Las prácticas pedagógicas no son –o no deberían serlo– el resultado de mentes bienintencionadas alejadas de lo real. Responden a problemas concretos y a necesidades palpables de la sociedad en las que surgen. El ejemplo de la educación sexual en Japón para darles norte a nuestras propias búsquedas y soluciones.

 

Como en casi todo el resto del mundo actual, en Japón, el comportamiento y la identidad sexuales han atravesado cambios drásticos. Entre otras cosas, la edad de la primera experiencia sexual disminuyó, el número de participantes en una relación aumentó, el comportamiento sexual se ha diversificado, el tiempo hasta concretar el acto tras conocer a una persona ha decrecido, la proporción de jóvenes en el ámbito de la prostitución ha crecido de forma exponencial. Todavía más, y al parecer contradictoriamente, el número de jóvenes con una visión negativa sobre el sexo aumentan día tras día. Esto último llevó a niponólogos en todo el mundo a afirmar y a repetir los peligros implícitos en la baja de la tasa de natalidad japonesa, muchas veces ignorando otro dato directamente relacionado con la sexualidad: los más de doscientos mil abortos realizados clandestinamente cada año, más que en muchos países de Europa y América.

El viejo tabú

Esta situación ambigua surge (quizás es un cliché) de la educación. Para ser más precisos, de la educación sexual. De hecho, esta última ha acompañado muy poco los mencionados cambios en el contexto japonés. Para empezar, no ha tenido un espacio preciso dentro de la escuela media; los profesores han tenido que acoplarla como contenido adicional a sus propias materias en la medida en que pudieron. No debe extrañarnos, ya que la educación sexual como contenido fue introducido en los currículos educativos de Japón recién con la ocupación estadounidense que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Pero desde entonces, las posturas conservadoras han liderado por debates en los medios, la Dieta y el resto de la opinión pública. La situación es la siguiente: hoy en día, la educación sexual japonesa no incluye temas como los condones, las píldoras anticonceptivas, sexo de menores de edad, el aborto, las identidades trans o travestismo. Masako Kihara denunció que, en un caso de la prefectura de Kochi, ni siquiera se enseña nada relacionado a la menstruación[1].

Desde el jardín de infantes hasta los ocho o diez años, se enseñan en Japón como temas propios de «educación sexual» los siguientes: la interacción con animales y otros seres vivos, la limpieza y la salud, los orígenes de la vida, las diferencias de los cuerpos masculinos y femeninos. A los de entre diez y quince años, les corresponden temas como: la sexualidad, las emociones propias de la pubertad, enfermedades de transmisión sexual, la concepción, el embarazo y el nacimiento, la masturbación, la violencia sexual, la difusión del sexo en los medios. Ya en el período que comprende entre dieciséis a dieciocho años, los temas más difundidos son: la infertilidad, la diversidad sexual, embarazos no deseados, las relaciones románticas y su devenir sexual, temas básicos de la salud reproductiva, el asegurarse de tener solo embarazos deseados.

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Una encuesta realizada en el 2011 a docentes de la prefectura de Saitama mostró datos más precisos de la situación japonesa[2]. La primera pregunta que se le hizo a los encuestados fue: “¿Se incluye la educación sexual en la enseñanza de su escuela?”. Las respuestas positivas fueron del 60.3%. Aunque mayoritaria, esta cifra es ya alarmante, considerando que en muchos países todas las escuelas tienen la obligatoriedad de promover dicho tipo de aprendizaje. Asimismo, otras investigaciones, incluida una del Ministerio de Educación, Cultura, Deporte, Ciencia y Tecnología de Japón, revelaron que existen planes para fomentar la educación sexual solo en el 40.8% de las escuelas. Esto revela que existe una diferencia entre la práctica concreta de incorporar la educación sexual y un planeamiento oficial. Así, en ese 20%, la educación sexual queda exclusivamente en manos de la voluntad de los directivos, de los esfuerzos de los docentes, del reclamo de padres y alumnos; en lugar de depender de un currículo, un presupuesto y una estrategia educativa nacionales.

La antedicha encuesta suscitó otras cuestiones relacionadas a esta brecha, cuando se les preguntó a los encuestados: “¿En qué materias enseñan educación sexual?”, los docentes contestaron abrumadora y mayoritariamente (85.6%) que durante las clases de educación física y deporte. Todavía más, solo un tercio de los docentes respondieron que lo incluían dentro de materias como lengua o historia. Y en la misma dirección, solo un cuarto de los docentes respondió que intentaba agregar temas de educación sexual durante sus clases de educación cívica y moral. Así, la educación sexual es, en Japón, patrimonio exclusivo de la biología. Y ni siquiera de la biología teórica, sino más bien de las clases deportivas. El componente social y cultural propio de la sexualidad queda así relegado a un segundo (segundísimo) plano.

