Trabajar con lo que otros desechan o descartan y vivir de eso es uno de esos espacios conceptuales que amplios sectores de la clase alta y media biempensante han puesto desde siempre dentro de las zonas de la indignidad. Sin embargo, miles de personas sostienen sus vidas y las de sus familias con honradez y trabajo gracias a una riqueza que una parte importante de la población elige no ver.