En medio de un panorama caótico, donde no prima el sentido común de las naciones civilizadas por sobre el fanatismo terrorista, el cine ofreció contención, desde su medio expresivo, frente a un mundo convulsionado ante la amenaza terrorista. Como lenguaje, móvil y motor, cuyo poder de comunicación deposita en figuras ilustres de la industria la tarea de adentrarse en el pleno ojo de la tormenta, el cine supo captar la incomodidad latente frente a ese fenómeno que estaba sucediendo y transformando lo social.
Conforme a lo convulsiva que ha sido la historia norteamericana en la última mitad de siglo, desde Vietnam y el Watergate hasta el terrorismo y el contraataque armado indiscriminado, el cine ha capitalizado dichos procesos sociopolíticos de los más controvertidos del último siglo para llevarlos a la gran pantalla. Es deber de la creación artística reflexionar sobre el estado del mundo en el que vivimos y servir como vehículo aleccionador o facilitador y resolver conflictos.
Así concibieron el documental colectivo 11’09»01 cineastas tan diversos como Ken Loach, Alejandro G. Iñárritu o Sean Penn, quienes retratan el atentado de las Torres Gemelas a lo largo de once cortometrajes que buscan encontrar poesía y sensibilidad en medio del horror y el dolor.
Por otro lado, y a su particular manera, el siempre provocativo Michael Moore sorprendió a la crítica especializada, en 2004, con Fahreneit 9/11. El documental trata sobre las causas y las consecuencias de los mencionandos atentados, haciendo referencia a la posterior invasión a Irak y vinculando el poder de turno con terroristas culpables del ataque, e insinúa acerca de los verdaderos intereses económicos detrás de la tragedia.
El cineasta Oliver Stone tampoco se mantuvo ajeno a la temática de moda. World Trade Center (2006) tuvo como propósito demostrar cómo la humanidad y el sentido de solidaridad se impusieron por sobre los acontecimientos trágicos al contar los hechos reales de la vida de un ignoto bombero de auxilio convertido en héroe, y despojó al film del matiz político recargado que posee gran parte de la filmografía de Stone, quien ya se ha adentrado en eventos relevantes de la política americana moderna con contundencia y valor social en títulos como Pelotón (1986), Nacido el 4 de Julio (1989), JFK (1991) o Salvador (1987).
Existe un antes y un después en las películas sobre terrorismo y el interés que éstas generan en el público, un punto de inflexión que se genera a nivel mundial luego del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York. Lanzada al circuito comercial casi en forma paralela a la mejor lograda Red de Mentiras (2009), de Ridley Scott, Traidor (2009), de Jeffrey Nachmanoff, es un exponente cinematográfico que se suma a esta ola de películas sobre servicios secretos contra el terrorismo, puestos de moda hoy en día. Al igual que las contemporáneas Syriana, de Stephen Gaghan, o Atrapa el Fuego, de Phillip Noyce. Sin dudas un cine con implicancia actual a nivel sociopolítico y no ajeno a polémicas para un mercado globalizado que compra esta oferta de forma masiva.
Este debutante director, guionista de El Día Después de Mañana (el apocalíptico film que dirigió Roland Emmerich) nos brinda un thriller que pretende ser a la vez aleccionador y espectacular, aunque es deficiente en ambos aspectos. El film trata de mostrarnos por dentro los núcleos terroristas islamistas y las fuerzas contraterroristas estadounidenses en lucha desde la perspectiva de un infiltrado. El guión está poblado de todas las variantes ideológicas, religiosas y morales que considera imprescindibles a la corrección política que pregona, a medida que desglosa los tópicos más reconocibles del género: infiltrados, organizaciones terroristas, familias en crisis y honestos policías que nutren esta trama.
El cine como recurso didáctico introduce nuevas visiones para reflexionar sobre el mal que representa la amenaza terrorista a nivel mundial
El terrorismo y las sociedades de control tampoco están ajenas a la cosmovisión autoral de Richard Linkater, quien retornó a la animación con actores desde su aclamada Despertando a la Vida (Waking Life, 2001). En este caso, fue el turno de una novela de un pionero de la ficción: Phillip K. Dick (especialista en mundos distópicos), cuyas destacadas obras han sido adaptadas a la gran pantalla con éxito: Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Total Recall (Paul Verhoeven, 1990), Impostor (Gary Fleder, 2001), Minority Report (Steven Spielberg, 2002), Paycheck (John Woo, 2003) y Next (Lee Tamahori, 2007), entre otros títulos.
En A Scanner Darkly (2006), la guerra inútil e interminable de América contra las drogas ha llegado a fundirse con la guerra contra el terrorismo. En un futuro incierto, la potencia mundial ha perdido la batalla. A pesar de sentir rechazo hacia la idea, la policía secreta vigila a su propia gente. Cuando se le ordena intensificar el control, esta acción convertirá al relato en un viaje paranoico por un mundo donde se confunden las identidades y las lealtades. A través de la obra del aclamado novelista, Linkater recurre al género para reflexionar sobre la dominación y la sumisión, así como otros males terminales de la sociedad contemporánea metaforizadas en un futuro apocalíptico.
Adaptado de la novela Vengeance, y relatando un hecho verídico de terrorismo y contraterrorismo inmerso en medio de los Juegos Olímpicos de Munich 1972, Steven Spielberg nos presenta el film Munich (2005). Israelíes y palestinos en busca de su identidad como raza, como nación, como religión, peleando literalmente hasta la muerte por sus derechos y cada uno reclamando exactamente lo mismo mediante su propio código de honor y la ética, según ellos la entienden. Y en esa guerra brutal de ideologías y asesinatos, Spielberg consigue rescatar (y no con moralinas ni suavidades) el lado humano de ambos sectores.