Esto mismo puede verse en las siguientes preguntas de la encuesta. Primero, ante: “¿Qué tópicos son propios de la educación sexual?”, las respuestas más comunes entre docentes fueron: “cambios en el cuerpo en la adolescencia”, “masturbación”, “eyaculación”, pero muchos menos respondieron: “reproducción” y “nacimientos”. Todavía más, “diversidad sexual” fue la respuesta de solo un 6.8% de las escuelas y “abuso sexual”, de solo un 3.1%. Otras encuestas, más optimistas, dan cifras quizás más alentadoras de estos dos últimos temas: 21.1% y 13.2% respectivamente; de todas formas, poco. Considero que también en este caso se puede ver la primacía de lo biológico. La sexualidad no tiene, de este modo, el componente sociocultural antes mencionado. No se trata de la evaluación del acto sexual, de sus consecuencias, de la protección social o de la inclusión. No. La sexualidad se trata del cuerpo y de nada más.

En el campo de la “diversidad sexual”, sin embargo, una notable excepción fue la difusión en el 2014 de un póster dentro de la Escuela de Economía de Sayama, también de la prefectura de Saitama:

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En la pubertad empiezan a surgir personas a las que les gustan y les atraen otras personas. Dependiendo de quién les gusta, esto es lo que se llama orientación sexual. Aunque la mayoría son heterosexuales, los homosexuales son también muchos. La orientación sexual es innata y no puede ser modificada mediante una intervención, así que no hay necesidad de cambiar tus preferencias. Todavía más, la adolescencia es el momento en que uno generalmente descubre su orientación sexual. Para comprenderla, uno debería tomar todo el tiempo que necesite.

El poster brinda una lista de orientaciones sexuales posibles: heterosexual (異性愛 o ヘテロセクシャル), homosexual (同性愛 u ホモセクシャル), bisexual (両性愛 o バイセクシャル), asexual (無性愛 o アセクシャル o エイセクシャル). Temáticamente, este parece ser un avance considerable para la sociedad japonesa en pos de mayor aceptación de todo tipo de orientación sexual (ulteriormente significa un visión socioconstructivista de la sexualidad, por sobre lo biológico). Pero este avance se vio atenuado en el plano de la circulación: el póster se difundió solo en el marco de la preparatoria, esto es, lo que en la Argentina son los dos o tres últimos años de secundaria, y aun en este marco, se impidió su circulación libre en las aulas, pues el póster quedó relegado a las paredes interiores de la enfermería escolar.

Corporalidades educadas

Queda en claro otro problema central de la educación sexual en Japón (aunque también en el mundo): es algo para los más grandes, para adolescentes que ya han experimentado cambios en su cuerpo y en su forma de pensar. La educación sexual no es cosa de chicos. Esta des-sexualización de la infancia resulta sorprendente en el contexto de Japón, donde la infancia está, de hecho, tan sexualizada. Para empezar, el Código Penal establece que la edad mínima de consenso sexual es de trece años y que la edad para casarse es de dieciséis para mujeres y de dieciocho para hombres. Esto varía según las prefecturas y cada una de estas tiene formas distintas de prevenir la “fornicación obscena” con cualquiera que tenga menos de dieciocho años. Pero la interpretación de fornicación obscena es bastante ambigua. Por ejemplo, ¿puede lo obsceno darse en el ámbito privado? ¿Qué tipo de prácticas son realmente obscenas? Aún más, si a un ciudadano japonés se lo encuentra in fraganti con un menor de edad, la mayoría de las prefecturas tienen leyes que posibilitan dicho tipo de encuentro siempre y cuando sea “una relación romántica auténtica”. Otra ambigüedad. Y si uno es extranjero, bueno, existen precedentes legales que han sobreseído a turistas por bajo la excusa de “intentar comprender la cultura japonesa”[3].

