Hay muchas formas de leer, algunas más avaladas que otras. Hay formas que infantilizan los clásicos para hacerlos accesibles a los lectores infantojuveniles, formas de estructurar las lecturas retrospectivamente. Pero siempre queda la duda: La visión histórica y nacional de una obra, ¿es indispensable?

 

Los mismos debates que, en ocasiones, surgen a la hora de diseñar un programa de literatura en el colegio secundario también aparecen en otras instancias de la vida. Uno de repente se entusiasma con la lectura de un escritor polaco y se pregunta: ¿habrá más escritores como él?, ¿será una cuestión del país, un estilo, como sucede con el boom Murakami y Japón? Si hurgar en Wikipedia no es satisfactorio, apelamos a lo tradicional: después de indagar entre amigos y de hostigar a libreros, se nos ocurre conseguir alguna historia de literatura escrita por un especialista que nos hable más de la tradición literaria del país, nos indique quizá otros autores y nos sorprenda con nuevas formas de narrar. Aunque también hay ejemplos que sugieren lo contrario: Orhan Pamuk forma parte de la literatura cosmopolita y universal que cada día toma más fuerza y en la que se abandona la idea de una literatura nacional, por lo que indagar sobre la literatura turca probablemente nos deje insatisfechos. Pero, con todo, el movimiento clásico de apelar al «archivo» y la continua redacción de nuevas historias de literatura no han cesado sino que siguen formando parte de la curiosidad de muchos lectores y de la enseñanza de la literatura en colegios y universidades.

A la hora de escribir una historia de la literatura, el profesor se encuentra ante los mismos interrogantes que aquél que está por enseñar en la secundaria: ¿qué obras elegir?, ¿cómo relacionarlas?, ¿cómo trabajar el canon? Muchas veces se opta por algo sencillo y contemporáneo, una novela actual, para luego retroceder y abordar obras claves de otras épocas; en otras ocasiones, el esfuerzo y confrontación con los libros que tienen como rótulo «clásico» es la única operación que se cree que será útil a largo plazo.

Henrietta. S. Marshall, una profesora de literatura inglesa, a principios del siglo XX tuvo una idea: escribir una historia de la literatura inglesa para niños, usando un estilo que fuera como un cuento de hadas, y repasar así los clásicos, procurando también omitir aquellos libros que quizá no fueran muy recomendables por cuestiones morales. Y, en esencia, en este proceder se revela la naturaleza misma de las historias de literatura: son narrativas, más allá del nivel de pretensión de objetividad que posean y de la fe que podemos depositar en ellas como fiel reflejo de un mundo literario al que queremos acceder.

Desde el siglo XIX tenemos una constelación de obras literarias que están agrupadas en una narrativa avalada por las instituciones y esto no ha dejado de producir tensiones. En la literatura egipcia, por ejemplo, es problemática la relación entre los textos egipcios antiguos y la poesía que se produjo años antes de la llegada del Islam. Así, la tradición que corresponde a las zonas de lo que es hoy día Arabia Saudita también lo es para Egipto: es inevitable la referencia a los poetas clásicos que provienen de una tradición construida a través de elementos comunes como la lengua y la religión, independientes de la geografía y de la historia. Esto trae confusión, y mucho más cuando hay que sumar luego la presencia del Imperio Otomano. Si hay algo que la historia resalta, eso es su artificialidad.

En nuestro caso, la literatura de España del siglo de Oro y la colonial se encuentran separadas de la nuestra, no se mezclan continentes unidos por la mera lengua. Pero sí seguimos enfrentándonos a la tarea de dar un inicio a nuestra literatura de alguna manera y situar las obras que conforman el canon, sobre todo a través del siglo XIX. Los textos de Echeverría y Sarmiento suelen ser interrogantes, ¿qué enseñar de ellos?, ¿cómo hacerlo?; ¿tiene sentido formar una constelación histórica y nacional, o los méritos de La cautiva o Facundo son suficientes para que se los enseñe de manera aislada?

En marcos institucionales del siglo pasado, la conformación de historias de literaturas nacionales tuvo sentido, ¿pero es un método verdaderamente eficaz? Cuando pensamos en la literatura, ¿qué privilegiamos? Es probable que la marca que nos deje la lectura de un libro y la relación genuina que entablemos con él estén conectadas a un sentimiento de «formar parte de…», de satisfacción de diversos tipos: intelectual, emocional, y hasta técnico, si nos interesa cuáles son los límites del juego con el lenguaje (Beckett es un ejemplo de esto). La sugerencia, entonces, sería dejarnos llevar por nuestra propia narrativa y construir mapas literarios a nuestra medida, lo cual, de manera inevitable, tarde o temprano arribará sorpresivamente a un panorama similar al que nos topamos cuando leemos cualquier historia de literatura. Así como el lector también escribe a la hora de llevar a cabo una lectura, de la misma manera construye un canon. Este lector no tiene el riesgo de quedar fuera de la historia, de desconocer los clásicos y el desarrollo de la literatura, puesto que se topará de todas formas con los clásicos y con el derrotero señalado por los manuales, los cuales de por sí varían constantemente. Importa poco la lectura en orden de Sarmiento y de Echeverría, lo esencial es poder contemplar cada una de sus obras, encontrar lo llamativo y contextualizar debido al entusiasmo de la lectura propia; hay que lograr transmitir la literatura como actividad.

A la hora de enseñar literatura en el colegio secundario y de aprender más sobre ella por fuera de él, es útil consultar historias de literatura para orientarnos, pero, en esencia, el verdadero saber se construirá en relación a nosotros como continuos lectores. Si se logra despertar el interés por la lectura de obras particulares y su importancia en torno al lenguaje, el alumno por su cuenta hará el recorrido histórico a través de su vida como lector.

Es una cuestión de qué privilegiar: la historia o el acercamiento a la literatura. Si apostamos a esto último, sin embargo, es probable que incentivemos lo primero, ya que una pasión por la literatura también lleva a una paulatina construcción histórica de esta por parte del lector.

Elijamos buenas maneras de leer y resaltemos obras nacionales por mérito propio más allá de que la presión institucional e histórica esté encima de nosotros. Consultemos una historia de la literatura egipcia, de la danesa o de la japonesa, pero que esto se mantenga solo como simple referencia, puesto que cada lector arma constelaciones y debemos evitar que estas sean desechadas por aquellas institucionalizadas

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