Por eso mismo, el film es una invitación a la reflexión en términos de actualidad ─como lo muestra el elocuente plano final─ donde otro septiembre negro azotó hace algunos años no solo a EE.UU., sino también a toda la población civilizada. Aún en su infrecuencia de transitar la intriga política, Spielberg sabe profundizar con clase y estilo sobre los miedos más temidos y desconocidos de los humanos. Sean los extraterrestres, los tiburones, la guerra, los dinosaurios o ─como en este caso─ el terrorismo. Una vez más, el todopoderoso de Hollywood es un especialista en poner el dedo en la llaga.
El cine se constituye como una valiosa herramienta para intentar explicar un fenómeno tan relevante que ha marcado el curso político de una potencia mundial a lo largo de la primera década del siglo XXI
Con su habitual habilidad narrativa y esa capacidad para crear climas ominosos y perturbadores, el director indio M. Night Shyamalan exploró en el film El Fin de los Tiempos (2008) una mirada muy particular, ácida y tremendista sobre su gobierno y la manipulación de este sobre los medios de comunicación. El autor hace hincapié en su visión pesimista sobre la sociedad y su curso, sobre las relaciones interpersonales en momentos de crisis y desesperación, bajo la figura de amenazas permanentes, como el terrorismo. Con ese plus, que se encuentra en la voluntad divina o en esa fuerza superior que deja fuera del alcance de nuestras manos el curso de las tragedias que gobiernan nuestra suerte.
Por su parte, El Embajador del Miedo versión siglo XXI pone al desnudo de forma verosímil los diversos intrincados políticos y el ambiente de paranoia que se genera en el periodo electoral. El argumento, adaptado de la novela de Richard Condon, es el remake de la película que, con el mismo título en 1962, protagonizó Frank Sinatra y dirigió John Frankenheimer. Como elemento de gran valor e interés contemporáneo tiene como punto a favor el clima de sospecha generalizada que vivió Estados Unidos, donde a pocos años del ataque terrorista, se tejieron continuamente conspiraciones. Allí donde nadie es de confiar y la amenaza del enemigo terrorista permanece latente, el film de Johnathan Demme intenta ser autocritico y reflejar las manipulaciones existentes en las campañas políticas. El punto de partida es el mismo que su versión original: los Estados Unidos como centro de la polémica, ante un mal que lo acecha y amenaza con derrumbar el imperio. Si en la versión original el mal era el comunismo y los lavados de cerebro (si de ocultar la verdad se trata), hoy en día dicho mal es el terrorismo y los implantes que modifican la conducta, todo acorde a los tiempos que vivimos.
Película para nada políticamente correcta, El Sospechoso (Gavin Hood, 2007) es otro intento de Hollywood por desnudar incómodas verdades del manejo gubernamental de los Estados Unidos en el pos 11/9 y su maniobrar internacional, temáticas más que abordadas por estos tiempos. De tinte político, este thriller se asemeja a la muy lograda Michael Clayton. Estados Unidos, como nación y como potencia, se muestra tan susceptible de su vulnerabilidad como amoral y poco ética, cuyo aparato de inteligencia (la CIA) se ensucia las manos con frecuencia, victimizando a islámicos inocentes a merced de religiosos suicidas.
En este aparato sistemático e impiadoso que el film expone, también muestra el costado humano de los indefensos de este ejercicio de poder, así como también el sufrimiento, los móviles y las drásticas consecuencias del accionar terrorista.
El film denuncia de forma directa (con explícita violencia y crudeza) las contradicciones de un sistema donde el cinismo le gana terreno al sentido común y donde los abusos de poder convierten a una democracia en una dictadora de la tortura, que defiende su postura de forma más que cuestionable, siempre atenta y necesitada de un espectador pensante e inteligente.
Aun si estas tratan temas como la política-espionaje corrupta y ambiciosa (Syriana, de Stephen Gaghan), la guerra y sus consecuencias (Redacted, de Brian De Palma), las injusticias del sistema y los derechos humanos en clave documental (Sicko, de Michael Moore), la paranoia americana en vilo pos 9/11 (Vuelo 93, de Paul Greengrass), las oscuras persecuciones del macartismo (Buenas Noches y Buena Suerte, de George Clooney), el escándalo político y la democracia en juego (Frost/Nixon, de Ron Howard), la violencia explícita de las tropas (El Camino a Guantánamo, de Michael Winterbottom) o los desastres naturales que denotan ─en tono de testimonial denuncia─ una improvisación completa respecto a los medios de seguridad y prevención (When the Levees Broke, de Spike Lee), entre otros largometrajes, el cine americano de la última década ha sabido realizar una mirada introspectiva a fondo. Quizás también como una forma de exorcizar sus propios demonios, de expiar sus propias culpas y de cicatrizar heridas muy profundas que tal debacle provocó.
Historiadores y estudiosos del American Film Institute (AFI), encargados de proteger y fomentar el patrimonio histórico que representan este tipo de films, han concluido en afirmar que las películas mencionadas en este artículo: “alientan sentimientos positivos en momentos emocionalmente fuertes como los que vive Estados Unidos a lo largo de los últimos tiempos”. La amenaza terrorista, la guerra en Irak y la devastación provocada por el huracán Katrina son varios de los males contemporáneos que aquejan a una sociedad, a priori perfecta, incuestionable e inquebrantable. Falencias que el fatídico 9/11 desnudó por completo, vulnerando la última capa de resistencia posible. Un golpe certero al centro económico imperialista que derrumbó la muralla infranqueable del capitalismo y que el cine se encargó de revisionar, casi como un mandato social.