Vamos llegando nuevamente a otro ANDÉN. Como siempre, desde hace más de un año y medio. Como nunca, a través del Deporte y de sus vínculos con la política. El complejo entramado conceptual y la pluralidad de visiones sobre el tema son casi tan inabarcables como el funcionamiento de un grabador que, tal vez por voluntad del maligno dios cartesiano que pretende mantenernos en el engaño, tal vez por la bondad de un tiempo en que tendremos revancha; se nos quedó con casi toda la entrevista realizada el viernes pasado al Diputado Nacional Eduardo Macaluse por quien se pasó de estación, Belén Morejón. A pesar de ello, el diálogo salvado no tiene desperdicio, ya que abstrayendo todo detalle, conlleva directamente a la centralidad y profundidad del tema que nos convoca.
La dicotomía parece aún no haber sido resuelta, superada, o puesta en práctica: ¿Es el deporte alienante o liberador? ¿Son las figuras deportivas marketing para entretener o pueden convertirse en líderes a seguir? Tomás Rosner mete un gol de mitad de cancha a la colonialidad a través del repaso crítico de estos problemas conceptuales, sacando lustre a Diego Armando Maradona y Lutter Blisset. Pero igual de válida es la pregunta con que Gabriel Lopéz nos interpela: “¿Existe alguna relación entre la cultura del menor esfuerzo y el no respeto de las normas con el deporte favorito de esta sociedad (el fútbol)?”
Y aunque pensar que el deporte es equivalente al fútbol constituye una limitación, no deja de ser cierto que tanto su práctica como su visión y discusión son lo más popular que existe en nuestra realidad. No es de extrañar, por tanto, la atención prestada, la bibliografía escrita y audiovisual sobre él.
Es así que resulta sumamente enriquecedor enmarcar este espacio editorial a través de un cuento de Eduardo Sacheri llamado Me van a tener que disculpar. Sacheri comienza su historia induciendo al lector para que no lo juzgue por no poder medir a un ser con la misma vara que al resto, máxime tratándose de un tipo que se gana la vida pegándole a una pelotita y que, al igual que el resto de los seres, tiene tantos defectos como virtudes. Y así se justifica: “Por empezar les tendría que decir que la culpa de todo la tiene el tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en transcurrir, cuando a veces debería permanecer detenido”. El tiempo debería haberse quedado allí, no romper ese instante mágico, no continuar. Porque después vienen los desencantos, las corrupciones, las traiciones, dirá.
Luego Sacheri habla de un pacto, de una deuda que no pudo no sellar pero que mantiene en secreto “Un pacto que puede conducirme (lo sé), a que alguien me acuse de patriotero”. No importa de qué se trate, más allá de todo, el autor encuentra un vínculo directo, aunque no asumible, entre el acontecimiento histórico y lo popular, la patria. Entonces llegamos al punto neurálgico, al argumento central de la historia, a aquél punto que otorga significado al significante: “No es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumulada en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, porque estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros. Y si somos nosotros el dolor no va a desaparecer, ni la humillación ha de terminarse. Pero si son ellos. Ay, si son ellos. Si son ellos, la humillación va a ser todavía más grande, más dolorosa, más intolerable. Vamos a tener que quedarnos mirándonos las caras, diciéndonos en silencio «te das cuenta, ni siquiera aquí, ni siquiera esto se nos dio a nosotros»”. Que se disculpe la extensión de la cita –que no será la única-, pero entrar a resumir las palabras de Sacheri es quitarle su magia, su poesía y su elocuencia.
Con una simbología sutil, Sacheri refiere sin decirlo a lo que todos, a esta altura, sabemos: el partido disputado por la Copa del Mundo del ´86 entre Argentina e Inglaterra. Aquella misma Inglaterra imperial que exterminó en la insólita guerra del ´82 a los pibes argentinos. Y a aquel personaje mítico, que pretende mítico, pero que es histórico: nada menos que Maradona. Luego desarrolla, refiriendo estratégica, cuidadosa, minuciosamente a los símbolos populares de la argentinidad con una técnica literaria admirable, la trama donde ese “morochito vestido de azul” gana un partido de fútbol y la batalla simbólica del honor. A la descripción de cómo va amontonando jugadores en ese histórico segundo gol, Sacheri agrega a lo que a su entender piensan los ingleses: “que algo va a pasar para poner en orden la historia y que las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden… [Pero esto no pasa] …porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar los ojos al cielo. Y no sé si él lo sabe, pero hace tan bien en mirar al cielo.”
¡Cuánto hay en este relato! Se necesitaría un tiempo y una extensión casi infinitos para poder describir la profundidad que hay en las palabras de Sacheri. Es que todo está aquí: la mitología de origen, la referencia a un punto primero, distinto al actual, que aunque sea en modo simbólico puede reconstruirse. Y esto es integrar, y es también la posibilidad de pensar en un movimiento liberador. Porque el fútbol, y más que el fútbol, el deporte es eso mismo, que mal utilizado es opio para dormir a los pueblos, y que bien encaminado puede constituir la herramienta, un símbolo de liberación.
De allí la importancia que los jóvenes del grupo Haize Gaztea del Centro Vasco de nuestra ciudad de Chascomús, le atribuyen a la discriminación que sufren como segregados de la competición deportiva a nivel internacional.
Final y levemente, con sutileza, la máquina desacelera hasta detenerse. Luego de los últimos acordes del Barroco, con los que Ruth Gabe nos remite al gigante Johann Sebastian Bach, suena la bocina, el pueblo se acerca, en el salón comedor se rematan los últimos chobusanes a mitad de precio. Las luces, que deberían brillar tras la caída del sol, se atenúan, hasta que, a pedido del Rosca Mazzaro que llega a este ANDÉN de la mano de Piter Pertusi, se apagan… Todo va a empezar: “Hola chicos, ¿Quieren Rock?” suenan los primeros acordes del festival de arte que Chascomús presentará en la Universidad de Buenos Aires ¿Y por qué no hacer lugar en este ANDÉN?, ¿y cómo no hacerlo?, ¿acaso la política y el deporte no son arte también? Por eso Silas Infantino Y El Cronista de Discos enumeran películas, libros y discos respectivamente, cada uno en lo suyo y demostrando que son gente más bien de puertas adentro, por decirlo de una manera respetuosa. Y también una narración inédita de Horacio Giambroni para leer en cualquier entretiempo tranquilos con la coca y el pancho en la mano.
Y por todo eso, también, ANDÉN, junto a los artistas organizadores, convoca del 24 al 27 de agosto, en la facultad de Derecho de la UBA, a la Muestra de Arte Chascomús-Buenos Aires, ¿usted se lo va a perder?■