A poco tiempo de cumplirse diez años del estreno de Una noche en Buenos Aires, su director, Darío Marxxx habla en esta entrevista sobre la curiosa tarea de ser el “Rey Midas” del porno gay argentino.
Una oficina más, pero no tanto. Porque, claro, es el núcleo administrativo de Marxxx, quien no gestiona un comercio “tradicional”, sino uno vinculado al sexo y a las fantasías. Desde allí, sentado frente a fichas de inscripción para aspirantes a actor porno, el director reflexiona sobre su oficio: la doble moral, las fantasías for export y los requerimientos para participar en sus producciones.
¿Cuándo se originó tu interés por la pornografía? ¿En qué momento decidiste ser productor y realizador?
Eso fue en el año 97. Yo comencé con American Top, que en aquella época era una tienda de videos. En el 2004, vi que había algo no explotado: el porno; porque si bien siempre se filmó acá en la Argentina, lo que pasaba era que las empresas americanas y europeas venían, filmaban, se llevaban el producto y lo editaban en su país de origen. Luego, con Internet, llegaba seguro. Hasta entonces no se hacían producciones locales. Nosotros hicimos Una noche en Buenos Aires, que fue la primera, y obviamente causó un poco de revuelo, y luego continuamos. La más conocida es El cumple de Lucas, en 2005, que estuvo nominada como Mejor película en un festival de cine porno, y en los premios AVN en San Francisco, compitió como Mejor película latina. Si bien no ganamos, el hecho de estar nominados hizo que la película se viese mucho más. Eso nos hizo conocidos en todo el mundo. A partir de ahí, filmamos entre dos y tres películas por año que no eran de gran producción, pero con la facilidad de poder venderlas al exterior.
¿Y cómo fueron los comienzos? Queda claro que hoy en día sos un referente, pero me interesa conocer los primeros pasos.
Fue difícil, al menos al principio nos costaba mucho conseguir chicos[1] para trabajar. Que dieran la cara…, era complicado, más estando en la tapa de la película. Incluso la gente vinculada al ámbito gay no digo que te discriminan, pero no está bien visto que hagas porno. Lamentablemente, la Argentina no va a ser una “industria”. A nivel mundial es complicado; la gente cambió de ver la forma de ver películas con Internet; ya pasó con la música. Nosotros acá nos mantenemos, pero es complicado conseguir locaciones, sponsors. No quieren figurar, “quedar pegados”.
¿Por qué creés que pasa eso?
Porque todavía somos hipócritas los argentinos. No quieren quedar pegados al porno, como si el porno fuese…
¿Sentís que la pornografía que hacés vos está en un espacio marginal respecto de la pornografía heterosexual?
Cuando se hizo el festival de cine porno acá, obviamente fue hetero. Competimos con algunas producciones, uno de los realizadores fue Victor Maytland. Los festivales están aprobados para que sean heterosexuales; resulta raro mezclar lo heterosexual con lo gay. Si vas a los festivales, te miran como la oveja negra. Imponerse como marca al día de hoy también cuesta.
¿Un consumidor de porno gay tiene una vinculación diferente a la que tiene un consumidor de pornografía heterosexual?
Sí, se diferencia. El consumidor gay no suele tener ningún problema en tener, físicamente o en su laptop, una película porno. La persona gay no tiene ese problema, y en ese sentido se diferencia bastante. También consume más, gasta mucho más dinero.
Hoy, ¿existe una profesionalización del actor porno gay?
En verdad, empezamos a trabajar con chicos que no tienen experiencia. De hecho, con nosotros comenzó a filmar Bruno Bordas. Creo que la mayoría de los pibes no saben el potencial que tienen hasta que lo hacen. Bruno empezó con nosotros y fue la cara visible de la empresa durante cuatro años. Filmó alrededor de diez películas, se hizo conocido y empezó a filmar para afuera. El trato con los chicos siempre fue bueno, tratamos de filmar con chicos que no sean taxi boy. Al principio sí tuvimos que recurrir a ellos, que están más expuestos. Es mucho más difícil para un chico que no se dedica a eso, que es profesional o trabaja en una oficina. Después ya nos hicimos conocidos, y actualmente ya tenemos una base de datos. Hasta hace pocos años, en la Argentina la mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años, se bajó a 18, y en el rango de 18 a 21 hay muchos chicos que quieren filmar, porque son jóvenes y no tienen problemas en mostrarse. Ya, cuando sos más grande, tenés una profesión, un trabajo y no te querés exponer más.
