Tokio. Especial para @AndenDigital. La policía de la prefectura de Kanagawa arrestó a Shingo Kashiwazaki, un hombre de cuarenta años, por haber empujado a otro de treinta del andén número tres de la estación de trenes JR Chigasaki, tras haber discutido por el ruido que salía de los auriculares del último, según informó TV Asahi. El hecho ocurrió el pasado 7 de junio a las 21:40h. Kashiwazaki, un empleado de la empresa Sumitomo Realty & Development, no solo empujó con ambas manos al damnificado, sino que además lo pateó en la cara repetidas veces cuando éste intentaba subirse nuevamente al andén, como bien muestran las cámaras de seguridad.
Kashiwazaki negó las acusaciones: “Le di un empujón y se cayó solo; tampoco lo pateé”, dijo a pesar del registro de las cámaras. Será de todas formas procesado por daño agravado. La víctima, por su parte, deberá estar hospitalizada por diez días.
El caso generó revuelo en los medios japoneses y despertó un inesperado debate sobre la falta de cortesía que implica el escuchar música demasiado alta en ámbitos silenciosos como un tren. El sitio de Internet Sirabee realizó una encuesta a nivel nacional entre 1343 personas de entre 20 y 60 años, y casi el 60% de los encuestados aseguró que consideraba irritante el “derrame de sonido” (en japonés, 音漏れ otomore) desde los auriculares de otras personas en la vía pública. Un 50% de los encuestados respondió “no querer que Japón se convirtiera en un país ruidoso”.
Un estudio de 2017, sin embargo, que combinó datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del centro de investigación noruego SINTEF, confirmó que Tokio es una de las ciudades con mayor nivel de contaminación auditiva en todo el mundo. El sonido proviene de su enorme población de 38 millones de personas, pero también de factores meramente tecnológicos (pantallas publicitarias, grabaciones en las estaciones, tráfico de automóviles). Otro estudio, de 2012, reveló que 1 de cada 8 japoneses ha perdido o ha visto reducido su sentido del oído a causa del ruido urbano, que promedia los setenta decibeles en los lugares más céntricos de Tokio, el doble que el promedio mundial. La cifra aumenta considerablemente en las zonas en que transitan aviones de uso comercial y militar.
El filósofo Yoshimichi Nakajima, por su parte, asegura que los japoneses ni siquiera ven el ruido como un problema para la salud, y elige hablar de una “cultura del ruido” que existiría en el archipiélago, según dejó asentado en su libro Yo, en el ruidoso Japón: la batalla interminable contra una ‘sociedad hundida en el ruido’ (『うるさい日本の私―「音漬け社会」との果てしなき戦い』Yōsensha, 1996).
El caso trajo a colación otro debate respecto a la pérdida de tradiciones. Es común pensar que no es el sonido, sino el silencio aquello que caracteriza a la cultura japonesa. En pocas lenguas, se puede decir tanto en una pausa como en el japonés, yexiste una suerte de prohibición implícita a hablar en diversos lugares. Afirma una refrán nipón: 口は禍の門 (kuchiwa wazawai no mon), “La boca es la puerta del mal”. Otro: 雉も鳴かずば撃たれまい (kiji mo nakazuba utaremai), “Faisán que no canta no recibe disparos”. Y otro, citado por el poeta Matsuo Bashō: 物言えば唇寒し秋の風 (mono ieba kuchibiru samushi aki no kaze), “Los labios se enfrían como viento de otoño cuando dicen algo”. Que Uejima Onitsura, otro poeta del siglo diecisiete, inmortalizó ese haiku que afirma: 順ふや 音なき花も 耳に奥 (shitagau’ya oto naki hanamo mimi no oku), “Abre el oído / somételo / al silencio de las flores”.[1]
¿Cómo es posible, entonces, que una cultura basada en el silencio sobreviva en una ciudad como Tokio, donde la contaminación sonora es tan alta? Según los expertos que surgieron a partir del caso de Kashiwazaki, dos fenómenos culturales contemporáneos quizás sirvan como explicación. El primero de estos fenómenos es el género musical Japanoise. Basado en el punk-rock, iniciado en la década del 70 y extendido en la del 80, este género promovía la violencia y el ruido para demoler así la imagen de un Japón calmo y pacífico, la imagen impuesta por los gobiernos desde la posguerra para limpiar al país de su pasado bélico. El propósito de este género era, en definitiva, enfrentarse a la cultura del silencio. Músicos japoneses como Les Rallizes Dénudés y Keiji Haino expresaban este principio no solo en su música, sino que además participaban en movimientos políticos contra el Tratado de Cooperación y Seguridad Mutua entre Japón y Estados Unidos, y a favor de los entonces jóvenes movimientos antinucleares. El segundo fenómeno que puede servir como ejemplo para explicar cómo una cultura que tradicionalmente fue devota del silencio viva hoy inmersa en la contaminación sonora es, también, uno de los más populares en el archipiélago: el karaoke. Los karaokes japoneses y asiáticos no son, como en Occidente, bares en que los concurrentes cantan subidos a un escenario. Son cubículos a los que uno va con sus amigos para relajarse del estrés diario. Esto es: en Japón el karaoke funciona como antídoto ante las imposiciones de la sociedad japonesa, representada dicha liberalización en el canto en la ruptura del silencio. En términos del filósofo Michel Foucault, el karaoke es un espacio de suspensión de las leyes, es una heterotopia. Estudiosos afines a Nakajima afirman que el hecho de que un espacio como el karaoke exista dentro de una cultura basada en el silencio lo explica precisamente el haber basado una cultura en el silencio. El canto y el ruido no son sino productos, necesidades, respuestas ante la represión implícita del silencio. Así, no sería el silencio lo que caracteriza a la cultura japonesa, sino la constante búsqueda de rituales para escapar del este.
En 2015, el cineasta americano Patrick Shen, en colaboración con John Cage, Pico Iyer y Garry Moore, presentó el documental In Pursuit of Silence, en el cual propone una revalorización y reapreciación del silencio a fin de cambiar nuestro de ritmo de vida contemporáneo. El caso de Kashiwazaki arrojando a un hombre a las vías del tren luego de discutir por el sonido que se derramaba de sus auriculares es una muestra clara de cómo esa búsqueda constante de un imposible puede estallar en las formas menos esperadas.
[1] Se elige la versión en español que dio Silva para el haiku de Onitsura, similar a la que ya había ofrecido Reginald Horace Blyth en inglés (“We are obedient / and silent flowers too / speak to the inner ear”) porque enfatiza el punto de la presente noticia. Sin embargo, una traducción más literal y con diferente sentido del haiku sería: “Obedecer: / las flores silenciosas / en las profundidades del oído”.