cuerpos: hombre y mujer, conectados por medio de una penetración. Ese es el gran paradigma de la pornografía. Igual se pueden hacer salvedades –como te decía–, porque el porno no es solamante eso que parece tan básico como mostrar sexualidad entre hombre y mujer. Hay un montón de categorías por parte del negocio que es mostrar todo lo que se encuadra dentro de categorías de freak, que tienen que ver con aquellas mismas cosas que se ven en el posporno, pero el tema tiene que ver con cómo se lo está mirando. Si se lo está mirando como una rareza simplemente para tener otro nicho de mercado (convencional, gay, trans, lesbiano, queer y otros tantos), o si tiene que ver con esta producción desde las disidencias sexuales y los activismos, de mostrar otras formas de vivir la sexualidad, pero con un alcance político y disruptivo. Y no por eso deja de ser excitante y pornográfico.
El público heterosexual se acerca a la pornografía comercial y normalizada en búsqueda de excitación erótica. ¿En la búsqueda de visibilidad de los cuerpos y de las sexualidades disidentes desde un punto de vista crítico a la heteronorma, la pospornografía no corre el riesgo de dejar de lado la dimensión lúdica que tiene todo producto artístico?
Corre el riesgo de ser un material que no tenga la misma finalidad que el porno porque de hecho no la tiene. No va directamente a la excitación. Es un material pornográfico en muchos casos, pero empiezan a aparecer otros mensajes y otras capas de lectura más allá de la excitación, que tal vez en el porno no están tanto. No importa si en el porno me cuentan una buena historia o si hay una crítica sobre algo; importa, como construcción, que eso excite. Si no excita, ese porno no me sirve, es trucho, no vale. Una vez que terminaste de ver una peli porno —ni siquiera una entera—, el momento culminante ya está, acabó la excitación, ya fue, el resto de la historia qué me importa; o me vuelve a importar cuando aparece una nueva escena candente y muy hot. Ese es el ritmo que tiene el porno. El posporno rompe estas linealidades, y empiezan a aparecer otras lecturas, pero en ellas puede perder su conexión tan directa con generar una excitación. Respecto a lo lúdico, no creo que lo pierda, me parece que está sostenido sobre esa posibilidad de juego porque así como en el porno hay una gran industria detrás de todo, con un dispositivo industrial, comercial y de mercado, se producen cosas que saben que van a vender. En la pospornografía, son las propias personas implicadas quienes se ponen frente a la cámara, a experimentar y a filmar y a crear historias, y después a discutirlas en mayor o menor medida, pero siempre con un espíritu de experimentación.
¿En la pospornografía, en qué medida se resignifica la triada “penetración, eyaculación y orgasmo” central en el porno comercial?
Se escapa totalmente. No hay eje conductor. Se desarrollan registros que no se pueden encuadrar en esa narrativa de principio-nudo-desenlace. Pasan por otro lado. La presencia de la sexualidad es totalmente explícita. No hay una conexión directa con aquello que el porno organiza en una historia. Esa es la mayor ruptura. No hay nada que ocupe ese lugar; solamente el mostrar experiencias fuertes, disruptivas con la experiencia corporal hegemónica. Eso no quita que sean materiales con un potencial de excitación. Para mí, no es la condición base, simplemente es una posibilidad. La condición base es mostrar sexualidad explicita, pero desde una mirada y un hacer disidente. Después si eso sirve para generar excitación en el espectador es el gran capítulo para pensar.
Hay un dispositivo en el porno que busca transformar al espectador primero en un voyeur y luego en protagonista. ¿Cuál es el rol del espectador en el posporno?
