Una porción de muzza en la estación de liniers, o lagua de choclo en Aldo Bonzi. Galletitas toddy o un pedazo de pan con mate cocido. Tener algo para masticar es darse el lujo de no tener hambre. El lujo ruin y miserable de saber que mientras masticamos hay quien no tiene qué tirar en el pozo de su desesperación. Allí espichan todas las militancias, todos los credos, todo lo que nos mentimos que somos cuando nos vemos frente a los espejos del ego. Solo el que tiene hambre sabe lo que es el hambre porque su experiencia es intransferible. Por eso somos capaces de tolerar y aceptar la presencia del hambriento, porque la mayoría de los que están frente a estas palabras, incluso quien escribe, ignora lo que es mal comer durante días cuando no hay qué ni con qué.