¿En qué consisten los castings, en qué momento decidís que esa persona puede filmar?
Los castings consisten en una charla informal. Lo primero que les pregunto es por qué quieren filmar y después se ve cómo está físicamente el chico. No hay una prueba ni nada. La experiencia sirve, a un chico lo sentás y te das cuenta de si sirve o no sirve. Porque el porno no es para cualquiera. Más allá de que alguno diga: “Sí, yo me filmé en mi casa, con una camarita casera”, no es para cualquiera. Les explico que esto es un trabajo; tiene que llegar a horario, se tiene que cuidar físicamente, cumplir con la higiene, se mantiene lo que dijo que iba a hacer. No los hacemos tener sexo en el casting. Si los nervios te juegan una mala pasada, no tenés una erección ni de casualidad.
¿Cómo se soluciona eso? En una fábrica de galletitas, se acaba la harina y se compra. ¿Pero cómo resuelven esos problemas ustedes?
Y…, acá es difícil. Nos ha pasado que tuvimos que suspender y filmar en otro día, y tuvimos que pagar los gastos de locación otra vez. Pero bueno, somos seres humanos y si no funcionás en ese momento… Nos ha pasado. Cuando los chicos van adquiriendo experiencia y se transforman no sé si en actores profesionales −porque acá no hay profesión de “actor porno” −, es un placer trabajar con ellos. Saben lo que hacen y es todo más fácil, mucho más llevadero.
¿Cuáles son tus rasgos autorales? Cuando uno ve una película de Marxxx, ¿qué va a encontrar?
Mis películas siempre tienen una historia. Mínima, pero tiene una historia. En otras películas la historia no cuenta prácticamente. Y después los hago hablar mucho a los chicos. Que conversen, porque en definitiva yo creo que el rasgo distintivo es el idioma, el lenguaje. Mostrar Buenos Aires, la parte no sexual la filmamos en la calle, me gusta filmar en lugares reconocibles. Tratamos de filmar en locaciones reales, no en estudios. Lugares a donde la gente pueda tener acceso; un sauna o un hotel.
¿Cómo se percibe afuera el porno gay argentino?
Los chicos argentinos son muy bien vistos dentro de América Latina. Sobre todo por los yanquis. De hecho, las empresas siguen viniendo acá. Les conviene por lo económico y por los rasgos de los chicos.
¿Qué límites imponés en una filmación?
Mirá, zoofilia no haría. Después…, en verdad yo siempre les digo a los chicos que lo que nosotros hacemos son fantasías. Cosas que a lo mejor la gente no se atreve a hacer; tener sexo en lugares públicos, tener sexo entre tres personas, ese tipo de cosas. La fantasía es lo que uno no puede hacer en la realidad. No haría nada que lastime a algún chico.
Internet cambió el mercado, hoy las películas se suben y se bajan con rapidez. ¿Hay estrategias para luchar contra eso?
No, la verdad que no… Las bajan, las copian. Ya no se usa más hacer un “largo”. Por ahí son escenas que son más dinámicas. Por ahí una escena con otra no tiene más relación. Es más económico hacer eso. Empezamos a hacer cosas como audiciones con chicos que se presentan y tienen sexo. Es algo amateur y a partir de ahí al chico lo llamamos para otras películas. Son películas que antes no hacíamos. Y a la gente eso le gustó.
¿Por qué hacés porno?
Porque me gusta mucho la estética del porno, lo hago por eso. Me gusta y me divierte, me hace sentir bien. Es algo que descubrí y me gustó. No estamos a la altura de una película americana en cuanto a presupuesto, pero en cuanto a calidad de chicos, podemos competir■