Todos tenemos la experiencia del bucle mental, esa idea compulsiva a la que volvemos una y otra y otra vez sin solución de continuidad y que nos impide retroceder tanto como seguir adelante. Esa idea, asociada a prácticas determinadas, es quizás una de las características principales de la neurosis obsesiva. Un retorno a la niñez más primaria en la que el acto de la repetición fijaba conceptos. Eso que hacen los infantes, que ven un millón de veces las mismas películas, los mismos dibujitos; que preguntan casi como en una conmoción mental “¿Y mamá? ¿Y papá? ¿Y Candela? ¿Y la moto?”. La repetición pavloviana, como fijación y refuerzo de algo del mundo que nos ha interpelado y se afinca en el hondo bajo fondo eternamente sublevado.