El origen de la angustia es la ausencia de palabra. Nombrar es el primer paso para ahuyentarla, pero a veces las que tenemos no alcanzan, por eso hay que inventar. En ocasiones, tampoco eso sirve. La ferra en el pecho se agarra, aunque llante. Lagrimo milpesares escalofriando mis ahogos, en tanto mi desconcierto de aquejas rotura todos los silencios.