El estigma es una marca en el cuero, un deíctico: esta llaga, cicatriz, arañazo. El estigma teórico no existe, es una bravuconada de la intelectualidad ociosa. Si no se lo siente, si no se lo ve sentir, si no se lo comparte no hay idea cabal de su alcance ni de su profundidad. Al estigma se lo lleva, les dice a todos cuál es nuestro padecer aun cuando lo escondamos y los otros no quieran percibirlo; porque su función es señalar una falta, una carencia y una trasgresión. No nos autoestigmatizamos, aun cuando seamos nosotros quienes empuñemos el látigo que nos marca son otros los que operan detrás. Fuerzas enormes y poderosas que púgiles como Freud y Nietzche señalaron y que aún hoy nos cuesta ver.