Lo peor de ir a la cárcel es ser privado de la libertad en compañía de gente que uno no ha elegido. Se le niega al recluso la libertad de aislarse de la sociedad. Se lo entrecruza con la forma más primal del poder. Moralmente acaso lo merezca, pero eso no es excusa para gambetear la reflexión sobre lo que le pasa a cualquier infeliz dentro de una cárcel. Hay que pensar en la remota posibilidad de que uno esté en esa situación. ¿Cuántos inocentes hay dentro? ¿Cuántos culpables, fuera? ¿Cómo afrontaría uno mismo, con sus valores, fortalezas y debilidades, una temporadita más o menos extensa en el infierno de la socialización de prepo?