Neruda decía que a veces uno se cansa de ser hombre. Del mismo modo, uno se cansa de ser lenguaje, de estar atravesado inapelablemente por palabras viejas, por signos tatuados en los huesos que marcan la cancha de lo que se puede y de lo que no, de lo que existe para nuestros ojos y de lo que solo existe gracias al mero artificio.
5 discos 5 para el pueblo ideal – Andén 52
Vivir en una ciudad es cómodo pero a su vez es comprarse un problema en cuotas. Hay algo en el amuchamiento que es desagradable, los olores, los humores a destiempo de uno, la polución visual que nos pone un culo en la cara en cada puesto de diarios, los colectivos y los trenes a deshoras, los cortes de avenidas y un larguísimo etcétera con el que convivimos a diario. No es que la vida en pueblos y barrios suburbanos sea mejor o más tranquila. Esa es una idealización pequeño burguesa que añora lo que no tiene porque no quiere. La vida en comunidad es difícil, ardua. Y lo es porque la presencia de los otros es un mal necesario, porque los necesitamos para vivir y están ahí lo queramos o no. Pueblan nuestros sueños y nuestros gestos más vagos.