¡Cuidado que hay olor a pobre! Más grave aún si son niños, oscuros y mocosos, que rápido crecen contagiando su ignorancia y su odio.
Esos monstruos harapientos, desangelados sin alma y sin cultura, resulta que van a la escuela. ¿Y ahí qué pasa? ¿Cómo se hace para trabajar con ellos? ¿Pueden hacer algo para corregirlos, silla y látigo en mano?
Vemos muchos encerrados en su propia e inestable existencia. No los salva comprar, no los calma el consumo; sin arte ni ciencia, sin proyecto, sin política, aferrados a lo material viven en la inseguridad de existir. ¿A quién culpar por eso? ¿Cómo exorcizar esos miedos? ¿Quién es el perro que debe morir con esa rabia?
Allí entonces ellos, villanos retintos, niños desarrapados que viven al margen. Vistos de lejos, bien de lejos, son ideales para expiar toda la inestabilidad de una conciencia errante. Viendo de cerca, se ve otra cosa.
Acá un fragmento del diario pedagógico de un maestro, común como tantos otros, que trabaja en tercer grado en una escuela del Barrio Samoré, Villa Lugano, Ciudad de Buenos Aires, adonde concurren niños de las villas, de los monoblocks y de las casas cercanas.
Acá una visión del fantasma, un antídoto contra la ignorancia de los que mezclan torpe o maliciosamente pobreza y peligro.
Jueves 15 de mayo de 2008.
Escucho al trajeado opinólogo decir que nuestros niños, los del sur del sur, pertenecen a la “pobreza simbólica”, más que a la pobreza material.
“Pobreza simbólica” o pobreza económica, pregunto yo. Serán villeros y marginados; comerán poco y hacinados, desolladas víctimas del saqueo; trabajarán como ejército de reserva, bocado de la gran ciudad, mañana changarines, mucamas o repartidores, tal vez pintores de ocasión, albañiles o costureros a destajo… Pero eso no significa que sean pobres de símbolos. Vivir en una villa nunca implicará carencias intelectuales ni falta de cultura, o propensión al delito.
¿Pobreza simbólica ellos? ¡Ja!
¿Pobreza simbólica Nicole, que cose signos como sus padres cosen telas? ¿Es pobre Nicole, que crea, crece, sueña e inventa? Justo ayer, ella se paraba silenciosamente para abrir las hojas de su cuaderno, y yo miraba. De a poco iban apareciendo las formas, como talladas en vidrio con fibra, surgidas de su genio creador. Impulsada solamente por su libertad de alfarera poética, Nicole diseñó una tortuga en paisaje de vitreaux.
¿Pobreza simbólica?
¿Pobreza simbólica Erik, que anhela saber todo sobre el universo y no porque quiera ser astronauta, sino “simplemente por saber”, como él mismo dice? ¿Es pobre Erik, que sabe ciencia y es poeta? Justo ayer, él levantaba la mano para proponer una comparación. Yo les proponía que completaran la frase “es triste como…” y salían los clásicos “triste como un nene sin juguete”, “triste como llorar”, pero Erik dijo “es triste como una laguna”. Y sentenció: “porque las lagunas quietas me parecen tristes”.
¿Pobreza simbólica Ivana, que lucha y aprende como lucha su padre por dar de comer a sus mil hijos? ¿Pobre Ivana, que atrapa y reconstruye? Justo ayer, luego de la pincelada de Erik, completábamos “es dulce como…”, e Ivana no dijo “dulce como el dulce de leche” ni “dulce como un caramelo”, tampoco “dulce como la miel”. Ivana dijo “es dulce como el sol”, porque no hay cosa más tierna y suave que ese calor ambarino en el invierno.
¿Pobreza simbólica Paulo, que a pesar de todos sus abandonos y sus diarios mendrugos piensa y siente, siente y piensa? ¿Pobre Paulo, que saborea la poesía y se anima a compartirla? Justo hoy, luego de escuchar el “Son para niños antillanos” de Nicolás Guillén, Paulo levanta la mano para decir, sin que nadie se lo pida, la parte que más le gustó: “Un cañón de chocolate / contra el barco disparó / y un cañón de azúcar, zúcar / le contestó”. Y continuó: “Me gusta porque parece que es dulce, y yo me imagino comiendo algo dulce”.
¿Pobreza simbólica Nayla, que busca palabras para la risa y también para el llanto? ¿Pobre Nayla, que escucha y se hace oír con su voz suave y precisa? Justo hoy, después de la dulzura de Paulo, ella comparte lo que escucha entre líneas, más allá de los sonidos. Cuando la canción dice: “¡Ay, mi barco marinero / con su casco de papel! / ¡Ay, mi barco negro y blanco / sin timonel!”, Nayla comenta: “¿Viste que canta como cuando vas a llorar? Es como si estuviera triste…”.
¿Pobreza simbólica Ariana, que pregunta, escribe, relee, busca y elige? Justamente ella, que cada vez más atrapa y protege las palabras-moneda, registrando atentamente cada nuevo término como si fuera un tesoro. Así se hace millonaria en símbolos ante su material pobreza. Escribe, cuenta y de contar se va soltando. Ya su pluma es ala; ya vuela. Viaja y se divierte, juega con todo lo que conoce e invita a jugar, escribiendo y dibujando luego de observar y conversar sobre las abejas:
Las abejas se sacrifican por la colmena si se sienten atacadas. Cuando una abeja inyecta su aguijón se muere porque saca su estómago y no puede comer más.
La abeja reina llega a poner una cantidad de 80 mil huevos y todas las abejas son hijas de la reina.
Los huevos de la reina cuando nacen van a trabajar y terminar el panal y juntar néctar. Las abejas liban el néctar de las flores.
Las abejas fabrican miel y cera. La cera es un material de construcción para el panal, es como cemento.
Para sacar la cera se la sacan de los oídos con hisopos. La abeja reina dirá: “es hora de agarrar los hisopos y sacarse la cera de los oídos y construir el panal. ¡Vamos, ey! ¡No seas vaga! Agarrá el hisopo y sacáte la cera de los oídos. ¿Qué te pensás que es esto? ¿Una casa de juegos? ¡Dale! Más rápido, que no tengo todo el día para vos.”
¿Pobreza simbólica estos niños? ¿O pobres de símbolos serán los que inventan categorías para desdibujar y falsificar lo que ni conocen?■