Eso tiene que ver con dónde y cómo se consume. Se consume en los núcleos más duros de los festivales autogestivos de activistas, del feminismo radical y de las sexualidades diversas. Y, en esos contextos, hay un contrato de lectura muy cómplice. Los que están produciendo las películas son –probablemente–los mismos que las están consumiendo. Hay una igualdad entre el que produce y el que consume. También otra de las rupturas es la autogestión. Yo, que consumo posporno, puedo mañana tener una cámara y producirlo. No hay una distancia como la hay entre la industria y el consumidor. Hay una complicidad, un contrato de lectura entre pares. La cosa es que después se ingresa en el campo del arte. Ahí se lo empieza a consumir como pieza de arte, la lectura es otra, la excitación se fue al carajo. Ahora decimos que es una pieza artística, no calienta, la analizás simplemente desde el arte contemporáneo, la performance, etc. El tema es hacia dónde se está yendo la pospornografía. Si me preguntas qué puede causarle a un espectador común y corriente de porno, hetero, una película de posporno, en muchas situaciones no lo entiende y en muchas otras lo inquieta. A mí me parece que esa inquietud tiene un potencial increíble porque quiere decir que la pospornografía podría calar mucho más que en los activismos disidentes y podría calar en personas que tienen inquietudes, pero que realmente no pertenecen al activismo más radical, sino que simplemente quieren descubrir otras cosas, y está bueno que pueda tener esas prolongaciones.
Vos decís que hay un cambio de registro enunciativo en el paso del plano genital al plano corporal de un modo que busca recuperar la escenificación sexual. ¿Cuál sería la nueva escenificación pospornografica?
Hay un cambio en el que se muestra todo el cuerpo y más allá del cuerpo. El porno muestra todo el cuerpo también. Veo un flaco y una chica completamente desnudos. Depende de la historia y en qué genero esté catalogado, pero digamos que todo el mundo sabe que la carne, lo jugoso del porno, es el primer plano. Hay muchas categorías del porno que lo destaca: el cumshot, el mitshot. Todo remite a mostrar muy de cerca la penetración, la eyaculación, el movimiento del enlace entre los cuerpos. La pospornografía, desde un ejercicio de cámara, comienza a mostrar todo lo que ocurre en el cuerpo porque recorre las experiencias y las practicas que le ocurren. En las pelis de sadomasoquismo es muy obvio porque la genitalidad existe muy poco o existe como algo relegado respecto a una experimentación técnica, pero erótica también de todo el cuerpo, con golpes y flagelaciones; mostrando que la sexualidad puede ampliarse de pies a cabeza e inclusive más. Pasa con las construcciones de la sexualidad en el mundo ciber en donde el cuerpo ya no está, ya no es el cuerpo real sino el virtual, construido a través de un avatar, un Cyborg que está ahí, al que se le construye una experiencia sexual; y a partir del cual se pueden construir películas posporno, pero del mundo Cyborg. Eso hace que el cuerpo se expanda. La sexualidad se moldea para todas partes y es como una plastilina.
¿El espectador que consume pospornografía de, por ejemplo Francia, puede ver pospornografía latinoamericana y seguir comprendiendo los códigos?
Cualquier producción tiene su huella de origen, es una producción situada. No es lo mismo la pospornografía francesa que la latinoamericana ni la del 2000 con respecto a la de ahora; porque las culturas y los imaginarios son distintos, a pesar de que existe una conexión y una red de afinidades entre productores y quienes estamos más interesados en la movida. Lo que yo noto es que la pospornografía latinoamericana empieza a retomar y a conectar con simbologías e iconografías de culturas populares latinoamericanas que obviamente los europeos no toman porque refieren a universos simbólicos distintos. No obstante siempre existe la conexión de base que es mostrar sexualidades disidentes.
Vos –siguiendo a otros autores– proponés que hay un subgénero del posporno llamado “Machinima” (término compuesto por las palabras machine y cinema), que implica la convergencia del cine, la animación y el desarrollo de videojuegos. ¿En qué sentido el maridaje de estas técnicas y soportes permiten el despliegue de nuevas cartografías eróticas?
Infinitas. Porque el mundo digital ofrece la posibilidad de crear identidades virtuales–desde la más pava que tenemos, todo de facebook hasta los meta mundos de los juegos virtuales donde uno es un personaje que interactúa con otros–es una capacidad enorme e infinita de jugar sexualidades ahí, sin ninguna limitación, ni siquiera corporal. Ni siquiera de especie, en los meta mundos aparecen personajes que son medio animales y medio humanos, o medio robots e interactúan y tienen practicas sexuales entre sí. Y no se sabe quién es el usuario de carne y hueso del muñequito que ves interactuar con tu muñequito. Hay gente que, en esa fantasía creada en la pantalla, encuentra su realización sexual que tal vez en la práctica cotidiana no tiene. Toda su libido está puesta ahí. Y a mí me parece fantástico porque permite –justamente– salirse de la idea de que la sexualidad es solo lo que pasa en un cuerpo real y vivo, genital, y además que pasa en un tiempo y un espacio limitados.
