Ahora podemos decirlo: después de amagar y amagar –como el Burrito Ortega en su época de esplendor– logramos hacer una parada en América Latina. Una introducción, un avance a tientas, concientes de nuestras limitaciones; abordar semejante empresa en apenas doce páginas sería, al menos, ridículo. No obstante, quisimos –queremos– comenzar una tentativa de análisis, una aproximación para poner en cuestión tantos lugares comunes y tantas falacias que se expresan sobre los procesos políticos de los países vecinos. Abordar críticamente una realidad tan pero tan compleja es un desafío por demás interesante. Es apasionante. Tenemos una historia en común con los países vecinos muy rica –tantos padecimientos, tantos avasallamientos, tantas resistencias– y una serie de rasgos culturales compartidos –como la música, la danza, la comida, la literatura– que son imposibles de ignorar…
Con la crisis neoliberal surgieron movimientos críticos de esta experiencia; algunos de ellos llegaron al poder. Cada uno con su particularidad política, con distintos grados de radicalidad. Dos sindicalistas llegaron a ser presidentes: Lula en Brasil y Evo Morales en Bolivia; no obstante, las bases de sustentación son diferentes: Morales se apoya en una fuerte base indígena y social –que puede generar interrogantes sobre la institucionalización de los movimientos sociales– y Lula en una estructura partidaria. Ambos también se diferencian de Chávez, que lidera un movimiento manejado desde arriba (aunque tenga participación popular) y que le imprime una fuerte impronta anti-imperialista. Chavez, sin duda alguna, es quien mejor explota la simbología política; los gestos políticos –que pueden ser leídos en clave semiótica– son nítidos.
Pero vayamos a los interesantes aportes de los columnistas: Juan Ignacio Basso recordó su viaje por Tiwanaku, lugar en el que Evo Morales anunció la ida del Estado Colonial y la llegada del Estado Plurinacional, y trazó una interesante reflexión sobre la importancia simbólica de este cambio. Belén Morejón, por su parte, hizo un análisis sobre las política sociales del gobierno de Chávez –con las que se puede estar o no de acuerdo–, sin perder de vista que el contexto capitalista genera fuertes tensiones con la instauración de lo que él denomina el “socialismo del siglo 21”; no deja de ser significativo que los rasgos estructurales de un país capitalista rentístico y dependiente obturen la profundización política del chavismo: para ser más claro, la devaluación de la moneda generó una fuerte inflación que se agrava por el hecho de que la economía venezolana es importadora de alimentos; de esa ratonera no ha podido salir a pesar de los rimbombantes discursos (de, es cierto, uno de los mejores oradores –aunque a veces sea tedioso escucharlo–). Martín Giambroni se encargó de un tema que debería generar preocupación: la legitimación política del golpe militar en Honduras, con el triunfo de Porfidio Lobo y la aceptación de Zelaya de las reglas del juego. El editor –sin ganas de hacer mucho autobombo– se encargó de hacer una breve nota sobre Argentina, Brasil y Uruguay, de la salida de la crisis luego del neoliberalismo y de los desafíos futuros de los gobiernos. Lorena Barbosa cuenta un proyecto itinerante interasante. Y, como siempre, la sección cultural que tiene la imperdible selección de discos (afortunadamente, el editor no tiene injerencia en ella, lo que le da un toque interesante por el eclecticismo y la variedad de géneros), un artículo sobre música clásica (en la que el editor no interviene porque tiene una profundísima ignorancia sobre el tema: no tiene ni la más puta idea) y una nota sobre cine francés (dándole, tal vez sin quererlo, un toque aún más internacional a la edición). Sin más preámbulos, damos lugar a las páginas de una nueva parada■