Los adolescentes tienen sexo. Esa es una verdad de Perogrullo. Incluso los padres más preocupados por los quehaceres sexuales de sus hijos no pueden evitar que estos indaguen en lo más primal de la naturaleza humana. Negarles una sólida formación sexual tanto dentro de su núcleo familiar como en el ámbito educativo es coartar su libertad. Ningún ciudadano debería ignorar la existencia de las múltiples formas de ejercer el placer y las correspondientes normas de profilaxis que aseguran la persistencia de cualquier práctica de esta índole e incluso de la vida misma.