Si la pornografía muestra un “todo” ilusorio para no hacer pensable otras multiplicidades del placer, el posporno, en su despliegue sobre lo múltiple y lo diverso, ¿qué aspecto de la sexualidad está dejando de lado?
Para mí, el gran desafío del posporno es mostrar heterosexualidades diversas. Está muy montado –y está bien porque ese es su lugar de origen– sobre las sexualidades homo, y hay un problema, porque entonces es encapsularse en que lo disidente no puede incluir lo hetero. Corremos el riesgo de pensar todas las formas sexo-afectivas que no tienen que ver con los lazos hombre y mujer por un lado; y los lazos entre hombre y mujer, como si fueran lo heteronormativo y lo estándar, por el otro. Y ahí nos equivocamos. Nos estamos quedando cortos en mostrar cómo las relaciones heterosexuales afectivas entre hombres y mujeres no son tan lineales como se las suele pensar. No podemos llegar a meternos en el mundo de las heterosexualidades diversas y de sus experiencias más contrasexuales porque a los varones les cuesta mucho hablar de eso. Hay un gran universo de la sexualidad masculina que es un agujero negro, que no se puede analizar. Por eso la pospornografía está protagonizada por mujeres; porque son mujeres que están incómodas con ciertos discursos y ciertas prácticas e hicieron el ejercicio de analizar y de explorar otras zonas de la sexualidad. Para las masculinidades, esto es impensable. Por eso es muy difícil que el posporno pueda encontrar alianzas en hombres hetero a quienes les inquiete esto y puedan producir películas donde también su masculinidad se ponga en juego y se quiebren y se la banquen. Y no sé si podría suceder. O mujeres hetero que puedan mostrar una sexualidad abierta y exploratoria y desprejuiciada, cuando hay todo un gran tabú sobre la mujer que experimenta mucho su sexualidad.
Algo curioso es que no existe un circuito propiamente dicho de artistas pornográficos y sí lo hay para los artistas del posporno. ¿Por qué creés que es así?
No sé qué pasa en el mundo del porno. Pero hay una red de artistas vinculados al posporno que trata de fortalecer y de fortalecerse como colectivo esencialmente, porque la escena se crea a partir de activismos políticos, como toda generación colectiva de ideas y posicionamientos críticos con respecto a algo. Además, como no están parados en la esfera del mercado, sino de la autogestión, si no hay red quedás muy solo. La red es contención, como una forma de generar más impacto, más contenidos, también, de alianzas afectivas. Y lo que a mí más me ha enamorado del posporno es la red de afectos que se generan a su alrededor, porque es gente muy comprometida con lo que les está pasando. Son activistas que están en la calle y que la mueven y que agitan y, así como producen posporno, están realizando manifestaciones y escraches por cosas que les parecen injustas; viven situaciones de homofobia permanentemente. Por eso, a pesar de la dispersión –gracias a Internet–,los que estamos en esto de habla hispana nos fuimos conociendo todos. Tanto los que producen como los que lo estudiamos.
En la reseña de tu libro, mencionas como un eje importante dentro del circuito del posporno la cuestión de la autogestión, ¿hay un vínculo entre la forma de augestionar un producto posporno y a la vez autogestionar la imagen del cuerpo y el ejercicio del deseo?
Lo hay y es todo. Las personas que están involucradas no fingen algo para la cámara. Esa es su vida cotidiana que en un momento es capturada por una cámara y editada en un video. O capturada en una performance. Es su forma de sentir las cosas. Y la autogestión es clave. Tiene que ver no solo con el modo en el que se produce el material, sino con una autogestión de la vida misma, de ser mi propio hacedor y productor de sexualidad sin nada que me organice la experiencia. Y el posporno apunta a eso, a compartirlo, a visibilizarlo, pero no retrata más que una experiencia.
¿Creés que existe una dimensión comercial posible para el posporno en Latinoamérica?
No creo que llegue a ser un producto más, pero el mercado, si puede, se cuela en cualquier parte■