Cualquier propuesta para un trabajo sobre la salud mental de las personas que integran una población exige atravesar un primer escollo: El de las definiciones. ¿Salud mental, enfermedad, proceso de salud-enfermedad, adaptación, aceptación pasiva o dinámica de la realidad? ¿Realidad (en sí misma)? Estos términos son siempre de difícil definición, e implican siempre un lugar de enunciación y un marco del espacio observado: lo que es “sano” en una cultura no lo es en otra. Lo esperable en un marco de referencias puede ser patológico en otro. Y, en definitiva, se impone la pregunta ¿quién sanciona una conducta, un modo de estar en el mundo y de relacionarse con el entorno (humano, ambiental) como enfermo, patológico, eventualmente peligroso?