El miedo y la incertidumbre no se manifiestan de una manera tan lúcida como cuando se intenta cuestionar el porqué de nuestros actos; aunque esto sería irrelevante, sino fuera porque determinan nuestras ambiciones y deseos1. Preferimos proclamar una obediencia a ciegas y colocar en un pedestal el temor a equivocarnos, nos convertimos en una autentica profecía literaria que reivindica al Premio Nobel de Literatura José Saramago, cuando culmina su libro Ensayo sobre la ceguera —somos ciegos que ven. Ciegos que, viendo, no ven—, este fragmento sería la extremaunción de quienes certifican en la obediencia su condena a la sumisión en