Por otro lado tenemos la industria pornográfica japonesa, que es una de las más grandes del mundo. Recién en 1999 la Dieta aprobó una ley que prohibió la comercialización de la pornografía infantil. Pero existen aún toneladas de revistas, videos, DVD, entre otro tipo de medios, que se han mantenido ilegalmente a lo largo del siglo XXI. Una de las razones de esto último fue que la posesión de pornografía infantil no estaba penada por la ley. Se debió esperar hasta el 2014 para que la Dieta aprobase una nueva propuesta, que terminó por prohibir también la posesión de material vinculado a la pedofilia. Aun así, un viajero cualquiera que vaya a Japón (digamos, como fui yo a fines del 2014) podrá encontrarse con productos como el siguiente en casi cualquier sex-shop:

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Todavía más, la ley original de 1999 y la nueva del 2014 tienen una deficiencia: no incluyen al manga y al anime. Y como bien se sabe, dentro de los subgéneros hentai de este tipo de productos culturales, existen todo tipo de personajes, ya menores de edad, ya con rasgos que hacen referencia a niñas y niños, sexualizados o que sugieren prácticas obscenas. La palabra lolita (ロリータ) se utiliza para describir una niña o joven hacia la que se sienten atraídas otras personas, jóvenes o adultos. Sugestivos, poco explícitos, estos personajes son conocidos como parte del imaginario ero-kawaii エロ可愛い (cute erótico). Se estima que un 35% de todos los manga, por ejemplo, contiene algún personaje de esta índole.

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Ahora bien, ¿cómo es posible que la educación sexual sea patrimonio de los adolescentes más grandes en un país en que la sexualidad está también difundida de este modo? Ōe Kenzaburo dijo, al recibir el premio Nobel de literatura en 1994, que Japón no era “el bello Japón” que había descrito en 1968 Kawabata Yasunari, su antecesor en recibir el galardón de la academia sueca. En cambio, Ōe lo llamó “el ambiguo Japón”. Un país en el que las mujeres gestaron su literatura y su cultura inicial, pero todavía se encuentran marginadas en muchísimos aspectos de la vida cotidiana. Un país con una larguísima tradición estética y cultural que reivindica la naturaleza, pero que ha construido una sociedad sustentada en la energía nuclear. La ambivalencia entre una infancia desinformada y su contraparte es, también, otra forma de la ambigüedad a la que refiere Ōe. Todavía más, lo segundo es consecuencia de lo primero. Sin una conciencia clara de la función social de su sexualidad, el niño japonés se transforma meramente en un objeto de consumo pornográfico.

Hacia nuevas prácticas sociales

Quizás empezar por una mejor regulación sobre la producción de manga y de anime sea el camino correcto. Pero esto no necesariamente implica limitar la libertad de expresión. Por el contrario, se pueden crear contenidos didácticos nuevos, que también tengan contenido sexual, pero de índole educativo o pedagógico. Una herramienta de estas características trasladaría el debate sobre el tema a un espacio en donde el público es mayor y ya está acostumbrado. Asimismo, podría sentar precedente para otros países y otras regiones en que la educación sexual enfrenta problemas similares. Claro que esto nos obligaría a pensar otra cuestión más compleja y universal: la función educativa y moral de la cultura. Este punto es, en sí mismo, conflictivo. Pero es también un eje pedagógico posible. ¿Qué queremos que transmitan nuestros bienes culturales y con qué fines? Los receptores de este último eje pedagógico no son ya los niños o jóvenes, sino todos los generadores de bienes culturales (escritores, cineastas, periodistas, etc.). Que la moral es un producto de la cultura es algo recontra sabido y mundialmente aceptado. Pero la asociación que suele hacerse de esto último con el sometimiento, la bajada de línea y el lavado de cerebros es algo que merece reconsideración. O por lo menos, debate. Así, extirpar la idea de coerción del concepto de moralidad es quizás el verdadero desafío educativo de los próximos años


[1] Kihara Masako: 10代の性行動と日本社会 : そしてWYSH教育の視点, Jūdai no seikōdō to nihon shakai: soshite uisshu kyōiku no shiten [El comportamiento sexual en adolescentes y en la sociedad japonesa: una perspectiva del proyecto educativo WYSH – Well-being of Youth in School Happiness]. Kyoto. Minerva. 2006.

[2] Tashiro Mieko, Ushitora Kaori & Watanabe Daisuke: “The Actual Situation of Sexuality Education in Japan

and its Problems” [Situación actual de la educación sexual en Japón y sus problemas]. Saitama: Univ, 2011. http://sucra.saitama-u.ac.jp/modules/xoonips/download.php/KY-AA12318206-6001-02.pdf?file_id=20102

[3] Kihara Masako: Ibíd.

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